Hace 15 años un grupo delincuente del sudeste asiático descubrió un vacío en las leyes de Sudáfrica sobre caza que le permitía trasladar legalmente, a través de distintas fronteras, cuernos de rinoceronte. Así fue como en 2003, por primera vez, junto con los habituales estadounidenses y europeos que solicitan permisos de caza, lo hicieron 10 vietnamitas.
Y se llevaron cuernos, cabezas y hasta rinocerontes enteros, como trofeos. Algunos cuernos viajaron ya montados para exhibir.
Fue el comienzo de una modalidad que cambió el tráfico ilegal del vida silvestre: surgieron redes descentralizadas, que cambian constantemente, para el envío de bienes de caza furtiva hacia lugares donde los cerebros de las operaciones permanecen a salvo, mientras las autoridades persiguen a los jefes de las bandas locales, que son eslabones descartables para los grandes traficantes.
Sudáfrica recibió aluviones de solicitudes de permisos de caza de Vietnam y otros países asiáticos sin tradiciones de caza. Algunas personas pagaron hasta USD 85.000 para llevarse un solo rinoceronte blanco a casa.
A ese negocio ilegal debe mucho la actual crisis de caza furtiva del rinoceronte. Aunque no se sabe cuántos cuernos del animal se han llevado a Asia, The New York Times registró que sólo hacia Vietnam salieron desde Sudáfrica, entre 2003 y 2010, más de 650 trofeos de rinoceronte. "Bienes que valen entre USD 200 millones y USD 300 millones en el mercado negro. Sin embargo, Vietnam tiene los documentos correspondientes sólo de una fracción de ellos", explicó el periódico.
Hacia 2012 las autoridades sudafricana habían identificado a cinco bandas delictivas vietnamitas dedicadas a la pseudo-caza, como se disfrazó la caza furtiva. La banda de prostitutas armadas del tailandés Chumlong Lemtongthai fue una de las más destacadas: para conseguir muchos permisos Chumlong pagó USD 550 a unas 25 mujeres que debían presentar una copia de su pasaporte y tomarse unas vacaciones en Sudáfrica mientras los verdaderos cazadores mataban rinocerontes.
Cuando observó que Chumlong y sus amigos ya habían cazado 50 animales, Johnny Olivier, un gestor e intérprete del sector, comenzó a sospechar: "Esto no es por los trofeos", dijo al Times. "Esto es una masacre por dinero puramente. Estos rinocerontes son la herencia de mi país". Para comprobar sus impresiones, Olivier habló con un investigador privado, que reunió 222 páginas de pruebas.
En 2012 Chumlong fue juzgado como el cerebro detrás de "una de las estafas más grandes en la historia del delito ambiental" y condenado a 40 años de prisión. Pero la severidad extraordinaria de la decisión pronto se moderó. En 2014 el detenido obtuvo una reducción de su sentencia a 13 años y una multa de USD 78.000. Y ahora, cuatro años más tarde, consiguió la libertad adelantada. Mientras los grupos conservacionistas se manifestaban en contra, Chumlong fue deportado a Tailandia.
Rachel Nuwer, la autora del artículo —y del libro Poached: Inside the Dark World of Wildlife Trafficking (Cazadores cazados: dentro del mundo oscuro del tráfico de vida silvestre)—, entrevistó a Chumlong en 2016 en el Centro Correccional de Pretoria. Luego de cierta resistencia, el detenido comenzó a hablar. "Yo facilito que los turistas cacen y cobro comisión. No hago caza furtiva, siempre voy por el camino legal". Entonces gritó:
—¡Mi abogado me mintió! ¡Los cazadores de rinocerontes se vuelven a sus casas y yo voy a la cárcel por 40 años!
Nuwer investigó la posibilidad de que Chumlong hubiera sido un chivo expiatorio, como decía. Y descubrió que el detenido tenía un jefe, "Vixay Keosavang, un ciudadano de Laos llamado 'el Pablo Escobar del tráfico de vida silvestre'". Quien, convenientemente, había cortado todo contacto con Chumlong tras su caída.
Distintos socios de Keosavang fueron juzgados en casos de tráfico de vida silvestre. "Pero debido a la forma en que la caza furtiva y las redes de tráfico funcionan, detener a uno de estos presuntos capos no detiene el tráfico ilegal".
Los cazadores de rinocerontes suelen ser personas pobres que viven cerca de los parques y las reservas, a los que entran en la oscuridad para cazar al amanecer. Entonces pueden esperar la llegada de una camioneta; los menos organizados pueden enterrar el cuerno para buscarlo luego o simplemente correr hacia sus casas con él.
Entonces una cadena de corredores lleva el cuerno —o el colmillo, o la bolsa de huesos, o cualquier otro contrabando de animales— de un pueblo a una ciudad, y de allí a otra más grande, hasta que llegan adonde los empresarios asiáticos instalados en África —por lo general vietnamitas para los cuernos, chinos para el marfil— entran en escena.
El camino se llena de vueltas para ocultar el origen y el destino del material: "Un cargamento de marfil que va a China puede ser enviado primero a Togo y desde allí a España; un pasajero con un cuerno de rinoceronte puede volar a Dubai antes de dirigirse a Kuala Lumpur y luego a Hong Kong", según el artículo.
En esas rutas muchas veces se cuenta con muchas personas sobornadas para cooperar. "La gente que actúa en el campo legal —en el gobierno o en el transporte o en la industria de vida silvestre— juegan un papel vital para asegurar que el cuerno del rinoceronte o cualquier otro contrabando pase por la cadena de suministro", dijo a la autora Annette Hübschle-Finch, investigadora del Centro de Criminología de la Universidad de Ciudad del Cabo. "Son los guardianes y los intermediarios".
Y los "Pablo Escobar", además, suelen tener negocios legítimos que son buenas fachadas. Porque a diferencia de Occidente, donde los narcotraficantes viven en una especie de sociedad paralela, entre las mafias de la vida silvestre "los grandes criminales también son típicamente grandes empresarios", dijo a la autora Tim Wittig, un conservacionista de la Universidad de Groningen en Holanda. "En general tienen negocios de logística: comercio, transporte, por ejemplo, o commodities".
En esa estructura, no sólo es casi ilusorio capturar a los más grandes, sino que se favorecen la diversidad de redes de caza furtiva y contrabando. Un traficante de marfil de un puerto africano puede no conocer a los jefes que venderán el contrabando en Asia. Cualquier vacío que deje un arresto se llena rápidamente.
"Por eso las detenciones, incluidas las de alto perfil como la de Chumlong, tienen escaso efecto para terminar con el negocio ilegal", dijo Vanda Felbab-Brown, que investiga el delito internacional en Brookings Institution, Washington DC.
Si los arrestos más recientes terminan en convicciones —Feisal Mohamed Ali y Abdurahman Mohammed Sheikh, en Kenia, por colmillos, y la llamada Reina del Marfil, Yang Fenglan, en Tanzania— se trataría de 10,9 toneladas de marfil en una década, el equivalente a 1.500 elefantes. Pero eso representa el 10% del marfil contrabandeado de África en ese periodo. Y los tres han negado los cargos.
"Arrestar a un puñado de presuntos capos del tráfico de vida silvestre puede ser una herramienta simbólica útil", dijo Wittig, "pero difícilmente sea efectiva para realmente salvar la vida silvestre protegida". John Sellar, ex jefe de aplicación de la Convención sobre Comercio Internacional de Fauna y Flora en Peligro, sugirió que se cambie el enfoque del asunto: en lugar de pensar el tráfico de vida silvestre como un problema de conservación, hay que pensarlo como un delito común.
Eso haría que los gobiernos dejaran de negarse a compartir información, uno de los problemas centrales que favorecen la prosperidad de estas bandas criminales.
Samuel Wasser, jefe del Centro para la Conservación Biológica en la Universidad de Washington, desarrolló un método que permitiría a los expertos usar análisis de ADN para determinar el origen geográfico de los bienes decomisados, y de ese modo trazar un mapa de los lugares principales de la caza furtiva. Sin embargo, la mayoría de los países africanos no le envían las muestras necesarias.
Los policías no hablan con las autoridades aduaneras, que a su vez tampoco hablan con los guardas forestales, que a su vez tampoco hablan con los legisladores, que a su vez tampoco hablan con los grupos conservacionistas. "El ambiente de la inteligencia es de espías versus espías", dijo a la autora Ken Maggs, del Parque Nacional Kruger de Sudáfrica. En ese silencio, las redes ilegales siguen prosperando.
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