"Que los enemigos rusos del actual régimen suelen terminar muertos, con más frecuencia por envenenamiento, es un hecho que ya no requiere elaboración", escribió Masha Gessen, la periodista ruso-estadounidense que escribió la biografía más detallada —y no autorizada— de Vladimir Putin. "En la última década y media, muchas personas han caído misteriosamente enfermas o han muerto por fallo multiorgánico como resultado del envenenamiento con toxinas conocidas o, más habitualmente, desconocidas".
Pyotr Verzilov, el artista y activista político de 30 años, editor del sitio de periodismo independiente Mediazona y miembro del grupo Pussy Riot, "parece ser la última víctima de un ataque con veneno", afirmó la columnista de The New Yorker.
Mientras los dos sospechosos de haber envenenado a Sergei Skripal y a su hija declaraban que habían ido a Salisbury, donde se refugió el ex espía ruso, para conocer la catedral, Veronika Nikulshina —pareja de Verzilov e integrante de Pussy Riot— llamaba a una ambulancia. Verzilov se había comenzado a sentir mal: "Primero fue su visión, luego el habla, luego la movilidad", describió el cuadro.
"Cuando los paramédicos llegaron, él todavía podía contestar las preguntas. 'No, no comí nada. No, no bebí nada'", recordó Nikulshina. "Se empezó a poner peor cada vez más rápidamente, y comenzó a sufrir convulsiones." En medio de la emergencia, Pussy Riot tuiteó que buscaban a un toxicólogo: "Es para Pyotr, que fue envenenado".
Según Meduza, "un poderoso bloqueador de neurotransmisores es lo que aparentemente dejó a Pyotr Verzilov en condición crítica". La familia del paciente dijo que está "1.000% segura" de que él no tomó medicaciones anticolinérgicas por su voluntad.
Mientras Verzilov permanecía en condición crítica —sin poder hablar, sólo lograba mover los ojos— Gessen contó detalles sobre el activista al que conoció durante las protestas de finales de 2011 y comienzos de 2012 en Rusia. Ella trabajaba en su libro Words Will Break Cement: The Passion of Pussy Riot, una historia de la banda feminista.
En aquel momento él estaba casado con Nadya Tolokonnikova, una de las creadoras del grupo. "Había sido estudiante de filosofía y artista del grupo Voyna (término ruso que significa guerra)", recordó Gessen. "Durante los dos años que Tolokonnikova y otro miembro de Pussy Riot, María Alekhina, pasaron detenidas, Verzilov trabajó para llamar la atención del mundo sobre el caso". También se ocupó de las apelaciones, las denuncias por las condiciones de encarcelamiento y la comunicación entre las dos mujeres, separadas en dos distantes colonias penales.
Tras su libertad en diciembre de 2013, Tolokonnikova creó con él Mediazona y una organización para defender los derechos de los detenidos. Se separaron pero continuaron trabajando juntos, "como hermanos", dijo ella.
Verzilov se hizo conocido en el mundo durante el Mundial de Rusia, cuando irrumpió con otras tres integrantes de Pussy Riot —en la primera acción pública del grupo en la que no hubo sólo mujeres— en el campo de juego del partido final. "Fue un recordatorio de que, cualquiera fuera la cara progresista que Rusia pusiera por el campeonato de fútbol, era un estado policial", recordó Gessen. Los cuatro fueron detenidos.
Pero recibieron condenas particularmente leves, destacó la autora de The Future Is History, libro que mereció el National Book Award sobre el fracaso de la democracia en Rusia. Catorce días de detención, tres años sin poder asistir a eventos deportivos.
"Sospecharíamos que, si la acción hubiera sucedido en cualquier otra circunstancia que en una competencia deportiva transmitida a todo el mundo, los habrían condenado a años de prisión, por protestar sin permiso y por vestirse como policías", señaló Gessen. Y narró las diferentes formas —posiblemente el envenenamiento sea una de ellas— en que el poder ruso ha intentado corregir esa indulgencia desde entonces.
Apenas liberados, los cuatro volvieron a ser arrestados; la policía los presentó al juez y el juez desestimó la causa. El domingo 9 de septiembre, mientras decenas de miles de personas protestaban en Rusia, dos mujeres que interrumpieron la final con Verzilov fueron detenidas por una infracción de tránsito; la pareja del activist, Nikulshina, fue una de ellas. Ambas fueron detenidas durante dos días, y Verzilov denunció los hechos, con detalle, en las redes sociales.
"El martes [11], las dos mujeres comparecieron en los tribunales. Verzilov asistió. El juez las condenó a dos días de cárcel, y ordenó que las liberasen porque ya habían cumplido", narró Gessen. "Cuando Verzilov y Nikulshina se fueron, él le dijo que se sentía mal. En la casa, se acostó a dormir a las 6 de la tarde. Dos horas después, dijo Nikulshina, despertó quejándose de que se estaba quedando ciego".
El resto ya se sabe, o no se sabe, en realidad: "A nadie, incluida su madre, se le ha permitido visitarlo en el hospital".
Al mismo tiempo, Alexander Petrov y Ruslan Boshirov, sospechosos de haber envenenado a Skripal en Inglaterra, decían que no sabían quién era el ex espía, que habían ido a conocer Old Sarum y Stonehenge, y que no llevaban un perfume de mujer, como dijo la policía británica, según la cual contenía el agente tóxico Novichok: "Tenemos derecho a nuestra privacidad", se quejaron en una entrevista.
La historia del veneno como herramienta de homicidio político tiene profundas raíces en Rusia. En la década de 1930, cuando Stalin gobernaba la Unión Soviética, encargó a Grigori Mayranovski la creación de un laboratorio secreto, que nutrió al servicio secreto NKVD de Lavrenti Beria. Es probable que, 30 años más tarde, Mayranovski haya probado su propia medicina: su muerte repentina, en 1960, sucedió apenas salió de la cárcel donde había cumplido una condena de nueve años por su "cosmopolitismo".
Son más los casos sospechados que comprobados de muerte por envenenamiento en la era soviética, pero se dan por ciertos los del político ucraniano Okansader Shumski en 1946 y, al año siguiente, los del religioso Teodor Romzha y el diplomático sueco Raoul Wallenberg. Un mariscal de Adolf Hitler, Ewald von Kleist, siguió esa suerte; también otros dirigentes nacionalistas ucranianos, como Lev Rebet y Stepan Bandera.
En 1958, cuando el servicio secreto ya se llamaba KGB, el ex agente prófugo, Nikolái Jojlov, sufrió un envenenamiento, pero fue tratado en los Estados Unidos y sobrevivió. El último caso reconocido durante los años de la Guerra Fría fue la muerte del disidente búlgaro Gueorgui Markov, quien recibió un pinchazo con la punta de un paraguas y agonizó cuatro días.
Los envenenamientos volvieron al primer plano en 2002, cuando el mercenario saudí Ibn al-Khattab, líder de los fundamentalistas en el conflicto de Chechenia, recibió una carta, que le entregó en mano un agente secreto ruso, y cayó fulminado. Al año siguiente el primer ministro checheno, Anatoly Popov, fue intoxicado durante una cena poco antes de las elecciones; logró sobrevivir.
En 2004, cuando durante la campaña por la presidencia de Ucrania, Viktor Yuschenko resultó envenenado por la dioxina TCDD; fue tratado y vivió, pero su rostro quedó desfigurado y su tracto digestivo muy afectado. Al año siguiente Boris Volodarsky, un ex espía que vivía en Viena, escribió en The Wall Street Journal "La fábrica de venenos del KGB", que unió el caso Yushchenko con el laboratorio del estalinismo: pronto comenzó a sufrir fuertes vómitos y fiebre muy alta, y se declaró envenenado. Sobrevivió.
No fue el caso, en 2006, del ex coronel de KGB Alexander Litvinenko, envenenado en Londres con el isótopo polonio 210. El juez británico Robert Owen estimó que Putin "probablemente aprobó" un plan del servicio secreto, ya llamado FSB, para matar a su sonoro detractor.
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