Las planchas de acero se levantaron de golpe. Salieron desde un hueco en el asfalto. En apenas unos segundos, las cuatro cuadras alrededor de la Bolsa de Nueva York, en el Lower Manhattan, quedaron selladas. Una muralla con el puente levantado como en una ciudad medieval sitiada. Del lado de adentro, los policías de azul oscuro y caras pétreas. Del otro, los manifestantes haciendo sonar cornetas y gritando consignas. Miles de personas que habían llegado allí a Wall Street una tarde de mayo de 2011 para protestar por la falta de sanciones a los grandes banqueros que tres años antes provocaron la peor crisis económica mundial desde la Gran Depresión del 29.
Los manifestantes no se preocupan de enfrentarse con la policía. Dan la vuelta y marchan por Pearl St. hacia Whitehall St. Y desde allí otros 200 metros hasta la placita del toro, la estatua del animal a punto de embestir que es el símbolo de Wall Street. Llevan carteles que dicen "No more cuts" (no mas recortes), "My teacher gets laid off to benefit millionaires" (despidieron a mi maestra para beneficiar a los millonarios) o "Make big banks and millionaires pay" (que paguen los grandes bancos y los millonarios). Algunos más drásticos dicen "Say no to capitalism greed" (dígale no a la codicia capitalista).
El vendedor de pretzels y salchichas de la calle Beaver mira sin mayor interés a los que marchan cantando una consigna contra los gerentes del quebrado banco Lehman Brothers. Aparecen más carros de asalto y de bomberos cuando los manifestantes cruzan la amplia calle Water para terminar en el parque que está enfrente y que llega hasta el East River. Ahí es el acto principal. Hablan un sindicalista, una maestra y un despedido de una financiera. Todos se quejan de lo mismo: rescataron los bancos y se olvidaron de la gente. Y aparece la consigna que pocos meses después sería el germen del movimiento Occupy Wall Street que mantuvo por semanas un campamento en el parque Zuccotti de Broadway y Liberty, a unas pocas cuadras de donde estamos ahora: "Somos el 99%", en referencia a la desigualdad de ingresos y la distribución de la riqueza entre el 1% más rico y el resto de la población.
Las estadísticas oficiales les dan la razón. Tres años después de la caída de los bancos y el rescate de 700.000 millones de dólares del entonces gobierno de George W. Bush hay sólo un pequeño grupo de ganadores. Los responsables de la crisis se hicieron aún más ricos y el resto de la población estadounidense y de varios otros países -con Grecia a la cabeza- sufrieran recortes de todo tipo, particularmente en los salarios. La situación se mantiene desde entonces. La extrema concentración de la riqueza es cada vez más acentuada. El último informe de la prestigiosa ONG Oxfam de 2017 indica que tan sólo ocho personas (ocho hombres en realidad) poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial, 3.600 millones de personas.
"Con datos nuevos y más precisos sobre la distribución de la riqueza global – especialmente en China y la India –, podemos calcular que la mitad más pobre del mundo posee menos riqueza de lo que inicialmente se estimaba. De haber contado con estos datos el pasado año, Oxfam habría estimado que nueve milmillonarios –y no 62, como calculó entonces– poseían la misma riqueza que la mitad más pobre del planeta", explicó Winnie Byanyima, directora ejecutiva de Oxfam Internacional, ante el exclusivo auditorio del Foro Económico de Davos.
Oxfam dice que todo empeoró desde la quiebra del gigante financiero Lehman Brothers, el 15 de septiembre de 2008, que sacudió los cimientos de Wall Street, incendió los mercados y aceleró la crisis mundial. Fue la última gota en un vaso repleto de miseria. América Latina es una de las regiones más golpeadas: el 10% más rico de la población concentra el 68% de la riqueza total, mientras el 50% más pobre solo accede al 3.5%. La riqueza de los milmillonarios latinoamericanos creció en 155.000 millones de dólares el último año. "Dicha cantidad de riqueza sería suficiente para acabar casi dos veces con toda la pobreza monetaria por un año en la región", explicitó Oxfam.
Todo esto es consecuencia del lado oculto de la moneda que quedó desnudo ante la crisis financiera de hace diez años: la codicia en niveles extragalácticos. Los budistas creen que la codicia está basada en una errada conexión material con la felicidad. Y que el efecto es causado por una perspectiva que exagera los aspectos de un objeto. Los responsables de la crisis, los barones de Wall Street, sin saber nada de antiguas religiones, se obnubilaron ante el objeto de la herramienta financiera. Le asignaron la eternidad como se hace con las divinidades. ¿Cómo no iban a creer? Si les llovían dólares del cielo en torrentes apocalípticos. Unos 1.700 dólares por minuto en promedio. Tres mil millones en cinco años repartidos entre unos 200 grandes ejecutivos de bancos y financieras. Y los siguieron recibiendo mientras sus empresas caían como moscas y la administración Bush gastaba una cifra extraordinaria de millones de dólares para rescatarlos de la bancarrota.
"Eso es lo que me violenta", me dice Michael Hambleton, un estudiante del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), que se suma a la manifestación en el Lower Manhattan. "Con lo que se llevan estos tipos podríamos terminar con las grandes miserias del mundo". Protestas como éstas se sucedieron en esos días en todas las ciudades de Estados Unidos. El americano medio lanzó una cruzada para terminar con la avaricia de los ejecutivos. Y para eso, aconsejan los economistas de Harvard y todas las otras universidades más prestigiosas, hay que regular de una vez por todas los mercados financieros. Pero no lo hizo en su primer momento Bush, los republicanos le ataron las manos a Barack Obama en el Congreso para que ni lo intentara y Trump lo desregularizó aún más de lo que estaba antes de la crisis.
Pero aquí aparece otro punto de esta ecuación. La codicia no es sólo de tipos como John Thain de Merrill Lynch que se llevó 86 millones de dólares por nueve meses de trabajo. O Jimmy Cayne de Bear Sterns que se hizo con 161 millones mientras su empresa ya está tambaleando. El problema es que el séptimo pecado capital está también entre los que tienen que poner coto a esta situación. El secretario del Tesoro, Henry Paulson, obtuvo 140 millones por siete años de trabajo en Goldman Sachs. Barack Obama recibió 691.930 dólares de esa empresa para su campaña. Y el republicano recientemente fallecido, John McCain, 208.395. En total, los legisladores, tanto demócratas como republicanos, recibieron en 2007 más de 300 millones de dólares de los bancos que quebraron o fueron rescatados unos meses más tarde.
En agosto de 2008, unos días antes de la hecatombe, todavía muchos mantenían la esperanza de contener la hemorragia con intervenciones masivas de los bancos centrales. El sistema se podía salvar, decían. Eso mismo pensaba Dick Fuld, presidente de Lehman Brothers. Su firma estaba contagiada con hipotecas basura, bonos de poca calidad y "credit default swaps" hasta las cejas. Un mes más tarde nadie se quiso hacer cargo de la papa hirviente. Ni el Departamento del Tesoro ni otros bancos. Fuld tiró la toalla y quebró. Obama llegó al poder e inyectó 700.000 millones de dólares para salvar la economía. Pero fue cuando en Europa los bancos empezaron a caer y la crisis de Wall Street se convirtió en una epidemia global.
El Royal Bank of Scotland fue nacionalizado en Gran Bretaña antes de quebrar y el reino inyectó 48.000 millones de euros en otros tres grandes: RBS, Lloyd's y HSBC. En Holanda, el ABN Amro fue estatalizado en parte, e ING tuvo que recibir 10.000 millones de ayuda. En Alemania, el gobierno se olvidó las normas del Banco Central Europeo, y lanzó un programa de rescate bancario de 480.000 millones de euros. Finalmente, los líderes del Viejo Continente acordaron aumentar hasta 100.000 euros las garantías por los depósitos bancarios para evitar corridas. Tras vivir la euforia inmobiliaria y un consumo desenfrenado, los bancos de Islandia también se quedaron sin apoyo internacional. El país estaba endeudado y a punto de quebrar. Recibió una ayuda financiera del FMI de 2.100 millones de dólares. A esto se le añadió un préstamo conjunto de los países nórdicos por 2.500 millones y otros 6.300 millones prestados por Alemania y Reino Unido. En compensación, Islandia tuvo que subir el IVA, el impuesto a la Renta, el impuesto de Sociedades, y reintrodujo el impuesto sobre el Patrimonio. Los tasas de interés pasaron del 7% al 15%. Luego vendría España y poco después Grecia, que tuvo tres rescates y seguirá pagando las consecuencias por varias generaciones.
En el recuerdo quedaron las memorias de los que estuvieron en esas oficinas de luces apagadas ese 15 de septiembre de hace diez años. Mohammed Grimeh era responsable Global de Mercados Emergentes en la sede de Nueva York del Lehman Brothers. Hoy trabaja en el banco Chartered Bank como director Ejecutivo y recuerda en una entrevista con la agencia Bloomberg cómo vivió ese día: "En algún momento del domingo, entre las 4 y las 5 de la tarde, comenzamos a recibir correos electrónicos en los que se decía que el acuerdo estaba muerto. Nos íbamos a la bancarrota. Fue entonces cuando cundió el pánico. Si el banco entraba en bancarrota, el lunes no podríamos entrar en el edificio. Ese fue el motivo por el que mucha gente acudió al 745 Seventh Avenue para recoger sus pertenencias". Grimeh rememora cómo en el interior del edificio algunos empleados lloraban, otros tomaban cerveza o fumaban nerviosos, e incluso unos cuantos bebían tequila sin respiro. "El caos era total", dice. "Vi a un montón de personas empaquetando sus cosas, llevándose las fotos de su familia. Me di cuenta de que muchas mujeres tenían varios pares de zapatos bajo su escritorio. No lo supe hasta ese día".
Masa Serdarevic, una bosnia que llegó a Londres con 10 años, recuerda también para Bloomberg ese día. Trabajaba como analista de fusiones y adquisiciones en las oficinas londinenses. Hoy es periodista del diario económico Financial Times. Se enteró de la bancarrota de su empresa por su madre, que la llamó para avisarle. Cuando llegó a la oficina se sumó a un "conference call" con la sede de Nueva York: "Ha sido maravilloso trabajar con todos ustedes y adiós", nos dijeron. Los empleados comenzaron a limpiar sus mesas y a reenviar los correos a sus cuentas personales. "Entonces el sistema informático se congeló", apunta. El panorama era igual de caótico que en las oficinas centrales: "La gente paseaba por la oficina con grandes cantidades de comida que habían comprado en el restaurante de abajo con la tarjeta de la empresa", recuerda Serdarevic.
Henry Dodds era responsable de negocio y analista de equity research cuando Lehman quebró. Hoy trabaja como gerente de negocio en Nomura International, la casa de valores japonesa que adquirió Lehman Brothers Europa y Asia en 2008. Horas antes de la quiebra, era de los inocentes que aseguraba que Lehman era demasiado grande para caer. Cuando llegó esa noche a su casa y se lo explicó a su familia, su mujer quedó en shock pero su hija de 11 años dijo en forma muy práctica: "Bueno, parece que este año no nos vamos a ir a Grecia de vacaciones".
Caroline White trabajaba en fondos derivados de Lehman el fatídico día. Después de un tiempo de desorientación decidió reinventarse. Un año después fundó la compañía Suki Shufu, una tienda online en la que se combina la moda con productos relacionados con el Yoga y artículos para empleados de banco. Como buena profesora en Bikram Yoga, se tomó los rumores sobre la catástrofe con filosofía y tranquilidad. En las primeras horas se sintió positiva sobre las posibilidades de salvación aferrándose al mantra de que "Lehman era demasiado grande como para caer". Mantuvo esa actitud hasta que se fue a la cama el domingo por la noche. Durmió sin problemas y se despertó a las 5:30 de la mañana escuchando en la radio que el banco en el que trabajaba se declaraba en bancarrota. De ese lunes recuerda la desesperación de sus compañeros ante la falta de información y la orden que recibieron de que se sentaran en su sitio a esperar instrucciones. No podían hacer ninguna transacción. El resto es bastante similar a lo que evocan sus compañeros: empleados llenando cajas y guardias de seguridad vigilando que nadie se enojara demasiado. Ya en su nueva vida, uno de sus primeros diseños fue una funda de computadora que contenía un "kit de emergencia de Lehman Brothers": una pequeña caja de cartón, unos lápices y unos pañuelos para contener las lágrimas y sonarse la nariz.
Ingenioso pero no original. Ese es mas o menos el equipaje de los que estuvieron en la primera línea de fuego ese fatídico lunes 15 de septiembre del 2008. Símbolos que también acompañaron las protestas de los años posteriores y que una década más tarde son la representación de la crisis global que aún nos sacude y que Donald Trump se empeña en reavivar con su guerra comercial contra China.
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