"¡Bebajchid! ¡Bebajchid!" ("permiso, permiso"), gritan los changarines que van corriendo con sus carros por entre un mundo de gente en el bazar central de Teherán. Son diez kilómetros de pasillos colmados de pequeños negocios, vendedores a la caza y compradores apurados. Hay más de 100.000 personas ahí adentro en esta víspera de la celebración del Chaharshanbeh soory –una fiesta pagana que tiene sus raíces en la religión del zoroastrismo practicada por los antiguos persas- y a una semana del año nuevo iraní, el Noruz. Una escena que viví hace unos años en el verdadero centro de poder económico de Irán.
El bazar es el punto neurálgico de los negocios y termómetro de lo que sucede en el país y Medio Oriente. Los dueños de los principales negocios de venta de alfombras también poseen grandes industrias o proveen de alguna mercadería al Estado. Allí se direcciona el rumbo de los más de 200 millones de dólares que entran a la economía del país por la exportación de petróleo. Y también es el epicentro de las protestas que se incrementaron en los últimos días y que están poniendo en jaque el poder del Líder Supremo, Alí Khamenei, y el del presidente Hassan Rohani.
Desde mediados de año, el hormigueo de clientes del bazar cesó y los changarines ya no tienen que gritar para transitar los pasillos. Después del boom que se vivió en este corazón de la ciudad tras la firma del acuerdo nuclear con Estados Unidos, volvió la depresión tras las nuevas sanciones impuestas por la Administración de Donald Trump; y los "bazaaries", los dueños de las tiendas y verdaderos hacedores de la opinión pública del país desde hace 1.200 años, fuman narguile (hookah) mientras se quejan de la situación económica.
Dicen estar ante una "tormenta perfecta": crisis económica, sanciones y corrupción. Irán no tiene el monopolio de este tridente demoledor pero lleva décadas funcionando con esta ecuación a la que le agrega otro elemento venenoso, la teocracia que domina el país.
Desde el bazar hacia el norte, recorriendo la avenida Valiasr que corta en forma transversal la ciudad desde las montañas hasta el desierto, todavía se puede ver la prosperidad de los petrodólares.
A medida que se va subiendo por esta arteria de 33 kilómetros, los chadores dejan de ser negros y se convierten en unos coquetos guardapolvos comprados en las tiendas "Mango" y pañuelos de colores vivos. Allí vive la clase acomodada, la que conserva aún la tradición de tener en sus casas costosísimas alfombras como un medio de ostentación y ahorro. Y también la que resiste desde siempre las imposiciones del régimen de los ayatholas impuesto por Ruhollah Khomeini en 1978.
Lo novedoso es que el descontento ya llegó a la zona sur de esta enorme Teherán, allí donde viven las capas más pobres, los más religiosos, los que se beneficiaron de los enormes subsidios que repartieron los clérigos por 40 años. Ahora sufren las mayores consecuencias de las sanciones económicas contra el país y queda poco de ese fervor revolucionario que en los primeros tiempos les permitía olvidar las penurias.
Ya no se soporta la corrupción enquistada en la sociedad y fomentada por el régimen teocrático. Si bien no hay una prensa libre en el país que desnude los negocios turbios del poder, se recibe mucha información de las organizaciones que están en el exilio.
Todos saben quiénes y cuánto se llevaron los funcionarios tras pasar por algún puesto importante de "la revolución". Se suceden las denuncias de los grandes negociados. En los últimos días, se conoció el caso de un empresario que importó 10.500 teléfonos móviles a nombre de un muerto y utilizando moneda extranjera emitida a la muy favorable tasa oficial.
En otro, un trabajador no calificado compró 38.000 monedas de oro del banco central a tasas inferiores a las del mercado. Ambos casos se encuentran en proceso de la justicia y otros tres "importadores" de celulares comparecieron el último domingo ante un tribunal en un juicio con transmisión en directo de la televisión estatal. Un signo claro de que el régimen necesita mostrar ante la opinión pública que está haciendo un esfuerzo por terminar con la corrupción. Pero no aparecen junto a los empresarios enjuiciados los funcionarios que hicieron posible la compra fraudulenta. La ira pública crece sobre lo que muchos iraníes creen que es una corrupción endémica entre sus líderes y la élite empresarial.
El presidente Hassan Rohani, un conservador pragmático, hizo de la lucha contra la corrupción una de sus principales promesas de campaña cuando consiguió la reelección el año pasado. En el bazar dicen que logró algunos avances, e incluso enfrentó los negocios sucios dentro del imperio empresarial controlado por la Guardia Revolucionaria, la poderosa fuerza militar de la línea dura del régimen. Pero después de que Estados Unidos se retirara en mayo del acuerdo nuclear firmado junto a las potencias mundiales y reimplantado las sanciones contra la República Islámica, las nuevas restricciones a las fuentes de financiamiento llevaron a una profusión de más casos de corrupción. Los empresarios políticamente conectados se aprovecharon de la crisis para enriquecerse.
El descontento impulsó una campaña popular de lucha contra la corrupción en las redes sociales que puso la lupa sobre la vida de los hijos de la elite gobernante, de quienes se sospecha que usaron sus posiciones privilegiadas para acumular grandes riquezas. La campaña que se hizo bajo el hashtag "#¿Dónde está tu hijo?" se viralizó e incluso tuvo el apoyo de algunos funcionarios del gobierno, como el canciller Mohammad Javad Zarif.
"Ninguna parte del sistema de gobierno es inmune a la corrupción, que contamina a todos los sectores, desde el poder judicial hasta el parlamento y el ejecutivo", explicó el economista Hossein Raghfar al diario Financial Times. "El combate a la corrupción no puede triunfar en las circunstancias actuales, pero el enojo público está ejerciendo una presión ineludible sobre los responsables de las políticas para enfrentarlo".
La última ola de corrupción está relacionada con las medidas tomadas por el gobierno para restringir la asignación de divisas y estabilizar el rial. Los importadores deben solicitar al Banco Central acceder a euros a una tasa favorable para cualquier transacción y supuestamente tienen prioridad los sectores como el de alimentos y productos farmacéuticos. Para esto, las autoridades monetarias mantienen la tasa de cambio en 42.000 riales por dólar, mientras que en el mercado negro la divisa se cotiza un 60% más cara. Por lo tanto, los importadores que reciben euros a la tasa de cambio oficial pueden obtener enormes ganancias vendiendo productos importados a la tasa informal en el mercado interno. El banco central también vendió miles de millones de dólares de las reservas de oro moneda en un intento por frenar los precios que se dispararon cuando los iraníes compraron el metal precioso como ahorro.
Todo esto desató una verdadera lucha interna dentro del "círculo rojo" del poder. El ayatolá Jamenei se muestra desesperado buscando que el régimen presente un frente unido mientras se intensifica la presión de Estados Unidos. En los últimos discursos reiteró su pedido al Poder Judicial para que vaya a fondo con las investigaciones de corrupción. Y las facciones rivales aprovechan la coyuntura para acusarse mutuamente de los desfalcos mientras continúan con la durísima represión contra las protestas populares.
El Consejo Nacional de la Resistencia Iraní (CNRI), que funciona desde Francia y monitorea la violación de los derechos humanos en el país, informó que al menos 50 manifestantes fueron asesinados desde diciembre pasado. Afchine Alavi, uno de los directores del CNRI, explicó en conferencia de prensa en París que 15 de esas personas murieron a causa de la tortura.
Los arrestados fueron más de 8.000 desde que comenzó esta sucesión de protestas hace nueve meses. También dieron la lista de unos 700 miembros del régimen implicados en la represión, entre ellos varios altos oficiales de los Guardianes de la Revolución y militares que actúan vestidos de civiles.
La nueva ola de protestas se inició en enero de este año cuando la gente salió a las calles de 80 ciudades del país para manifestarse en contra de la suba de los precios. No fueron tan masivas como las del 2009, que realmente hicieron temblar al régimen, pero desde entonces no se ve una mejor organización y consignas concretas más allá de las libertades individuales.
En la última semana, decenas de miles gritaron "muerte a la corrupción" en Arak, Isfahan, Karaj y Shiraz, además de Teherán. Y en un hecho inédito, en la ciudad de Eshtehard, al oeste de la capital, los manifestantes atacaron una escuela coránica y obligaron a 500 clérigos y estudiantes a correr por sus vidas.
Irán está convulsionado y en el bazar central creen que la única salida para el régimen de los ayatollah es la de aprobar cambios radicales al tiempo que expulsan a sus miembros más corruptos.
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