Fotografías analógicas de gente común que son el reflejo corroído de otra época, de un tiempo no muy lejano antes de que el frenesí de la era digital marcara otro clima, otra estética, otra performatividad del sujeto en la imagen. Son negativos rescatados de la basura, cientos de miles, casi un millón, que revelan sutilmente la transformación de China en dos décadas: el paso al post socialismo, su apertura a occidente y el salto desenfrenado a la sociedad de consumo.
Antes de que el proyecto Beijing Silvermine naciera, el fotógrafo francés Thomas Sauvin tenía apenas una idea vaga de cómo haría para encontrar en China eso que quería. Pensaba, quizá, que alguien podría tener en algún cajón de su casa sobres olvidados de fotos sin revelar. Encontrarlos era parte de su trabajo pero también su obsesión. Y buscó en algunos lugares: mercados de pulgas, subastas, eBay. Hasta que un día en un foro en internet se topó con Xiaoma, un reciclador que compraba negativos por kilo para otro fin muy distinto del que él tenía.
Todo ocurrió en 2009, mientras trabajaba para The Archive of Modern Conflict, una organización que busca material autóctono relacionado más que nada con la historia de las guerras. Su misión era hallar imágenes chinas como postales, póster, revistas, catálogos, fotos, entre otras cosas. Su encuentro con Xiaoma fue en un lugar apartado en el norte de Beijing, donde tenía su planta de reciclaje; los negativos los utilizaba para extraer nitrato de plata que vendía a industrias químicas.
"No esperaba encontrar una mina (de negativos) tan grande, con tantas imágenes, esperaba más que una persona cualquiera de manera casual me vendiera un sobre con fotos sin revelar", dice Sauvin en repuesta a preguntas enviadas a su correo electrónico por Infobae.
Desde Occidente, China parece ser ese lugar lejano y extraño, con costumbres y formas de vida distintas, sin embargo este inmenso archivo fotográfico nos muestra algo tremendamente familiar.
"Ciertamente hay un elemento de universalidad y eso es absolutamente crucial en este trabajo. Las historias que escuchamos de China, las noticias que escuchamos de China, la fotos que usualmente vemos de China, no tienen nada de universal, son simplemente folclóricas, muy específicas de algo. Es la forma como este país es representado, algunos lo aman por su cultura milenaria y otros lo odian por cuestiones políticas. Y Beijing Silvermine es un archivo sobre la vida diaria, muy neutral, que está en el medio; es entrañable, es familiar y nos podemos identificar con él", dice.
A Sauvin le gusta pensar que el espectador puede encontrar allí algo de lo humano, y no simplemente lo particular de la cultura china estereotipada. "Podemos ver nuestras vidas, nuestra relación con la fotografía y algunas otras cosas como si estuvieran en nuestro propio álbum", agrega.
Para emprender un proyecto de esta magnitud se necesita ser metódico, disciplinado y un poco obsesivo. Los negativos que hacen parte del archivo han sido escaneados, numerados, editados y en total suman unos 850,000. Pero Thomas no para y sigue recibiendo más y más, aunque solo si vienen de Xioma.
"Es importante para mí que provengan solo de él y no por otro camino, estos son negativos que tenían como fin ser destruidos, que iban a desaparecer. Entonces una vez que sabes esto no ves la fotografía de la misma forma, crea una tensión que es bien interesante para mí", dice.
A Thomas aún le cuesta describir cómo es el proceso de su trabajo, solo atina a decir que es algo confuso e instintivo, en lo que se refiere al criterio para escoger las imágenes. Asegura que los más importante cuando se trabaja en un archivo de este tipo es tener la mente en blanco y observar. "Digamos que he estado trabajando 10 años en esto y usualmente le dedico tres horas por día. Entonces observo, una y otra vez, hasta que algo emerge casi que orgánicamente de ese proceso", dice.
En ese archivo que parece inagotable, que va de 1985 a 2005, hay elementos en las imágenes, situaciones que se repiten y que revelan algunos de los cambios que en ese periodo de 20 años atravesó la sociedad china. Es cuando se empezaron a ver los efectos de la Reforma Económica que inició en 1978, con un país cada vez más rico, en donde tener dinero ya no era tan mal visto; viajar al extranjero se hacía por gusto y no por necesidad y la diversión estaba ligada más que nada al consumo.
"Cuando las personas empezaron a ganar dinero, comenzaron a comprar televisores, refrigeradores y se tomaban fotos con esos electrodomésticos. Esas fueron las décadas en las que China se abrió a Occidente, y algunos elementos de ese mundo entraron en la vida de las personas. Hay dos buenos ejemplos: uno es el lugar que McDonalds y Ronald McDonald empezaron a tener en las fotografías, otro son los pósters con actores extranjeros que estaban colgados en las paredes de los hogares", explica.
Thomas, que tiene 34 años y creció en París, llegó a China en 2003 a estudiar mandarín. Desde ese momento el gigante asiático se convirtió en su hogar y estableció su estudio fotográfico en su capital, Beijing, donde recibe esporádicamente entre 50 y 60 kilos de negativos de Xioma para seguir alimentando ese proyecto que aún no sabe con exactitud cuánto tiempo más va durar, pero cree que saber en qué momento puede terminar.
"No sé cuándo puede parar, pero parará algún día porque la fotografía digital borrará a la análoga de la faz de la Tierra, o al menos en su uso diario. Y yo seguiré recolectando negativos mientras me sigan llegando y espero que este proyecto sea testigo de la muerte de la fotografía analógica en China", concluye.
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