Solo hay dos formas en las que puede terminar la disputa diplomática entre Estados Unidos y Turquía: en un compromiso que rescate la relación lo mejor posible o en una ruptura total con consecuencias devastadoras tanto para la economía turca como para los intereses estratégicos regionales de los EEUU. Cualquiera sea el desenlace, no habrá vuelta atrás a como estaban las cosas antes de la crisis vigente.
El arresto por parte de las fuerzas de seguridad turcas del pastor evangélico estadounidense Andrew Brunson, hace casi dos años, pudo haber sido, por poner un punto de referencia, el disparador de una disputa diplomática subyacente que hoy amenaza con una crisis económica profunda y grave para Turquía. El pastor Brunson, junto con varios ciudadanos extranjeros fueron detenidos a raíz del fallido intento de golpe de Estado de 2016, ha sido acusado de "apoyar el terrorismo". Sin embargo, cuando un acuerdo para la liberación de Brunson parecía probable, ya que funcionarios turcos viajaron a Washington la semana pasada con ese fin, las negociaciones se desmoronaron -aparentemente- por las demandas turcas de último minuto.
Mientras tanto, las tensiones se han intensificado. La administración Trump ha impuesto sanciones a los ministros de Interior y Justicia de Turquía, y el presidente Erdogan amenazó con represalias obteniendo el apoyo de la mayoría de la oposición turca.
La semana pasada, el portal especializado en asuntos militares y globales Stars and Stripes informó que un grupo de abogados progubernamentales turcos presentaron cargos contra varios oficiales estadounidenses de la Base Aérea Incirlik, acusándolos de tener vínculos con grupos terroristas y exigiendo que todos los vuelos que salen de la base se suspendan temporalmente y se ejecute una orden de registro de esa para interrogar a los oficiales estadounidenses investigados.
El peligroso punto muerto actual es, en parte, por la acumulación de años de resentimiento del Gobierno turco
El peligroso punto muerto actual es, en parte, por la acumulación de años de resentimiento del Gobierno turco, a pesar de que ambos países han mostrado y publicitado una sociedad fiel y exitosa. El apoyo a Turquía, una vez inexpugnable entre los líderes de la política exterior de EEUU en el Congreso, se ha visto debilitado por años de deslizamiento autoritario, un deterioro de los derechos humanos y la cooperación encubierta de Turquía con Rusia e Irán en algunos asuntos de la guerra siria.
También los planes de Turquía para una compra por 2.000 millones de dólares de los sistemas de misiles S-400 de fabricación rusa, que según la OTAN son incompatibles con los sistemas aliados y las restricciones al uso estadounidense de la base aérea Incirlik, han exacerbado la crisis diplomática actual. El sentimiento de fastidio es mutuo. Erdogan nunca se ha recuperado del enojo por la forma en que sus aliados manejaron las horas posteriores al anuncio de un intento de golpe de Estado en julio de 2016. El líder turco también está molesto por el apoyo estadounidense a la milicia kurda que lucha contra el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) en el norte de Siria; y a principios de este año, Erdogan amenazó a las tropas estadounidenses con una "bofetada otomana" si EEUU intentaba bloquear la incursión militar de Turquía en el noroeste de Siria, la zona kurda conocida como "el Triángulo de Hasaka".
Una fuente importante de disputas ha sido la negativa de EEUU a entregar al clérigo turco radicado en Pensilvania Fethullah Gulen, el religioso es un antiguo aliado de Erdogan y ahora un enemigo, a quien Erdogan culpa de estar detrás del golpe de 2016 y otros intentos por destituirlo.
La cancelación por parte de Trump del acuerdo nuclear con Irán es otro punto insidioso para la Turquía de Erdogan, ya que la mitad de las importaciones de petróleo de Turquía proviene de Irán, y el Gobierno turco sostiene que la reimposición de sanciones contra Teherán perjudica también a la economía de Turquía.
La administración estadounidense ha guardado silencio sobre otras detenciones de ciudadanos estadounidenses en Turquía. Pero estaba lista para llegar a un acuerdo para la liberación del pastor Brunson. Washington ya había pedido a Israel que liberara a Ebru Ozkan, un ciudadano turco que fue arrestado allí bajo sospecha de ayudar a Hamas. Israel lo deportó un día después de que Trump llamó al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Según informes filtrados del Pentágono y publicados en periódicos del mundo árabe islámico, la administración Trump estaba dispuesta a permitir que Hakan Atilla, ex alto ejecutivo de Halkbank, de propiedad estatal, condenado por violar las sanciones de Irán, cumpliera el resto de su sentencia de prisión en Turquía. El acuerdo fue anulado, según los informes, cuando Turquía solicitó un resarcimiento multimillonario en favor del Halkbank y una garantía de que cualquier futura investigación sería cancelada.
"Los EEUU pueden permitirse jugar un juego más largo. Las elecciones del 24 de junio pudieron haber fortalecido el poder de Erdogan, pero no ganó por un margen del tamaño de Putin. Con gran cantidad de reclamos y denuncias por irregularidades, Erdogan superó apenas el 52%", declaró una fuente de la administración estadounidense solicitando anonimato al periódico New York Times a finales de junio .
Turquía está dividida políticamente, y cuanto más coacción utilice Erdogan para gobernar, más vulnerable será, especialmente si la economía turca sigue sufriendo. Esto se aprecia hoy con el principal barómetro de la confianza en el país: el declive de la lira dice mucho al respecto.
Erdogan está sacrificando la economía turca para mantener al evangélico Brunson como moneda de negociación
Aun así, una solución diplomática es claramente preferible a que la escalada continúe. No obstante, el presidente Erdogan está sacrificando la economía turca para mantener al evangélico Brunson como moneda de negociación. Sin embargo, una relación fracturada con Washington también pondrá a prueba las relaciones de Turquía con la Unión Europea (UE) y generará más pánico en inversores que cada día están asustados de las políticas turcas. De todos modos, el apoyo estadounidense a Turquía no se desmoronará en un día. La relación funde sus vínculos en múltiples niveles, tanto dentro como fuera del Gobierno, y por muy buenas razones, como afirman Asli Aydıntaşbaş y Kemal Kirisci en un documento publicado por Brookings en abril de 2017.
Por malo que parezca, Ankara es crucial para Washington, sin Turquía es difícil ver cómo se podría sostener un orden mundial basado en las normas de los EEUU en esa región. Es más difícil aún imaginar una política exitosa para contener el caos en Oriente Medio sin reconocer a Turquía como jugador relevante para ese fin. Del mismo modo, posiblemente no haya naciones de mayoría musulmana además de Turquía que puedan servir como un puente con el mundo occidental, aunque sea, dentro de los parámetros democráticos a los que los turcos se han acostumbrado, y EEUU sabe acerca de eso.
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