La noticia del derrumbe del puente Morandi en Génova cayó como un rayo en medio de la tranquilidad veraniega de un país que se prepara para celebrar el Ferragosto, el día de descanso acaso más sagrado para los italianos.
En estos días apacibles la gente olvida las preocupaciones, la crisis, las controversias políticas. Los diarios casi no tienen noticias y toda la atención está puesta en los últimos días del mercado de pases del calcio italiano, el fútbol.
Pero hoy, después que noticia se difundiera gracias a la inmediatez de WhatsApp y el boca a boca de los vendedores en la playa, la gente abandonó la protección de las sombrillas.
Hubo preocupación, porque en el norte del país casi no hay persona que no tenga algún conocido transitando por esa ruta camino a la costa. Los mensajes y los llamados se multiplicaron.
Y después hubo tristeza y rabia. Porque el derrumbe de Génova es sólo la ultima tragedia causada por problemas en la infraestructura de un país que supo ser pionero en Europa pero que ahora sufre las consecuencias de la falta de mantenimiento y prevención.
Algunos ejemplos recientes: el puente de Ancona colapsado el 9 de marzo de 2017 dejando dos muertos; el derrumbe en abril de 2017 en Piamonte en el que dos carabineros se salvaron por milagro. Y el episodio ocurrido en 2014, cuando un puente inaugurado en Sicilia pocos días antes de Navidad se derrumbó el dia de Año Nuevo.
"El país se derrumba", es un comentario que en estas horas se escucha con frecuencia, mientras la asociación de los constructores denunció recientemente que 270 obras fundamentales están paradas debido a la burocracia.
Tras su construcción, el puente Morandi era apodado "puente de Broolkyn" por su parecido con el celebre puente neoyorquino. Era un símbolo del "milagro italiano" de los anos 60, la definitiva recuperación del país después de la guerra. La sensación es que que ahora puede convertirse en un símbolo de su decadencia.
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