Un rascacielos cuyo dueño presume como sede de la cascada artificial más alta del mundo es el más reciente ejemplo de la extravagante arquitectura que sorprende en China en medio del crecimiento económico e inmobiliario que atraviesa el gigante asiático.
La torre, construida en la ciudad de Guiyang, tiene una caída de agua de 108 metros, pero tanto ostento podría resultar perjudicial. Si bien el edificio, llamado Liebian International Building, no está terminado, el agua ya comenzó a circular.
Sin embargo, con la obra inconclusa, ya comenzaron los problemas. Los dueños se quejan del alto precio que lleva bombear el agua hasta la cima, estimado en 120 dólares por hora.
Utiliza agua corriente, de lluvia y del subsuelo. Ante las quejas, en dos años solo ha sido encendida seis veces.
Según los desarrolladores, la estructura rinde un homenaje a la naturaleza de la región, pero los usuarios chinos no dudaron en hacer de la construcción un hazmerreír.
"Si la prenden una vez cada tanto, se ahorrarán la limpieza de las ventanas y recuperarán el costo", se burló un usuario en la red Weibo.
El tema de las obras poco convencionales fue incluso mencionado por el presidente Xi Jinping, quien en 2014 pidió que se ponga fin a lo que llamó "arquitectura extraña". Su demanda, parece, no fue escuchada por todos.
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