En septiembre de 2012, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, realizó un discurso memorable ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Muchos recordarán sus palabras mientras sostenía una pancarta que mostraba un dibujo animado de una bomba atómica.
Ese discurso de Netanyahu en la ONU mostró el máximo de los esfuerzos diplomáticos que los israelíes podían ofrecer en un intento por movilizar a la comunidad internacional para tomar medidas contra el programa nuclear de Teherán.
La amenaza implícita era tan clara como la línea roja que dibujó Netanyahu: "en el caso en que el mundo no actuara", entonces Israel no tendría más remedio que llevar a cabo un ataque militar. El mensaje fue claro, si la comunidad internacional no frenaba a Irán, entonces Israel lo haría.
Con la firma del acuerdo nuclear entre el Grupo 5+1 e Irán al año siguiente, la amenaza de Netanyahu nunca se materializó.
Avanzando en una línea de tiempo hasta el presente, y ante el casi seguro colapso del acuerdo nuclear como resultado de la decisión del presidente Donald Trump de retirarse de él, bien podemos ver renovadas las amenazas tanto de Israel como de los Estados Unidos de usar la fuerza contra Irán.
Esto es una realidad si Teherán decide reanudar su producción y almacenamiento de uranio enriquecido en las cantidades y niveles de pureza similares a los que produjo antes del acuerdo. Ante ese escenario, un ataque israelí contra las instalaciones nucleares de Irán sigue siendo una posibilidad que nadie puede aseverar que sea remota.
Los europeos no están teniendo éxito en sus intentos por salvar el acuerdo. Pero incluso si no lo hacen, es poco probable que los iraníes intenten "detonar" una bomba; e incluso si lo hacen, todavía están a más de un año de producir suficiente material fisible para una sola arma.
No obstante, la comunidad internacional no tiene ninguna duda de que Israel hoy está mejor posicionado para llevar a cabo un ataque efectivo contra las instalaciones nucleares de Irán, como también para enfrentar las repercusiones de lo que estaba en el momento del discurso de Netanyahu en la ONU, hace seis años. Esto es un hecho que debe considerarse en la medida en que la comunidad internacional e Irán dejen de lado lo acordado anteriormente en respuesta a la retirada de los EEUU del Acuerdo.
Desde 2010, cuando el gobierno israelí consideraba seriamente la opción militar, muchos dudaban de su capacidad para llevar a cabo un ataque efectivo que cause un daño significativo al programa nuclear iraní.
A diferencia de los programas nucleares sirios e iraquíes, donde un solo ataque en una sola instalación fue suficiente para eliminar el potencial nuclear de ambos países, el programa iraní está compuesto por docenas de sitios situados estratégicamente por todo el país.
Además, ciertas instalaciones iraníes clave no solo están protegidas por sistemas avanzados de defensa aérea, sino que también están fuertemente fortificadas. Por esta razón, los analistas militares evaluaron que un ataque efectivo requeriría repetidas oleadas de ataques aéreos, que posiblemente durarán varios días, requiriendo aviones de guerra israelíes para viajar miles de kilómetros para reabastecerse y rearmarse. Sin duda, esa sería una operación desafiante incluso para una superpotencia.
No obstante, tales ataques habrían desencadenado una feroz represalia del grupo chiita Hezbollah, el aliado de Irán en Líbano, incluido el lanzamiento de miles de cohetes y misiles con un alcance que abarca todo el territorio israelí, y en ese momento, Israel no contaba con sistemas de defensa completamente efectivos que pudieran abordar esta amenaza de lanzamiento masivo de misiles.
Hoy, el sistema Cúpula de Hierro (Iron Dome), diseñado para interceptar cohetes con un alcance de varios kilómetros, acompaña al desarrollo del sistema de defensa David Sling, diseñado para interceptar misiles con un alcance mucho mayor que los misiles disponibles en el arsenal de Hezbollah que amenazan a Tel Aviv, a instalaciones estratégicas y otra infraestructura sensible israelí.
Finalmente, las secuelas de cualquier ataque israelí incluirían no solo una larga guerra con Hezbollah sino también fuertes condenas diplomáticas. Israel habría necesitado un paraguas diplomático estadounidense para abordar distintas iniciativas hostiles en el Consejo de Seguridad de la ONU, así como asistencia militar para resistir un prolongado conflicto con el grupo político terrorista chiita, y en aquellos años "no estaba nada claro" que la administración de Barack Obama hubiera proporcionado tal protección y apoyo.
En la actualidad, las cosas son muy diferentes: Israel está mejor posicionado en todos los sentidos para llevar a cabo un ataque y para hacer frente a sus consecuencias. Desde el punto de vista operacional, el acercamiento de las relaciones entre Israel y algunos países de la región que se ha dado en los últimos años abre un amplio abanico de posibilidades a la Fuerza Aérea israelí, y la aproximación a través de Estados Unidos con los países árabes socios regionales de Washington ofrece a los israelíes un escenario muy distinto al del pasado, y muy positivo considerando los cambios que se llevan adelante en Arabia Saudita.
En el aspecto militar, Israel ha dado un salto gigantesco en los últimos años, en términos de capacidad aérea puede lanzar mayor cantidad de explosivos, con mayor precisión y a muchos más objetivos en menos tiempo. Además de eso, en diciembre pasado Israel declaró operacional su flota de cazas furtivos F-35 fabricados en los EEUU.
La flota aún es pequeña, 12 aviones, pero los israelíes planean tener en operaciones a dos escuadrones completos en poco tiempo. Es cierto que los iraníes también han fortalecido sus capacidades defensivas, al recibir baterías S-300 de Rusia que han desplegado alrededor de sus instalaciones más estratégicas. Sin embargo, en el plano militar y operacional, Israel cree que podría superar esas defensas incluso sin el uso de sus nuevos F-35.
En el escenario político, la administración Trump -a diferencia de la era de Obama- probablemente acepte proporcionar a Israel "bunkers Buster" (bombas que serían esenciales para destruir los elementos clave del programa nuclear iraní), específicamente la instalación de enriquecimiento de Fordow, que está enterrada en una montaña cientos de metros bajo tierra.
Los israelíes también están mejor posicionados hoy para hacer frente a las consecuencias de un ataque. En primer lugar, es seguro que la administración de Trump brindaría protección total en el Consejo de Seguridad, mientras que también entregaría la mayor cantidad de material necesario para sostener una campaña militar israelí que pudiera ser prolongada.
El segundo aspecto es que, mientras Israel podría enfrentar daños significativos -como resultado de fuertes bombardeos de Hezbollah-, el aumento del suministro de misiles, las comprobadas capacidades y el amplio despliegue de las baterías Iron Dome, junto con el sistema David Sling, hacen que la preparación de Israel sea exponencialmente mayor de lo que era hace unos años. A ello se debe sumar el apoyo y soporte de los países del Golfo y de Arabia Saudita, quienes transitan una posición sin retorno en su enfrentamiento con el régimen iraní.
Nada de esto implica que, solo porque Israel está ahora mejor posicionado para llevar a cabo un ataque contra Irán, inevitablemente lo hará. Por ahora, las posibilidades siguen siendo bajas.
Existen muchas restricciones internas y factores internacionales que podrían evitar que Israel eventualmente lance un ataque. Sin embargo, las capacidades mejoradas y los avances acaecidos desde su discurso de 2012 ante la Asamblea General de Naciones Unidas, en el presente, le permiten a Netanyahu tomar una actitud más agresiva y firme hacia Teherán, sabiendo que las perspectivas de éxito de un ataque serán significativamente más altas de lo que eran cuando sostuvo la cartulina de dibujos animados en la ONU.
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