A los seis años, Adul Sam-on escapó de una zona de Myanmar donde dominaban la guerrilla, el cultivo de opio y el tráfico de metanfetamina. Sus padres lo cruzaron a Tailandia y pidieron en una iglesia que le dieran la educación que ellos no pudieron tener. Y a los 14 años, Adul volvió a escapar, esta vez de la cueva de Tham Luang. Es uno de los 12 niños del equipo de fútbol rescatados junto a su entrenador.
Los integrantes de Mu Pa (Jabalíes Salvajes), de entre 11 y 16 años, pasaron más de dos semanas de ordalía atrapados en esa formación en el norte de Tailandia, debido a las intensas lluvias de la temporada del monzón. Perdidos entre el 23 de junio y el 2 de julio, cuando los buzos británicos los hallaron lucían esqueléticos.
Aun hambriento y exhausto, Adul jugó un papel clave en el rescate: fue el intérprete de los buzos británicos. Por su historia de vida, el descendiente de la etnia Wa, emigrado sin nacionalidad, habla con fluidez inglés, tailandés, birmano y mandarín, descubrió The New York Times. Con gran educación se comunicó con los buzos para ayudar en el rescate.
"El martes, en la ciudad fronteriza de Mae Sai, donde Adul vivía en una iglesia, por fin hubo una razón para celebrar", escribió la autora de la crónica Hannah Beech. "El extraordinario rescate del equipo de fútbol infantil fue una causa de alegría infrecuente en un país que ha soportado cuatro años de gobierno militar y una creciente división entre el campo y la ciudad".
Mae Sai está cerca del llamado Triángulo Dorado, la triple frontera donde convergen Tailandia, Myanmar y Laos. "Un centro de contrabando y un santuario para miembros de varias milicias étnicas que han pasado décadas impulsando la autonomía del gobierno de Myanmar que los reprime rutinariamente", describió el periódico de Nueva York.
Tres de los menores atrapados en la cueva pertenecen a esas minorías étnicas sin nacionalidad, al igual que su entrenador, Ekkapol Chantawong, quien también cumplió un importante papel al mantener a los niños con vida.
Los padres de Ekkapol, de la minoría Shan, murieron en Myanmar cuando él era pequeño; él ingresó a un monasterio budista en Tailandia, la opción más común para los huérfanos, donde pasó diez años. Allí asumió las responsabilidades de cuidado de los estudiantes más pequeños, que lo condujeron a ser entrenador. Y aprendió saberes que aplicó ahora: "En la cueva, les enseñó a los niños a meditar, así pudieron pasar el tiempo sin estrés", dijo a The New York Times el monje Patcharadanai Kittisophano.
Adul es el mejor alumno de su clase en la escuela Ban Wiang Phan, en Mae Sai. Por su desempeño y su habilidad obtuvo enseñanza gratuita y almuerzo diario. La quinta parte de los estudiantes carecen de nacionalidad y pertenecen a minorías étnicas, dijo el director, Punnawit Thepsurin, a Beech. Cree que esa misma vulnerabilidad —la falta de documentos de cualquier país, la suerte de haber escapado de una tierra que sólo le ofrecía un lugar en la guerrilla— le permitió fortalecerse. "Los niños sin nacionalidad tienen un espíritu combativo que los hace querer destacarse. Adul es el mejor de los mejores".
Y aun en circunstancias extremas como la situación de la cueva, donde pudo haber muerto, Adul sigue los consejos de sus padres, preocupados por su educación. "Cuando salgas —le escribieron en una nota que le hicieron llegar— tienes que agradecerle a cada uno de los oficiales".
Como Adul, como su entrenador, unas 440.000 personas viven en Tailandia sin nacionalidad, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Pero algunos grupos de derechos humanos estiman que la cifra de estos refugiados —en su mayoría víctimas de la larga disputa entre etnias en Myanmar— puede llegar a 3 millones.
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