Doce niños. Un adulto. Son quienes conforman el equipo del club de fútbol Wild Boar. Y son quienes quedaron atrapados en medio de una cueva en Tham Luang Nang Non, Tailandia. El mundo está detenido y pendiente de lo que ocurre con los menores en horas que son dramáticas por las lluvias que podrían hacer crecer las aguas internas de la montaña.
Arribaron allí hace casi dos semanas luego de una práctica para hacer un picnic, todos en sus bicicletas. Mejor dicho: no todos. Dos de los pequeños no concurrieron.
Ellos son Songpol Kanthawong y Thaweechai Nameng, ambos de 13 años. El primero ni siquiera fue a la práctica de fútbol esa tarde. Y el segundo, tras asistir, debió regresar a su vivienda por orden de sus padres. No había hecho las tareas escolares y no le permitieron asistir a lo que sería un divertido picnic.
Esa noche, alrededor de las 9 p. m., el tío de Kanthawong -también coach de los niños- lo llamó para preguntarle si sabía dónde podía estar Ekk, el entrenador que había partido junto a ellos esa tarde. "Fueron hacia la cueva", respondió. Pero nadie sabía mucho más sobre ellos y la preocupación comenzaba a atrapar a todas las familias.
Al llegar hasta el lugar indicado vieron que todas las bicicletas de los niños estaban allí, en la entrada. Pero no había rastro de los pequeños futbolistas.
Al día siguiente, cuando llegaron los equipos de rescate pero nadie aún sabía cuál había sido la suerte del grupo, Kanthawong comenzó a rezar. Lo hizo initerrumpidamente. Ese día y al siguiente, cuando sus padres le dieron permiso para faltar al colegio.
"Cuando estás en la cueva, no oyes la lluvia. Para cuando llega la lluvia y el agua comenzara a fluir, habrían estado demasiado adentro", contó Nameng, quien conoce muy bien por dentro las cuevas. Es que fue con su grupo de boy scouts reiteradas veces. "Es oscuro y aterrador", añadió en diálogo con el diario inglés The Guardian.
Contrariamente a lo que dijeron algunas cadenas, los niños sí saben nadar, lo que alimenta una ilusión de que podrían salir de allí nadando o buceando. Las cuevas dentro de Tham Laung son estrechas, los pasadizos serpenteantes no permiten caminar por allí con mochilas y apenas pueden pasar ellos.
Desesperanzados, la noche del lunes en Tailandia, Kanthawong escuchó un grito: era su madre que aún estaba despierta y observaba la televisión. Un equipo de buzos británicos había conseguido llegar hasta donde estaban los niños y dar el aviso de que estaban todos vivos y sanos. "Estaba tan feliz", dijo el pequeño.
Ahora, solo restan las horas finales. Quizás las más difíciles de estos días de angustia y zozobra para millones de tailandeses, pero sobre todo, para esas trece familias que aún esperan que los niños y el entrenador regresen a casa.
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