Transcurridas más de tres décadas desde el accidente nuclear de Chernóbil,que tuvo lugar el sábado 26 de abril de 1986 en la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, a 3 km de la ciudad de Pripyat en la actual Ucrania, los efectos de la radiación todavía se sienten en la región.
Considerado, junto con el accidente nuclear de Fukushima I que tuvo lugar en Japón en 2011, como el más grave en la Escala Internacional de Accidentes Nucleares, la catástrofe de Chernóbil constituye uno de los mayores desastres medioambientales de la historia.
Además de los dos empleados de la planta que murieron como consecuencia directa de la explosión y del fallecimiento de otros 29 en los tres meses siguientes, unas mil personas recibieron grandes dosis de radiación durante el primer día después del accidente.
En total, 600.000 personas recibieron dosis de radiación por los trabajos de descontaminación posteriores al accidente. Se estima que tras la explosión, unos 5 millones de personas vivían en áreas contaminadas y 400.000 en áreas gravemente contaminadas.
Según un artículo compartido por el periódico The New York Times, las consecuencias de los trágicos sucesos de 1986 todavía son sufridas por los nacionales ucranianos. Los elevados niveles de radiación que registra la leche es uno de esos lamentables recordatorios.
Más allá de que las vacas en cuestión hoy viven a relativa gran distancia del sitio de la explosión, el peligroso producto elaborado por los animales locales, consumido por niños y adultos, es parte de un problema que podría persistir por décadas. En el reporte compartido el pasado viernes, llevado adelante por científicos de Greenpeace afiliados a la universidad de Exeter en Gran Bretaña y al Instituto Ucraniano para Radiología Agrícola, las cifras reveladas son alarmantes.
En pueblos ubicados a más de 225 kilómetros de distancia de la zona del desastre, los niveles de radioactividad registrados en la leche exceden hasta en cinco veces los límites estipulados para adultos por el gobierno de Ucrania. En el caso de los niños, el ratio se eleva a 12 veces.
Los expertos involucrados en la investigación aseguran que sin una intervención a gran escala, la radiación se mantendrá por encima de los niveles permitidos en adultos hasta el año 2040. En cuanto al umbral permitido para niños, el pronóstico es todavía más extendido.
El estudio compartido en la revista de Medioambiente Internacional, examinó muestras de 14 poblados en la región de Rivne, ubicada al noroeste de Ucrania, en su mayoría comunidades rurales de bajos recursos. Allí, la leche es consumida tanto por los granjeros como por los residentes.
Las variaciones halladas en los niveles de radiación fueron amplias y aspectos como las condiciones del suelo influyeron en los resultados. "Estas personas saben que la leche no es segura pero aseguran no tener otra opción dado que tienen que alimentar a sus familias" aseguró al NYT Iryna Labunska, la autora principal de la universidad Exeter a cargo de la investigación.
El principal peligro proviene del isotopo Cesium-137 que permanece en el suelo por un período extendido y se acumula en la vegetación que consumen las vacas. La exposición al mismo puede generar una variedad de problemas a la salud, entre los que se destacan las cataratas y males digestivos.
Expertos aseguran que hasta hoy no existen trabajos concluyentes sobre la incidencia real, y no teórica, de este accidente en la mortalidad poblacional.