François Hollande fue el presidente más impopular en la historia de Francia. Terminó su mandato en 2017 siendo rechazado por el 78% de la población, y dejó destruido al Partido Socialista, que salió quinto en las elecciones, con apenas 6 por ciento de los votos.
No es fácil entender cómo un joven casi desconocido y con escasa experiencia política, que fue ministro de Economía de ese gobierno tan impopular entre 2014 y 2016, llegó a ser presidente. Ocho meses necesitó Emmanuel Macron para fundar su fuerza política —¡La República En Marcha!— y derrotar en las elecciones a las principales estructuras partidarias del país, el Socialismo, Los Republicanos y el Frente Nacional de Marine Le Pen, a quien se impuso en el ballotage del 7 de mayo de 2017.
En un momento de profunda crisis de la política francesa por el estancamiento económico y la falta de respuesta a los problemas crónicos del país, encandiló a buena parte de la opinión pública. Con un discurso y una imagen hábilmente trabajadas, logró presentarse como un líder renovador y profesional, capaz de encarar la necesaria modernización de Francia.
Macron demostró ser un gran candidato. Tras llegar a la presidencia casi de la nada, consolidó su poder con un amplio triunfo en las elecciones legislativas de junio, en las que obtuvo la mayoría en la Asamblea Nacional.
Pero una cosa es hacer campaña persuadiendo de la necesidad de un cambio profundo, y otra cosa mucho más compleja es gobernar concretando esa agenda de transformación. Hacer reformas en una sociedad tradicional como la francesa, con estructuras políticas, culturales y económicas anquilosadas, implica enfrentarse a actores muy fuertes, que no están interesados en que nada cambie.
Por otro lado, ninguna transición es fácil e incluso personas que están a favor de las modificaciones pueden terminar sufriendo sus consecuencias. Esta es una de las explicaciones de que, a 100 días de haber asumido, luego de que la gestión cotidiana desgastara el maquillaje y dejara descubiertas todas sus fisuras, el apoyo a Macron haya caído del 64 al 36 por ciento. Fue la mayor caída desde que hay registros estadísticos, superando incluso a la de Hollande, que a esa altura conservaba una aceptación del 50 por ciento.
Sin embargo, el presidente más joven de la historia gala —asumió con 39 años y cumplió 40 en diciembre— ya demostró que no es como su antecesor. Luego del bajón de los primeros meses, su popularidad repuntó y se mantuvo estable. Este 14 de mayo cumplirá un año en el Palacio del Elíseo con el respaldo del 44% de la población, según una encuesta de IFOP-JDD. Es bastante más que el 25% con el que llegó Hollande y el 36% que tenía Nicolas Sarkozy (2007-2012).
Un presidente innovador, pero tradicional
"Es a la vez muy nuevo y muy clásico. Nuevo porque fue elegido cuando nunca se había presentado a ninguna elección, y lo hizo al frente de un movimiento creado para esos comicios, que no existía en 2016. Pero también es muy clásico, aunque su juventud y su trayectoria tiendan a disimularlo. Viene de la clase media, pasó por todas las universidades prestigiosas que llevan a posiciones de poder en Francia, como el Instituto de Estudios Políticos de París y la Escuela Normal de Administración, y luego por instituciones que son reservorios para futuros gobernantes, como inspector general de Finanzas y secretario de la Presidencia", dijo Olivier Baisnée, director de investigación del Instituto de Estudios Políticos de Touluse, consultado por Infobae.
Esa síntesis entre lo nuevo y lo viejo se palpa en casi todos sus actos. Por un lado, tiene un estilo de comunicación totalmente innovador. Es muy claro al hablar, sabe empatizar con sus interlocutores y se mueve como un actor ante la cámara. Pero, por otro lado, ejerce el poder de manera vertical y por momentos autoritaria, con una impronta que recuerda a Charles de Gaulle, padre de la Quinta República, que gobernó entre 1959 y 1969.
"Es un presidente clásico. Omnipresente, que incluso se pone en contacto con el francés impopular, que tiene mucha visibilidad en la escena internacional, lo cual lo hace muy presidencial en sus atributos tradicionales. Pero también es un presidente que impone un nuevo estilo, más directo, que asume la maquinación política en un primer plano. Es muy seductor, y, al mismo tiempo, poco respetuoso de los cuerpos intermedios, como los partidos y los sindicatos", dijo a Infobae Rémi Lefebvre, profesor de ciencia política en la Universidad de Lille.
El decisionismo que lo caracteriza es una consecuencia lógica de ser un líder político que tiene mayoría parlamentaria y que llegó al poder sin necesidad de apoyarse en ninguna estructura ni de hacer grandes concesiones ante nadie. No podría ser más grande el contraste con su predecesor, que se destacaba por su inmovilismo y que sólo podría transmitir vacilación.
"Macron definió su presidencia en contra de la de Hollande, que era lento, pesado, indeciso. Hay algunas similitudes con Sarkozy, el 'presidente rápido', que desafió algunos códigos tradicionales del cargo. De hecho, Macron se constituye a partir del legado de mandatarios anteriores, especialmente De Gaulle, en su intento de restaurar la naturaleza vertical de la presidencia francesa. Es decidido, resoluto, corajudo, todas cualidades personales fuertes. Pero es igualmente incapaz de escuchar las críticas o de aceptar la contradicción. Es bastante arrogante", sostuvo Alistair Cole, profesor del Instituto de Estudios Políticos de Lyon, en diálogo con Infobae.
De todos modos, no se puede comprender por qué alguien como Macron llegó al poder, ni por qué puede ejercerlo de la manera en que lo ejerce, si no se capta la naturaleza extraordinaria del contexto político. Francia vive un proceso de transición que no se veía desde hace muchas décadas atrás.
"Es más joven que sus predecesores, no pertenece a un gran partido bien establecido en el paisaje político y trasciende la división entre izquierda y derecha. Pero es principalmente la coyuntura, el estado del sistema político y de partidos, lo que constituye la mayor diferencia con las presidencias anteriores. Desde el comienzo de la Quinta República, es el primer mandatario que no tiene en frente ninguna oposición creíble", explicó Paul Bacot, profesor emérito de ciencia política e investigador del Laboratorio Triángulo, de Lyon, consultado por Infobae.
Un ambicioso plan de reformas
"Macron presentó su programa de gobierno muy tarde, recién un mes y medio antes de las elecciones, y bajo presión —dijo Baisnée—. Pero, un año más tarde, ya estaba muy claro: es un plan de liberalización y desregulación, basado en una política de oferta".
Su prioridad absoluta es mejorar la productividad de la economía francesa, algo que desde su punto de vista es necesario para alcanzar mayores niveles de desarrollo en un mercado global cada vez más competitivo. Con eso en mente, simplificó y disminuyó el régimen de tasas sobre los ingresos de capital, y comenzó a desandar un camino de baja gradual de los impuestos corporativos, con la intención de incentivar la inversión.
También redujo el impuesto a la riqueza, lo cual le ahorrará a unos 330 mil contribuyentes un promedio de 10.000 euros por mes. Este tipo de iniciativas llevaron a sus detractores a acusarlo de "gobernar para los ricos".
Según estimaciones del Observatorio Francés de Condiciones Económicas (OFCE por su sigla original), el 5% más adinerado de la población culminará 2018 con un alza de 1.6% en su poder adquisitivo. Al mismo tiempo, el 25% de los hogares más pudientes, y el 5% de los más pobres, verán una leve contracción de sus ingresos. El primer grupo, por el aumento de las contribuciones sociales generales, y el segundo, por la suba de los tributos ecológicos y al tabaco —es decir que el impacto lo sentirán sólo los fumadores—.
Como contrapartida, redujo los impuestos sobre la vivienda y las cargas de los asalariados privados, e incrementó los beneficios sociales para los trabajadores de menores ingresos, para discapacitados y para pensionados. Pero el impacto de estas medidas se sentirá con mayor fuerza en 2019, año al cabo del cual casi todos los segmentos mejorarán su poder adquisitivo, con la única excepción del 15% más rico —aunque el 5% de arriba seguirá siendo el gran ganador, por la reducción de los tributos sobre el capital—.
"Es un gobierno muy ambicioso, que se mantiene fiel a sus armas —dijo Cole—. Macron se jacta de estar haciendo lo que dijo que iba a hacer, de estar siendo fiel a sus promesas. Utiliza una inteligente estrategia política de la reforma permanente, aunque la opinión pública pone en cuestión su afirmación de ser de centro y lo ubica a la derecha del espectro. Hasta acá es uno de los presidentes más reformistas de la Quinta República. Está más focalizado en el liberalismo que en la protección, por eso lo acusan de ser presidente de los ricos, pero no le tiene miedo a defender lo que cree mejor para los intereses de la Nación".
El otro gran eje de su programa de modernización apunta a combatir ciertas rigideces de la legislación laboral, en particular algunos privilegios que tienen los sindicatos, que a los ojos de Macron tienen un impacto negativo sobre el crecimiento económico. Las reformas más generales comenzaron a fines del año pasado, cuando el Gobierno flexibilizó las normas de contratación y despido, y amplió las facultades de las empresas para negociar las condiciones de trabajo.
Como era esperable, los gremios llamaron a invadir las calles resistiendo los cambios. Sin embargo, mucho más débiles que en el pasado, no han demostrado el poder de convocatoria y organización necesario para torcerle el brazo al presidente, que parece estar ganando.
"Los sindicatos se oponen tanto al contenido de las reformas como al modo en que se están implementando. No hay negociación, sólo consulta. Pero, desde el punto de vista político, es poco probable que fracase. Los cambios ya fueron definidos y votados. En el campo social las cosas son más complicadas porque ahí sí hay mucha oposición, con paros en los ferrocarriles, bloqueos en algunas universidades, huelgas en hospitales y en la Justicia. El Gobierno responde que tiene la legitimidad política para hacer lo que hace, porque aplica el programa para el que fue electo, lo cual es cierto", afirmó Baisnée.
La gran batalla es ahora contra los trabajadores ferroviarios. La Asamblea Nacional aprobó en abril una reforma que busca terminar con el monopolio de la compañía estatal, la deficitaria SNCF, cuyos empleados tienen el trabajo garantizado de por vida, además de incrementos salariales automáticos todos los años.
La empresa seguirá siendo estatal, pero se modificó su estatus legal para que tenga un management autonómo y profesional. Adicionalmente, si bien los viejos operarios conservarán sus beneficios, las nuevas incorporaciones no podrán acceder a ellos.
El sindicato reaccionó convocando a tres meses consecutivos de huelga, a un ritmo de dos días de paro total por semana. Macron tiene acá el apoyo de la opinión pública, descontenta con el funcionamiento de los trenes, y sabe que, de imponerse en esta batalla, tendría el camino allanado para avanzar con iniciativas similares en otros rubros de la economía.
En busca de un legado
"Tiene una fortaleza: es un líder joven con una clara impronta reformista —dijo Cole—. El éxito de su presidencia se decidirá, en el corto plazo, dependiendo de su capacidad para resistir a las huelgas. Pero, ¿está acumulando problemas? Hay un esfuerzo consciente de marginalizar a la sociedad civil y a los cuerpos intermedios, que forman parte del modelo tradicional francés. Puede que prevalezca, pero para eso necesita que la economía siga mejorando, y sus reformas requieren de dos a tres años para empezar a tener efecto".
Todavía es muy temprano para hacer un balance profundo de su administración. Sobre todo, de sus logros y de sus fracasos, que por ahora son parciales. Lo que se puede decir es que un año le alcanzó a Macron para mostrar su vocación transformadora. De la pericia que demuestra en los próximos cuatro dependerá la posibilidad de convertir a las reformas que está impulsando en un legado perdurable. No le resultará fácil.
"Desde un punto de vista político, es una apuesta riesgosa. No sólo porque las disputas se están multiplicando. Marine Le Pen obtuvo 10 millones de votos en la segunda vuelta de las elecciones, casi tres veces más que su padre 15 años antes. Es muy probable que la extrema derecha tenga un buen resultado otra vez en 2022. Al incrementar el descontento, uno se pregunta en quién se va a apoyar Macron para vencer en un ballotage, en caso de que vuelva a enfrentarse a la extrema derecha. Muchas cosas pueden suceder hasta ese momento", sostuvo Baisnée.
Considerando la extrema debilidad política de la oposición moderada, lo más probable que la economía tenga la última palabra. Si su programa logra generar un crecimiento sostenido, difícilmente sea derrotado. Pero, si los resultados tardan en llegar, todo se puede ir a pique.
"La evolución del contexto internacional, tanto económico como diplomático, tendrá un rol preponderante en el resto del mandato. La capacidad del Partido Socialista de volver a ser importante en la vida política francesa también será decisiva", concluyó Bacot.
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