Aunque con baja participación -solo el 49,2% de los electores- y sin que la campaña abordara cuestiones centrales que causan divisiones, como las armas de Hezbollah y la controversia sobre su participación en conflictos regionales, lo que indica una aceptación implícita de la hegemonía doméstica del partido, el grupo chiíta pro-iraní y sus aliados se alzaron con más de la mitad de las bancas en juego en las elecciones del pasado domingo.
La elección fue una prueba negativa para el primer ministro sunita Saad Hariri, apoyado por Occidente y Arabia Saudita. Hezbollah, respaldada por Irán, disponía de 12 bancas y, aunque por sí misma solo escaló una más, ascendiendo a los 13 escaños, reforzó su control por las bancas ganadas por sus aliados y expandirá su presencia en el parlamento con los escaños obtenidos a expensas de Hariri que, de 21 asientos, descendió a 16 perdiendo 5 diputados. Las Fuerzas Cristianas Libanesas, lideradas por el Dr. Samir Geagea, disponían de 8 bancas y han hecho una buena elección al ganar 7 bancas y alcanzar los 15 escaños.
Líbano es técnicamente una democracia parlamentaria, pero está encadenado por un sistema de reparto de poder sectario de décadas de antigüedad, su política está dominada por antiguos señores de la guerra que han explotado durante mucho tiempo el sistema para perpetuar la corrupción y el nepotismo. Todos los puestos superiores del gobierno se asignan de acuerdo con la secta, incluido el jefe de estado, que debe ser cristiano maronita, el primer ministro, un musulmán sunita y el portavoz del parlamento, un chiíta. En cuanto al parlamento, está dividido en partes iguales entre cristianos y musulmanes, con escaños asignados según la secta religiosa.
Pocos países son tan vulnerables a la conflictiva situación del Oriente Medio como El Líbano. El país acogió a un millón de refugiados de la cruenta guerra en Siria, lo que le ocasionó graves problemas en su economía. Sin embargo, la campaña electoral para las elecciones parlamentarias del pasado domingo, la primera en nueve años, ha eludido los grandes problemas nacionales dejando a muchos ciudadanos esperando más de lo mismo.
Con el recuento parcial que indica que Hezbollah y sus aliados pueden haber alcanzado más de la mitad de las bancas en disputa, los libaneses profundizan su preocupación de que un Hezbollah dominante pueda arrastrar al país a una confrontación regional que se avecina entre Irán e Israel.
El ministro del Interior, Nuhad Mashnouk, miembro del círculo íntimo de Hariri, declaró que las elecciones no son "un conflicto sunita-chiíta sino más bien un conflicto entre un grupo que cree en un estado y una nación, y otro que tiene aspiraciones regionales e inclinaciones iraníes". Sin embargo, difícilmente ambos sectores puedan gobernar efectivamente sin el uno al otro y se espera que recreen un gobierno de unidad que incorpore mayor número de miembros del grupo pro-iraní.
Una nueva ley electoral acordada el año pasado abrió más la grieta a través de la cual, los rivales dentro de la comunidad chiíta podrían desafiar a Hezbollah, y a los independientes que intentaron romper, sin éxito, el monopolio de mucho tiempo por parte de las dinastías políticas.
La elección no reflejó una nueva mentalidad emergente entre sectores importantes del electorado libanés, no hubo mella en el sistema político basado en la secta religiosa. Hezbollah y sus aliados aparecen como los grandes ganadores al apuntarse al menos algunos de los escaños perdidos por la coalición de Hariri, en gran parte debido a la esperada fragmentación del voto sunita.
Hariri ha perdido el bloque mayoritario en el parlamento. Algunos de sus partidarios cambiaron su lealtad después de que el empresario multimillonario, que también posee la ciudadanía saudí, despidió a decenas de empleados en su empresa de desarrollo, Saudi Oger, así como de organizaciones benéficas y medios de prensa de la familia Hariri en Líbano. La pérdida de apoyo también se ha visto agravada por lo que algunos ven como una postura débil frente a Hezbollah, acusándolo de dar cobertura política al grupo islamista, al que un tribunal internacional respaldado por la ONU acusó formalmente por el asesinato de su padre, Rafik Hariri, el 14 de febrero de 2005.
Aunque aún no hay información final del número de escaños obtenidos -dada la tardanza en el recuento de votos-, se cree que Hezbollah y sus aliados ha ganado la mayoría de las bancas de los 128 miembros que integran el parlamento, lo que permitiría a la organización política-terrorista que responde a Irán vetar cualquier ley a la que se oponga, cuando el debate más importante en la sociedad libanesa es el tema del desarme de la organización que ha instaurado un estado paralelo dentro del estado legal libanés y posee una fuerza militar mayor a la del propio ejército libanés.
Se espera que una coalición gobernante entre Hariri y Hezbollah surja de los resultados finales y eso será una razón más para que Hezbollah presione y sea quien elija al próximo primer ministro. No obstante, y si Hezbollah no desea irritar a su base política interna y a la oposición, a la luz de la situación y ante de un inminente enfrentamiento iraní-israelí en Siria, el triunfo Hezbollah le ofrece más incentivos para cuidarse y no patear el tablero en la arena política interna involucrando al Líbano en una escalada bélica entre que no le es propia.
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