"¿Quién ganará el Nuevo Gran Juego?", se pregunta Jochen Bittner, editor de política del semanario alemán Die Zeit, en un artículo publicado este jueves en The New York Times. El "Nuevo Gran Juego" es la disputa, cada vez más evidente, entre las principales potencias mundiales por incrementar sus respectivas áreas de influencias.
La elección de ese rótulo no es azarosa. Es, antes que nada, una respuesta a quienes pretenden describir el momento actual como un renacer de la Guerra Fría. "Es una subestimación y una equivocación de categorías. El enfrentamiento durante el siglo XX entre el Este comunista y el Oeste capitalista fue, más allá de la ideología, una disputa entre dos superpotencias tratando de contenerse mutuamente. El conflicto global es hoy mucho menos estático actualmente", afirma Bittner.
Para empezar, el rasgo distintivo de la Guerra Fría era que había dos grandes actores que acaparaban todo: Estados Unidos y la Unión Soviética. Ahora, en cambio, lo que se ve es una dinámica de tres jugadores, Rusia, China y Occidente.
"Están compitiendo de tres maneras: geográfica, intelectual y económicamente. Y hay tres lugares en los que se desarrolla el enfrentamiento: Siria, Ucrania y el Pacífico. Muchos de los conflictos que definen nuestro tiempo pueden ser entendidos a través de una combinación de esos tres elementos".
El rasgo distintivo del proceso que está avanzando en el mundo es la pulverización de la utopía de que todos los países iban a converger, tarde o temprano, en la democracia liberal y de mercado. Cada vez está más claro que hay muchas naciones que prefieren ir en una dirección contraria.
"A diferentes niveles —sostiene Bittner—, gobiernos y ciudadanos que van desde El Cairo hasta Copenhague, se han vuelto escépticos respecto de si la democracia liberal y el internacionalismo de posguerra han sido, o serán, la mejor elección para ellos. Para todos los que dudan, Rusia y China aparecen como modelos alternativos y potencias protectoras, que ofrecen nuevos acuerdos para alineamientos bilaterales y multilaterales".
El punto central de esta tensión es una paradoja. Los mayores logros alcanzados por los países occidentales, que son las libertades civiles y políticas, se están volviendo fuente de debilidad. Los estándares que se exigen a los gobiernos son cada vez más elevados, y eso asusta a los líderes de países que están flojos de papeles.
Las exigencias que le plantea Europa a Turquía, por ejemplo, son muy costosas para un gobierno como el de Recep Erdogan, que no tiene ningún interés en respetar los derechos humanos ni la competencia política. En cambio, Moscú y Beijing ofrecen protección y recursos, sin pedir explicaciones —porque ellos mismos no estarían dispuestos a darlas—.
"Mientras que Rusia ofrece impiedad militar, China ofrece una variante mercantil. A diferencia de Occidente, no deja que los derechos humanos o el Estado de derecho se entrometan en las inversiones".
No sólo Erdogan está cada vez menos interesado en acercarse a Europa. Lo mismo está empezando a ocurrir en Ucrania y en los Balcanes. "Uno, como primer ministro de un estado balcánico, podría esperar indefinidamente para que la Unión Europea lo deje entrar al club, cumpliendo con estándares estrictos e implementando 80.000 páginas de leyes requeridas. O bien, uno podría virar hacia los inversores chinos, que no van a pedir nada de eso".
"El presidente de China, Xi Jinping, pasó tres días en una visita de Estado en Serbia en 2016. El año anterior, la canciller alemana, Angela Merkel, sólo había estado unas horas". En el tiempo que transcurrió desde entonces, empresas chinas hicieron millonarios desembolsos en Serbia, en Albania y en Rumania.
"Si bien China no parece motivada por sentimientos antioccidentales agresivos como Rusia, Beijing y Moscú comparten la meta estratégica: reducir la influencia occidental alrededor del mundo. China ofrece el dinero para potenciar nuevas alianzas, mientras que Rusia entrega el veneno político para debilitar las viejas. Es una combinación perfecta", afirma el analista.
En el último par de años emergió como nunca antes la dimensión intelectual del fenómeno, explotada con maestría e impunidad por el Kremlin, que trata de aprovechar la "debilidad" occidental: que no se acepta una verdad única impuesta desde arriba, sino que todo se debate y se pone en cuestión, lo que genera dudas e incertidumbre.
"Esa es la razón por la que la campaña rusa de desinformación y su grotesca alteración de los hechos son tan efectivos. Putin sabe que los europeos desconfían profundamente de sus gobiernos en cuestiones de guerra y paz".
De todos modos, aún es muy temprano para saber quién va a ser el ganador del Nuevo Gran Juego, si es que habrá alguno. "Todavía falta para ver si Occidente estará dispuesto a pararse colectivamente ante este desafío. La buena noticia, sin embargo, es que Rusia y China aún pueden perder. Es muy caro jugar este juego, y el poder global, cuando no está ligado a una visión más amplia del orden mundial, tiende a tambalearse a medida que los recursos y las vidas que se gastan afuera no pueden traer paz y progreso adentro", concluye Bittner.
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