(Desde Berlín) – Mujer, abogada, feminista, de origen turco y musulmana. Activista contra el extremismo islámico. Fundadora de la mezquita liberal Ibn Rushd-Goethe, en Berlín. Víctima de un atentado contra su vida cuando apenas tenía 21 años y trabajaba en un centro de ayuda para mujeres turcas viviendo en Alemania. Objeto de una "fatua", es decir, un dictamen de un juez religioso en Egipto, y de una dura crítica por parte de la máxima autoridad religiosa de Turquía, después de que, en junio pasado, decidiera inaugurar su centro religioso 'alternativo', desafiando lo que la ortodoxia considera que son los principios del islam. Durante su vida escribió varios libros, pero Sayran Ates elige fotografiarse sonriente junto a un volumen de su "Der Islam braucht eine sexuelle Revolution" ("El islam necesita una revolución sexual"), publicado en el año 2009.
La lista que completa el tapiz sobre el que se teje su vida podría continuar, porque se trata de una mujer atípica: se ve obligada a salir a la calle con custodia policial por las constantes amenazas contra su vida pero no teme compartir su mirada crítica sobre el mundo que la rodea: el de las mujeres, el de los migrantes y el de los musulmanes en un país occidental. No teme o quizás sí, pero hace mucho tiempo que eligió ese camino que no piensa desandar ahora, a sus 55 años de edad. Su historia es larga y comenzó cuando, a los seis años, sus padres decidieron dejar Estambul para radicarse en Berlín, escapando de la pobreza y de las duras condiciones de la vida en Turquía.
-Además de su proyecto religioso, usted es una activista política contra el extremismo. ¿Considera que hay una responsabilidad del islam en relación a la emergencia, en los últimos años, del yihadismo o del extremismo religioso?
-Las autoridades religiosas musulmanas suelen decir que el islam no tiene nada que ver con el yihadismo, pero honestamente yo creo que eso es una estupidez. Los extremistas dicen que son musulmanes, van a la mezquita, hacen los cinco rezos diarios, practican el ramadán. Entonces, yo me pregunto, ¿quién tiene el derecho a decir quién es y quién no es musulmán, especialmente cuando esta gente comete atentados contra inocentes al grito de Allahu Akbar? Por supuesto que el islam tiene mucho que ver con el yihadismo y con el extremismo. Y no es comprensible ni aceptable que se nieguen esos vínculos. En mi opinión, quienes hacen eso son autoridades religiosas que en muchos casos no están preparadas para enfrentar los problemas que existen dentro de la comunidad islámica, porque ¡claro que existen problemas en la comunidad islámica! Esto es innegable y es la razón por la que hay gente que se convierte al yihadismo y decide crear un nuevo estado, como el Estado Islámico. Es una realidad, son musulmanes y no es una solución decir que no lo son. Más bien es una forma fácil de eludir las responsabilidades que tenemos y de evitar la discusión sobre los problemas dentro del islam.
-¿Qué opina de los jóvenes europeos, occidentales, que se convierten al islam y se unen a la yihad?
-Creo que si uno observa la psicología de esos jóvenes, alemanes por ejemplo, encuentra que tienen una gran predisposición a la violencia; están abiertos a ideas extrañas con las que se puedan sentir más poderosos, que les den un sentido a sus vidas. En mi parecer esto responde a que la mayoría son jóvenes "perdedores". Incluso en las pujantes sociedades occidentales, si usted observa sus historias de vida, se trata de perdedores desde el punto de vista económico, social, también en relación a la educación y a sus perspectivas profesionales. La mayoría de ellos tiene este perfil y antes de unirse a la yihad se sentían perdedores porque no contaban con la aceptación social que les hubiera gustado tener dentro de su comunidad.
-Hay un gran debate en Alemania en relación al problema de la inmigración. ¿Cree que existe un problema de integración de las comunidades islámicas en los países occidentales?
-Sí, en Alemania la integración es actualmente un problema, porque tenemos sociedades paralelas. Mientras que algunos migrantes prefieren vivir en Europa, aprender el idioma, integrarse y hacer que sus hijos reciban la mejor educación posible, otros eligen vivir en su sociedad paralela. Son distintas formas de migración, y yo prefiero a aquellos que deciden, viviendo aquí, efectivamente vivir en Europa y educar a sus hijos en los valores europeos y en los derechos humanos. Que no significa que sólo existan los derechos humanos occidentales. Los derechos humanos son universales, no importa dónde vivas. Pero si a alguien no le interesa vivir bajo esta ley, también creo que es nuestro derecho preguntar: ¿por qué quieres vivir aquí? ¿Por qué quieres vivir en Europa si no te interesan los valores europeos ni el modo de vida de Europa? Incluso para aquellos que escapan de la guerra, creo que deberían elegir un lugar donde se sientan a gusto con sus creencias religiosas, por ejemplo a los países económicamente más poderosos de Medio Oriente, como Arabia Saudita o Irán.
-Usted y su familia también son migrantes, vinieron desde Turquía cuando usted tenía seis años. ¿Cómo fue para usted la integración?
-Era 1969, y en esa época no existía un flujo migratorio como el que hay hoy, entonces resulta que yo era la única niña turca en mi clase, y eso me ayudó a integrarme, a aprender el idioma rápidamente, a asimilarme.
-¿Su familia era muy religiosa?
-No. Por un lado, porque mis padres trabajaban en una fábrica, lo que les impedía hacer los cinco rezos diarios que exige el islam. No tenían tanto tiempo para dedicarle a la religión, hacían lo que podían. Pero además porque creo que compartían una filosofía que consistía en no forzar y en no poner presión sobre eso. Y lo agradezco, porque la religión, o mejor dicho el islam, es una relación entre uno mismo y Dios, y nadie tiene el derecho de decir cuál es el modo correcto de que fluya esa relación.
-¿Y usted siempre creyó en Dios? ¿Incluso cuando fue víctima de un crimen de odio?
-Si, la verdad es que creo en Dios desde que tengo uso de razón. Y nunca abandoné mis creencias, incluso en la época en la que empecé a abrazar las ideas del feminismo o cuando comencé con mi activismo político, durante la década del ochenta. Es verdad que cuando sufrí este ataque por el que terminé internada con un disparo en el cuello dudé, tuve que pelear con mis convicciones. Tenía solo 21 años y me pregunté a mi misma: ¿Por qué ocurren estas cosas? ¿Por qué a mí, Dios? Trabajaba como abogada asesorando a mujeres turcas en un centro de asistencia especializado y, de hecho, el ataque no fue personalmente contra mí, ni contra la mujer que estaba conmigo en ese momento y que falleció, sino que fue contra el centro, fue un crimen de odio hacia las mujeres.
-¿En ese momento se dio cuenta de que era feminista?
-Fue antes, cuando era apenas una adolescente. Y aunque no era normal en familias tradicionales y patriarcales como la mía, a mí el feminismo me resultó de lo más natural. Eramos 5 niños, tres hermanos varones y una hermana mujer. Y yo y mi hermana trabajábamos mucho ayudando a mi madre, sólo por ser mujeres. No teníamos los mismos derechos que mis hermanos, incluso cuando éramos todos una misma familia. Y esto me hacía reflexionar sobre la situación que me rodeaba, sobre estas diferencias. Veía a mi alrededor a todas estas mujeres infelices, casadas con hombres que no amaban y que no las trataban bien. Quizás sí, es cierto que observé más que otros lo que sucedía a mi alrededor y que me cuestionaba, por ejemplo, ¿por qué las mujeres no tienen permitido salir a dar un paseo, o encontrarse con amigos sin pedir autorización a sus maridos? Todas esas pequeñas cosas fueron las que me moldearon como feminista.
-¿Tuvo que romper con su familia por esto?
-Si, a los 17 años tuve que escapar de mi casa, había decidido que no quería vivir más con ellos, quería otra cosa. Rodearme de la gente que tuviera las mismas inquietudes políticas e intelectuales que yo, y que compartiera conmigo una cultura común. A esa edad decidí que terminaría la escuela y que después estudiaría derecho para ayudar a las mujeres, a los migrantes, a los que tienen menos derechos.
-¿Qué significa el título de su libro, sobre que el islam necesita una revolución sexual? No es muy común leer 'islam' y 'sexual' en la misma oración.
– Y ese es el problema, porque debería ser más normal ver esas dos palabras juntas. ¡Los musulmanes también tenemos sexo! Cuando digo que el islam necesita una revolución sexual, me refiero a que tenemos que volver a mirar a lo que sucedió en los años sesenta en Europa y en Estados Unidos. Y también en Medio Oriente. Si miras hacia atrás, la gente entonces luchaba para decirles a las iglesias "Detente en la puerta de mi habitación, no tienes derecho a tener ninguna influencia en mi sexualidad, es mi privacidad". Y uno de los motivos de este libro es reafirmar que la sexualidad es parte de la privacidad de las personas y que nadie, ninguna autoridad, ni un cura, ni un iman, ni un rabino tienen el derecho de decir cómo la gente debe practicar o vivir su sexualidad.
-¿Y el otro motivo?
-El otro es porque, paradójicamente, al mismo tiempo que la sexualidad es un gran tabú en el mundo islámico, las sociedades están extremadamente sexualizadas. Todos están permanentemente hablando sobre sexo, todas las relaciones entre hombres y mujeres están atravesadas por la sexualidad. La gente está concentrada en esto y no en otras cosas más importantes. Están ocupados en que hombres y mujeres no compartan una habitación a solas porque 'Oh dios, podrían tener sexo'. Y esto es lo que pasa en países donde la mujer tiene que andar cubierta, porque en caso contrario "los hombres que la vean se sentirán sexualmente atraídos hacia ellas". Yo lo llamo sobre-sexualización: la sexualidad como un tema extremadamente importante y el motivo del apartheid de los sexos. Es un problema gigante del mundo islámico. Están tan preocupados y concentrados en separar a los hombres de las mujeres, en la escuela, en los trabajos, en los automóviles, en el bus, que no tienen tiempo para, por ejemplo, desarrollar la técnica, la industria, la ciencia. ¡No tienen tiempo!
-Porque "lo personal es político"…
-Exacto, es el otro lado de la misma idea. Porque lo que sucede en mi vida privada tiene influencia y está conectado con la política. Cómo soy yo con mi familia y cómo vivo mi sexualidad, está íntimamente vinculado a cómo me relaciono con la sociedad en la que vivo. Si estoy presionada en relación con mi sexualidad, si no puedo autodeterminarme y decidir por mí misma cómo vivirla, si me controlan, todo eso es político. Y la sexualidad no es sólo tener sexo con alguien, también es sobre las relaciones sociales en general, que actualmente están destruidas en el mundo islámico. ¿Cuántas veces leemos que hermanos varones se dedican a perseguir a sus hermanas mujeres y a controlar si están cerca de algún hombre, llegando incluso a matarlas si descubren algo que no les gusta?
-Justamente por temas como esos, es que el movimiento feminista ha ido ganando lugar en la agenda pública en todo el mundo, desde Argentina con el movimiento #NiUnaMenos, contra los femicidios, hasta en Estados Unidos con el muy mediático movimiento #MeToo. ¿Cree que estos fenómenos pueden tener alguna influencia en el mundo islámico?
-Sí, creo que gracias a la globalización -y en particular gracias a internet- lo que sucede actualmente en Latinoamérica o en los Estados Unidos tiene un impacto muy fuerte en todos lados. Y también creo que las peleas son las mismas, contra las estructuras patriarcales, contra la violencia doméstica, contra los femicidios, para obtener los mismos derechos. Y las mujeres que viven en países con menos derechos están viendo con mucha claridad lo que ocurre en otros lugares, y seguramente estén pensando, "¿cómo sería mi vida si tuviera la posibilidad de hacer esto o aquello?". En el mundo islámico las mujeres están comenzando a hablar con sus maridos, a discutir estos temas, a cuestionarse cosas como, por ejemplo, los matrimonios de arreglados. Y son las mujeres jóvenes, haciéndose estos cuestionamientos, quienes pueden empezar a cambiar las cosas en los países islámicos.
– Quizás sea debido a cierta mirada occidental, pero aunque las mujeres tenemos problemas en todos lados, la situación no parece la misma para las turcas que para las alemanas…
-Sí, es cierto. Para analizar de forma realista el asunto, es verdad que los problemas son los mismos, pero en algunos países tenemos que aceptar que las sociedades están más atrasadas, en términos de desarrollo. El mundo vive el Siglo XXI pero no todas las sociedades están en el mismo nivel. Y si en países occidentales como Alemania o Estados Unidos las mujeres hoy pueden pelear y obtener sus derechos es porque para ellas se trata de una pelea que comenzaron a comienzos del siglo XIX. Y fue una larga pelea. Pero si observas la realidad alemana puedes ver que, por ejemplo, hace apenas cien años atrás las mujeres no tenían derecho al voto. Los países islámicos, desafortunadamente, están 100 años atrasados. Si observas la realidad de los países desde Marruecos hasta Indonesia, nadie puede negar que las mujeres tienen, en efecto, menos derechos que los hombres. Pero yendo un poco más profundo, puedes observar que las problemáticas que hay hoy en esos países son las mismas que había hace cien años en Italia, o aquí en Alemania, o en otros países europeos. Y eso es lo que me da esperanza.
-¿Y ese atraso a qué se debe?
-Lo que yo creo, y que me interesa subrayar, es que no es debido a la cultura, y no es debido a la religión. No es culpa del islam. Es falso que se trate de una religión que está en contra de las mujeres. Y no es debido al islam que estos países se encuentran tan rezagados en materia de derechos y libertades, e incluso en materia de desarrollo científico. En la Edad Media, por ejemplo, los países islámicos estaban mucho más adelantados que los países occidentales en medicina, por ejemplo. Responsabilizar al islam por este atraso es una idea muy extendida que yo no acepto, y en parte porque no la acepto es que he abierto la mezquita Ibn Rushde-Goethe y que comencé la pelea por un islam liberal. Para mostrarle al mundo que el islam puede ser diferente.
-Hace casi un año que se inauguró la mezquita. ¿Qué balance hace de esa experiencia?
-Para mi es muy bueno porque impuso que se empiece hablar de ciertas cosas en la comunidad islámica, por ejemplo, de la comunidad LGTBI. No es real que diariamente vengan cientos de homosexuales a rezar a nuestra mezquita, pero nosotros siempre supimos que esas cosas llevan un tiempo y está bien que sea así. Pero lo que sí observamos es que es mucha gente está muy contenta de que al menos se comience a hablar de ciertos temas. Para mi es muy importante porque muchas personas homosexuales o LGTBI sufren muchísima discriminación en los ámbitos religiosos. Entonces sentía que teníamos que tener un lugar donde ellos también puedan vivir su religiosidad, y donde se sientan bienvenidos. Pero todas estas cosas llevan un tiempo. La idea de esta mezquita, sin ir más lejos, surgió en el año 2009 y me tomó 8 años hasta que se hizo realidad.
-Y el nombre "Ibn Rushde-Goethe", ¿a qué se debe?
-Para mi es un símbolo que pretende tender un puente entre Occidente y Oriente. Ibn Rushd, por el cordobés Averroes, fue un hombre ilustrado, era filósofo, un doctor, un juez, un político. Y Goethe alemán, también era un gran pensador, un amigo de la universalidad del mundo, un gran tendedor de puentes entre Occidente y Oriente. Para mí son dos símbolos muy importantes para mostrar que estamos viviendo en un sólo mundo, y que no deberíamos buscar dividirlo más.
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