Luego de un 2017 marcado por pruebas nucleares y ejercicios militares, de amenazas cruzadas de guerra y destrucción lanzada en misiles, y de una tensión no vista desde la Guerra Fría, el 2018 pareció comenzar en la península coreana en un tono completamente distinto.
En enero el equipo olímpico de Corea del Norte viajó a Corea del Sur a participar de los Juegos Olímpicos de Pyeongchang, lo que dio inicio a una serie de encuentros entre funcionarios de ambos gobiernos que podría saldarse la semana próxima con una reunión entre Moon Jae-in, presidente de Corea del Sur, y el líder norcoreano Kim Jong-un.
En mayo Kim podría reunirse también con Donald Trump, el presidente de Estados Unidos. con quien intercambió insultos todo año pasado, en una histórica primera reunión que tendrá en su agenda la reducción de sus arsenales nucleares.
En el medio de ambas posturas contrarias hubo un aumento importante de sanciones de las Naciones Unidas, iniciadas por Estados Unidos, y la Unión Europea contra Pyongyang, así como también una postura más fuerte de China, último benefactor del gobierno de Kim Jong-un que sigue viendo al país como una defensa geopolítica de su frontera, aunque guarda cada vez menos paciencia para con su líder.
Y esta semana circularon reportes sobre un ansiado objetivo de las relaciones diplomáticas en el sureste asiático: la firma de una paz definitiva entre Pyongyang y Seúl a 67 años del inicio de la Guerra de Corea, que podría darse durante el encuentro entre Moon y Kim o poco después.
¿Pero cómo se llegó a esta situación de guerra sin guerra, tras el fin del conflicto bélico en 1953?
Luego de ser liberada del dominio japonés en 1945 y tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, la península coreana terminó separada a lo largo del paralelo 38° entre el norte dominado por la Unión Soviética y el sur bajo control de los aliados.
En esos primeros años de Guerra Fría la unificación pacífica se convirtió en un ideal imposible, y en 1948 se fundaron dos países: la República Popular Democrática de Corea, en el norte, liderada por el Kim Il-sung, abuelo del actual mandatario, y la República de Corea, en el sur, con Syngman Rhee en el gobierno.
Pero la tensión entre el norte comunista, apoyado por la Unión Soviética, y el sur, auspiciado por Estados Unidos, siguió en aumento.
El inicio de la guerra
El 25 de junio 1950 las fuerzas de Pyongyang cruzaron la frontera en la Operación Pokpoong (tormenta) e invadieron el sur, con la justificación de que habían sido atacados primero por soldados surcoreanos en la frontera. Pero la ofensiva se había estado preparando durante meses.
El avance fue fulminante y Seúl cayó en pocos días, aunque Rhee pudo escapar junto a su gobierno y el resto de sus tropas.
Mientras tanto el Consejo de Seguridad de la ONU se reunió de emergencia el mismo día de la invasión y aprobó la Resolución 82, que condenaba el ataque y luego la 84 que llamaba a sus miembros a prestar ayuda militar a Corea del Sur. La Unión Soviética, con poder de veto, no estuvo presente en la votación pero tampoco la bloqueó, por lo que decidió no intervenir directamente en el conflicto, enviando en cambio armas e incluso pilotos en forma clandestina.
China ni siquiera participó de la reunión. Su asiento permanente en el Consejo de Seguridad estaba ocupado en ese momento por el gobierno de Taiwán, y así sería hasta 1971.
Pero los norcoreanos ignoraron a la ONU y siguieron avanzando y en julio incluso derrotaron en Osan a una pequeña fuerza estadounidense, la Task Force Smith, que había sido enviada desde Japón.
La ofensiva finalmente fue repelida en septiembre en los alrededores de Pusan, cuando las tropas de Kim Il-sung habían llegado a capturar casi la totalidad de Corea del Sur y se habían debilitado demasiado en su marcha.
El contraataque
Una fuerza militar de la ONU, liderada por Estados Unidos, contraatacó con un desembarco en Inchon, en las afueras de Seúl, y la ofensiva de Pyongyang colapsó. A fines de septiembre habían sido expulsadas al otro lado de la frontera.
Pero las fuerzas aliadas, lideradas por el general estadounidense Douglas McArthur, no se quedaron ahí y por el contrario se lanzaron a la invasión de Corea del Norte. Una vez más, el avance fue muy rápido, la capital Pyongyang fue capturada y en diciembre de 1950 casi toda la República Popular Democrática de Corea estaba en manos de los aliados.
Pero aún quedaba un actor importante: China, el gigante también comunista que prestaba apoyo a Corea del Norte y que temía que una Corea unificada bajo los auspicios de Washington sería una amenaza directa a su supervivencia, justo en la frontera.
Desde el inicio de su ofensiva, McArthur se había propuesto llevar la guerra también a China, especialmente a los centros de apoyo logístico para el esfuerzo bélico norcoreano que estaban cerca de la frontera entre ambos países.
El entonces presidente de Estados Unidos, Harry Truman, se lo impidió para evitar un enfrentamiento con Beijing.
Pero en diciembre de 1950, y antes del colapso total de Corea del Norte, las tropas chinas atacaron y expulsaron a los ejércitos de la ONU al otro lado del paralelo 38°.
Estancamiento y armisticio
Para enero de 1951, seis meses después y decenas de miles de muertos, heridos y refugiados después del inicio de la guerra, ambos bandos estaban donde habían empezado, pero nuevos actores se habían sumado y el conflicto comenzaba a estancarse, sin perspectivas de victoria para ningún bando.
Tan frustrante parecía la situación para los generales estadounidenses que incluso se llegó a considerar el uso de armas nucleares tácticas, es decir con un poder destructivo reducido y diseñadas para atacar blancos militares y no ciudades, pero la idea afortunadamente no prosperó.
A la guerra le quedarían todavía dos años de combates a lo largo de la frontera, de ofensivas masivas desde enormes trincheras que acababan siempre estancadas y con un enorme número de bajas, y del bombardeo incesante de las ciudades norcoreanas por la fuerza aérea estadounidense.
Las apuestas eran altas y la solución para el fin de la lucha y la muerte no pudo enmarcarse en un tratado de paz entre las partes contendientes, con grandes concesiones.
Por el contrario, llegó en la forma de un armisticio, un acuerdo de cese de operaciones militares que sin embargo no establece el fin de la guerra ni marca la existencia de vencedores ni vencidos.
Se firmó el 27 de julio de 1953, y además de establecer un alto al fuego definitivo dispuso la creación de la Zona Desmilitarizada y la repatriación de todos los prisioneros de guerra. Habían muerto unos 3.000 soldados de la coalición de la ONU y 35.000 de Estados Unidos, junto a 1.500.000 de surcoreanos (entre militares y civiles). Además de un 1.200.000 soldados y civiles norcoreanos. Las bajas chinas no están del todo claras, con estimaciones que varían entre los 100.000 y los 600.000 soldados muertos.
Pero no se firmó la paz, no se puso fin a la guerra ni se avanzó en el desarme. Por el contrario, la región se convirtió en una de las más calientes del mundo, un centro de despliegue y pruebas de algunos de los sistemas de armas más modernos del mundo.
Y en particular esta Zona Desmilitarizada se ha transformado, hasta hoy, en al símbolo de la posguerra, una frontera donde ambos ejércitos permanecen armados y listos para cualquier eventualidad, y donde los soldados incluso llegan a verse a la cara, como en la aldea de Panmunjom.
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