Una profesora emérita del instituto de estudios europeos de la Universidad de California en Berkeley está por presentar un libro que promete revelar la historia Nazi detrás del síndrome de Asperger.
Titulado "Los niños del Asperger: los orígenes del autismo en la Viena nazi", la obra de inminente publicación firmada por la Dra. Edith Sheffer repasa los inicios del diagnóstico del autismo, marcado por la figura del Dr. Hans Asperger y sobre todo por la influencia del "Tercer Reich".
Su investigación explora el énfasis de la psiquiatría nazi en el espíritu social y el involucramiento de Asperger en el programa de eutanasia que llevaría a la muerte a niños considerados discapacitados.
Sheffer pasó los últimos siete años investigando el pasado nazi del Dr. Hans Asperger, el pediatra, investigador, psiquiatra y profesor de medicina austríaco reconocido por sus estudios tempranos sobre desórdenes mentales, especialmente en niños.
Sus trabajos pasaron mayormente desapercibidos en vida, pero a principios de los años ochenta, un renovado interés en su obra, especialmente sobre su investigación del denominado "trastorno del espectro autista", condujo a lo que todavía hoy se conoce como el síndrome de Asperger, el cual lleva su nombre en su honor.
La autora destaca que el Dr. Asperger solía diagnosticar como autistas a aquellas personas que se creía tenían habilidades sociales e intereses limitados. Pero sin lugar a dudas el foco de su investigación y nuevo libro se centra en el contexto en el cual operaba el Dr. Asperger, quién más allá de haber sido catalogado por algunos como un gran opositor al régimen nazi, su trabajo estuvo íntimamente ligado al ascenso del Tercer Reich y sus mortíferos programas.
El primer contacto de Asperger con la psiquiatría nazi tuvo lugar en 1934 cuando viajó de Viena hacia Alemania, a los 28 años de edad. Sus colegas senior se encontraban desarrollando diagnósticos sobre las limitaciones sociales de niños que se pensaba estaban desconectados de su comunidad, no dispuestos a sumarse a las actividades colectivas del Reich como las Juventudes Hitlerianas.
En un principio, Asperger se mostró en contra de clasificar a los niños, al escribir en 1937 que "resulta imposible establecer una serie de criterios rígida para su diagnóstico" pero inmediatamente, tras la anexión Nazi de Austria en 1938 y la consecuente purga de judíos y liberales de la universidad de Viena, el Dr. Asperger presentó su propio diagnóstico de distanciamiento social catalogado como "psicopatía autista".
Sheffer asegura en su libro que, motivado por ser promovido como profesor asociado, Asperger comenzó a endurecer su postura sobre el diagnóstico del autismo. En un principio, se dedicó a destacar la "crueldad" y los "rasgos sádicos" de los niños bajo su estudio, en un proceso que lo llevó a detallar sus "actos de malicia autista" además de designar a sus pacientes como "autómatas inteligentes".
Mientras que algunos todavía destacan el uso de lenguaje médico como "habilidades especiales" para designar a los niños en el espectro "más favorable" de su "rango" autista, lo que en su momento fue visto como un intento de salvar a sus pacientes del programa de eugenesia nazi, Scheffer asegura que en realidad no hacía más que reforzar la "benevolencia selectiva" que caracterizaba a la psiquiatría nazi.
La autora recuerda que Asperger advirtió en su momento que los "casos menos favorables" de sus pacientes terminarían "vagando las calles" de adultos de forma "grotesca y dilapidada" algo que en la Alemania nazi significaba una sentencia de muerte.
La investigadora estima que decenas de niños diagnosticados con Asperger fueron asesinados y que la eutanasia infantil se convertiría en el primer programa de exterminio masivo en el Tercer Reich, algo que tuvo su inicio en julio de 1939 para deshacerse de quienes eran considerados como una amenaza al patrimonio genético.
El libro revela que la mayoría de las jóvenes víctimas eran personas físicamente saludables, que no sufrían ni podían ser catalogados como enfermos terminales, sino que trágicamente se los veía como condenados a sufrir defectos físicos, mentales y de comportamiento.
Una de las pacientes de Asperger llamada Elisabeth Schreiber, de cinco años, sólo podía decir la palabra "mamá". A pesar de que una enfermera insistió que la niña era "muy afectiva", el doctor a cargo decidió terminar con su vida y sumar su cerebro a una colección de 400 ejemplares que se guardaban en al ático de Spiegelgrund, una clínica de Viena.
La investigación detalla que al menos 5.000 niños murieron en alrededor de 37 "pabellones especiales" del mencionado establecimiento médico nazi, catalogado como uno de los más mortales de su tipo. Los asesinatos eran llevados adelante en las propias camas de hospital, con enfermeras que les administraban a los niños sobredosis de sedantes hasta que estos se enfermaban y morían, generalmente de neumonía.
"Mi investigación de archivo muestra que Asperger recomendó el traslado de niños a Spiegelgrund, donde decenas murieron" compartió Sheffer en su artículo de opinión publicado en el periódico norteamericano The New York Times.
Terminada la guerra, Asperger decidió distanciarse de su trabajo realizado bajo el paraguas del régimen Nazi. Pero una psiquiatra británica de nombre Lorna Wing se dedicaría a compartir con el mundo un artículo sobre psicopatía autista, firmado por Asperger en 1944. La especialista consideró en su momento que la obra brindaba un contexto importante a la definición limitada que se manejaba del autismo en la época.
Hacia principios de los ochenta, el concepto de síndrome de Asperger era parte del léxico médico, y para 1994 el desorden de Asperger fue añadido al manual de desordenes mentales de los EEUU, donde permaneció hasta 2013 cuando fue renombrado como trastorno del espectro autista.
Sheffer destaca que a pesar de que el diagnóstico oficial del síndrome de Asperger fue removido del Manual de Diagnóstico y Estadísticas de Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría, el mismo continúa siendo incluido en la clasificación internacional de enfermedades de la Organización Mundial de la Salud, el cual es utilizado de forma generalizada.
"El síndrome de Asperger continúa siendo un diagnóstico oficial en la mayoría de los países" compartió Sheffer, quién cree que por cuestiones éticas esto no debería ser permitido. "Nombrar un desorden en honor a alguien suele ser hecho para darle crédito o encomiar a alguien, algo que Asperger no merece. Su definición de psicopatía autista es antiética si se tienen en cuenta el concepto actual de autismo, además de haber enviado a decenas de niños a la muerte" concluyó la investigadora.
"Deberíamos dejar de decir Asperger en honor a los niños que fueron asesinados en su nombre y a ellos que todavía son etiquetados con el diagnóstico" añadió.