To Change the Church: Pope Francis and the Future of Catholicism (Para cambiar la Iglesia: el papa Francisco y el futuro del catolicismo), el cuarto libro del periodista Ross Douthat, califica al pontífice como "un reformista sin reformas" y hace un análisis de sus primeros cinco años como líder de la Iglesia Católica que va más allá de la imagen positiva de Jorge Bergoglio.
Douthat comentó en The New York Times –donde publicó un anticipo de su libro que se distribuye el 27 de marzo en los Estados Unidos– que bastaba con que comentase que escribía un libro sobre Francisco para que le sonrieran con complicidad: "Debe ser un trabajo muy inspirador", le decían; "¿No es maravilloso?". Se sentía un aguafiestas cuando advertía que To Change the Church no sería completamente favorable. "Pero, ¿estás escribiendo sobre el papa simpático?", le objetaban.
La tesis central de su trabajo sostiene que, si bien el papado de Bergoglio se transformó en "un canal para las esperanzas religiosas que muchos de sus fieles no comprendían que tenían, o no las recordaban", y su carisma personal de imitación de Cristo lo hace en extremo popular, se conocen menos "las batallas entre cardenales y teólogos sobre si su agenda es visionaria o potencialmente herética". Y su gestión en el Vaticano, agregó, es la de "un reformador sin mayores reformas". Su prometida depuración, en consecuencia, "tal vez nunca se lleve a cabo".
En su texto para el diario donde es columnista, titulado "Al papa Francisco lo adoran, pero su papado puede ser un desastre", Douthat señaló que Bergoglio asumió el liderazgo de "una iglesia que pasó la década pasada embrollada en un espeluznante escándalo de abuso sexual" y que, si bien la vida vaticana es más "inestable" que en las épocas de Benedicto XVI, "con amenazas de cesantías y purgas siempre presentes y la reducción del poder de ciertos funcionarios", Francisco moderó la enérgica respuesta que tuvo en un principio ante los escándalos de abuso sexual y los curas pedófilos, y recientemente defendió a un obispo acusado en Chile.
Lo que despierta admiración en Francisco es, según Douthat, la "iconografía" de su papado: la puesta en escena de la humildad y el amor cristiano que ha hecho, por ejemplo, con el lavado de pies a reclusos, o al abrazar a personas enfermas, o dejándose rodear por niños en eventos públicos. "Como su tocayo de Asís, el actual Papa tiene el don de los gestos que ofrecen la imitación de Cristo", comparó.
De modo menos visible, esa admiración también refleja las controversias que Francisco suscitó en el seno de la Iglesia y los riesgos teológicos que tomó al impulsar las reformas que en Occidente se considera necesario que el catolicismo acepte, como la actualización de la moral sexual o la liberalización de la curia.
Pero la "revolución" que Francisco parecería impulsar "no ha sucedido". Bergoglio ha acumulado más poder pero los planes de reorganización han sido pospuestos y en la práctica "muchos príncipes eclesiásticos han conseguido más poder". Hasta sus seguidores bromean sobre "la actitud 'el año próximo, el año próximo'" del pontífice.
"La idea de este papa como un 'gran reformador' realmente no se justifica", escribió Douthat. El plan de Francisco, cree, es otro: "dos treguas drásticas" que "podrían cambiar radicalmente la relación de la Iglesia con los grandes poderes del mundo moderno". O fracasar y, de ese modo, sellar el desastre del papado de Francisco.
La primera tregua es en la guerra cultural: el conflicto entre las enseñanzas morales de la Iglesia y el modo de vida real de las personas en el mundo contemporáneo. La segunda tregua es en la guerra con el gobierno comunista de China: "Francisco quiere una negociación con Beijing que reconcilie la iglesia católica clandestina, leal a Roma, con la iglesia católica 'patriótica' dominada por el comunismo".
Según la perspectiva, el plan del Papa para su primer objetivo "es ingenioso o engañoso", estableció Douthat. Francisco no cambió formalmente la doctrina de la Iglesia respecto del divorcio y el matrimonio, las parejas del mismo sexo o la eutanasia –cambios fuera de su alcance, más allá del poder que ostenta–, sino que creó "una distinción entre la doctrina y la práctica pastoral según la cual los cambios meramente pastorales pueden dejar intacta la verdad de la doctrina".
Así se permite que comulguen los católicos vueltos a casar o que alguien a punto de recibir asistencia para su suicidio reciba los últimos sacramentos, y acaso alguna vez se pueda bendecir la unión de gays católicos. Nada de eso afecta "la enseñanza eclesiástica sobre la indisolubilidad del matrimonio o el pecado capital del suicidio o la imposibilidad del casamiento entre personas del mismo sexo" si cada caso se trata como una excepción, y no como la regla.
Ese movimiento se complementa con "una descentralización tácita de la doctrina de la autoridad", por la cual los países y las diócesis pueden enfocar de manera diferente las cuestiones más polémicas.
En Alemania, donde la Iglesia vive una realidad semisecular, "la era de Francisco ofrece autorización para proceder con varios actos liberalizadores, desde la comunión para los que volvieron a casarse o la intercomunión con los protestantes". En Polonia, mientras tanto, "los obispos siguen comportándose como si Juan Pablo II siguiera sentado en el trono papal y su enseñanza estuviese en pleno efecto".
Si bien las diferentes corrientes dentro de la Iglesia preceden a Francisco, ningún otro papa antes bendijo o alentó "a los aspirantes a liberalizadores" para que desarrollen sus ambiciones. Para Douthat se trata de un modelo "mucho más anglicano", en el cual las enseñanzas tradicionales de la Iglesia quedan "disponibles para su uso" pero dejan de ser obligatorias, "y diferentes diócesis y diferentes países pueden desarrollarse en distintas direcciones teológicas y de otra índole".
Ese experimento "es la obra más importante de su pontificado", evaluó el autor.
El segundo gran objetivo del Papa, la tregua con el gobierno de China, "requeriría que la Iglesia cediera explícitamente parte de su autoridad para nombrar obispos", una concesión habitual en la época medieval que la Iglesia moderna luchó por dejar atrás. No se trata, entonces, de cuestiones doctrinarias; "en realidad, él se suma a los esfuerzos diplomáticos de sus antecesores", aunque Benedicto XVI y Juan Pablo II "se negaron a dar el riesgoso paso hacia un acuerdo formal".
Acordar con el mundo occidental posterior a la revolución sexual y con la China comunista acelerarían, según Douthat, "la transformación del catolicismo en una confederación de iglesias nacionales: liberales y en un estilo semiprotestante en el norte de Europa, conservadoras en el África sub-Sahariana y con supervisión comunista en China".
Los dos objetivos tienen en común que consideran las preocupaciones de los creyentes como un obstáculo para el despliegue de "las grandes estrategias" de Francisco. Pero también comparten el haber despertado el fantasma de del cisma al enfrentar a los cardenales entre sí, y a veces contra el propio Papa".
Pero sobre todo las dos treguas son similares en su peligro: "Arriesgan mucho –en un caso, la consistencia de la doctrina católica y su fidelidad a Jesús; en el otro, la transparencia del testimonio católico sobre la dignidad humana– a fin de reconciliar a la Iglesia con los poderes terrenales".
Si ambos experimentos salen mal, el legado del Papa "será juzgado con dureza, a pesar de su carisma, su efecto sobre los observadores seculares y demás elementos del 'fenómeno Francisco'", estimó el autor de To Change the Church.
En el caso de China, si el Vaticano quedara unido a un régimen corrupto, el Papa "cedería la autoridad moral que ganaron generaciones perseguidas", además de ceder su público a las iglesias cristianas, sobre todo las evangélicas. Con todo, cree Douthat, el otro caso, el del enfoque anglicano de la fe, "es de mucho mayor riesgo".
Ese "nuevo paradigma" apaciguó la amenaza inmediata del cisma al mantener "una ambigüedad diligente allí donde hubiera desafío". Pero a la vez hará que "las facciones de la Iglesia, ya polarizadas y enemistadas, se separen aún más". El efecto inmediato de esta manera de entender cómo pueden cambiar –y cómo no pueden– las enseñanzas de la Iglesia es menos drástico que el Concilio Vaticano II, comparó el autor, "pero finalmente de mayor alcance en sus implicaciones para el catolicismo".
El círculo íntimo de Francisco está convencido de que "los intentos de Juan Pablo II y Benedicto XVI por mantener la continuidad entre la iglesia anterior y posterior al Concilio Vaticano II terminaron por ahogar la renovación". Pero, cree Douthat, este Papa no ha expuesto las tensiones nada más: "Las ha acentuado, fomentando grandes ambiciones entre sus aliados y empujando a los conservadores desilusionados hacia el tradicionalismo".
Del mismo modo en que lo hicieron "ciertos imprudentes papas medievales", Francisco "ha empujado la autoridad papal hacia sus límites"; en este caso se trata de algo teológico, no terrenal, pero no por eso es menos peligroso.
El autor critica que, por el momento, la estrategia papal no ha aumentado la feligresía, que sigue en caída. Y que las grandes ambiciones omiten el valor de la perspectiva de los dos papas anteriores, la de solo mantener el catolicismo temporalmente, en su presente. "En cambio, acelerar la división cuando el cargo viene con el mandato de mantener la unidad y la continuidad es un asunto serio".
Concluyó Douthat: "Elegir un camino que solo podría tener dos destinos —héroe o hereje— es también un acto de arrogancia, incluso para un papa. Especialmente para un papa".
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