La gloriosa rebelión de Espartaco y su ejército de esclavos que humilló a la poderosa República de Roma

Aun vencidos y crucificados, nadie pudo quitarles el honor de las muchas batallas que ganaron

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Espartaco (Rodrigo Acevedo Musto)
Espartaco (Rodrigo Acevedo Musto)

Épica pura, gesta, leyenda, explosión de libertad y desigual batalla entre débiles y poderosos (los esclavos contra Roma), no duró más que dos años: del 73 al 71 antes de Cristo. Pero jamás se borró su huella…
Hoy, a 2091 años de su sangriento final, nadie –apenas ciertos historiadores– recuerda más que un nombre: Espartaco. El esclavo tracio Espartaco (113 a 71).

Todos los demás nombres fueron borrados por el viento del olvido…
Porque esa es una de las leyes –acaso injustas– de la épica–: sólo la inmortalidad del héroe. El Sol y sus sombras.

¿Cómo era Espartaco, su cara, su cuerpo?

La iconografía no le concedió esa mínima justicia. Eternamente habrá que imaginarlo como Kirk Douglas en el colosal film de Stanley Kubrick estrenado en 1960… y flanqueado por otros dos héroes: el escritor norteamericano Howard Fast (1914–2002) y su compatriota, novelista, guionista y director de cine Dalton Trumbo.

Los dos, prohibidos y perseguidos por el senador republicano Joseph MacCarthy, creador y jefe de la caza de brujas contra cualquier atisbo o sospecha de comunismo en el mundo de Hollywood.

Pues bien. Retrocedamos en el tiempo. Recordemos su pasión, su lucha, su victoria, su derrota, su inevitable final.

Según los historiadores Apiano de Alejandría y Lucio Anneo Floro, Espartaco llegó al mundo en Sadanski, Tracia, hoy Bulgaria. Tracia (4000 al 700 antes de Cristo) fue una nación poderosa, y es posible que Espartaco haya sido un hombre culto y libre, soldado en las auxilia, tropas auxiliares romanas, desertor, y capturado y condenado a la más cruel esclavitud: trabajos forzados en las canteras de yeso, bajo soles de fuego y látigos incesantes…

Sin embargo, su casi sobrehumana fuerza física habría de escribir el segundo capítulo de su destino.

Comprado por el mercader Léntulo Batiato para su escuela de gladiadores y los duelos a muerte en la arena (pan y circo)… tuvo un golpe de fortuna. Los gladiadores, hasta que morían, eran cuidados como animales de desfile: bañados, aceitados sus cuerpos, entrenados, bien alimentados, mientras que el resto, los menos dotados, seguían hasta el fin en las canteras, en los sembradíos, en las construcciones, de sol a sol, hasta el fin de sus vidas: de su carne y sus huesos dependía de la economía de Roma, y también su opulencia y su derroche.

Pero Espartaco quería morir libre, no como un animal bien alimentado para ser devorado en la mesa de los poderosos… Y decidió su acto supremo: la rebelión.

Una noche del año 73, a la cabeza de algo más de setenta hombres y con dos lugartenientes, Crixo y Enomao, lanzó hacia la libertad a esa mínima milicia, armada con palos, piedras, utensilios de cocina, y montada sobre caballos que robaron durante la fuga.

De pronto, en esa fuga todavía hacia la nada, se toparon con un convoy de carruajes cargados de armas destinadas a los gladiadores, lo saquearon hasta la última gladius, la espada romana, y siguieron avanzando hacia el Monte Vesubio.

Desde luego, no era todavía más que una turba desordenada, furiosa y hambrienta, de modo que el pillaje sobre las aldeas fue una danza brutal que logró un enorme botín…, y despertó el demonio de la codicia. Todos contra todos… hasta que Espartaco frenó la ordalía y ordenó el reparto más justo: lo mismo para cada hombre.

La noticia llegó –retumbó, mejor– entre los esclavos de los campos cercanos al Vesubio, que abandonaron sus chozas y –algunos con sus familias– siguieron al líder. Al liberador. A su nuevo dios…

Y también llegó al Senado con débil eco: juzgaron la rebelión como un motín sin importancia –antes hubo dos intentos similares, y fracasados–, y enviaron desde Capua una mínima brigada de soldados… que volvieron con la cola entre las piernas, y sin armaduras, que pasaron a proteger los cuerpos rebeldes…

La señal de alarma preocupó a los ociosos senadores. Segundo paso: enviaron tres mil hombres al mando de Cayo Claudio Glabro, jefe militar vanidoso y ávido de poder, con más reputación que cerebro.

Convencido de que la turba de esclavos sería vencida fácilmente, armó su campamento al pie del monte y del único camino desde la cúspide al llano… sin ordenar una valla de defensa. Error tan elemental como fatal…, que Espartaco no perdonó. Como un estratega de alto vuelo, hizo bajar a sus hombres por la parte más escarpada, atados por cuerdas a unos árboles. Que, como feroces alpinistas, cayeron sobre la soldadesca de Glabro, mataron a no menos de mil hombres, obligaron al resto a huir desesperados y en total desorden, y abandonando el campamento con todas sus armas y alimentos.

Fue la primera victoria de Espartaco que llegó a los libros de Historia. Nombre: la Batalla del Vesubio.

Aquella rebelión furtiva con palos y cuchillos de cocina era ya un problema de Estado. Había que acabarla a cualquier precio, y el Senado jugó fuerte: dos legiones al mando del pretor Publio Varinio, con fama de estratega, que decidió una maniobra tenaza: dividir sus fuerzas en tres partes, encerrar a los rebeldes, y no dejar uno vivo…

Pero Espartaco ya no era una fuerza ciega. Tenía espías que le informaban cada paso del enemigo, y usó esa división en tres para diezmar a esas legiones que lo doblaban en número. Las aniquiló una a una, capturó a sus lictores (jefes), y hasta el caballo de Varinio, que huyó humillado y a pie…

A velocidad de arrasadora tormenta –lo que hoy llamamos tsunami– el ejército de esclavos ocupó casi todo el sur de Italia a sangre, acero y saqueos sin fin. Arma de doble filo: desorden, desobediencia, conflictos internos. Algo que el historiador Salustio juzgó como la semilla maldita de la rebelión. Pero Espartaco era un hombre diferente. No por nada cinco reyes de Tracia llevaron ese nombre… Y comprendió que sin un ejército regular y disciplinado jamás podría vencer a Roma.

Impuso entonces su carácter de jefe guerrero. Su temple en la arena cuando debía enfrentar a un gladiador. Y su fama: nadie ignoraba que había vencido al brutal e imbatible griego Teocles… Y así logró formar un ejército de 70 mil hombres, construir armas, organizar la caballería, y lo más importante: planear el escape, ya que tarde o temprano las legiones romanas lo aplastarían.

Analizó fríamente la situación, y decidió abandonar Italia con todo su ejército… cruzando los Alpes. Era la libertad real. Después, cada combatiente podía tomar distintos caminos y vivir en tierras todavía libres de la garra de Roma. Por ejemplo, Germania. En cambio, renunciar a la fuga era caer en una trampa mortal: una guerra de desgaste entre un ejército pobre y una república de riqueza inagotable. Tanta, que ni los griegos, su ciencia y su técnica, ni los cartagineses, con su poderosa flota y sus feroces y bien entrenados mercenarios, pudieron vencerla.

Según la versión de Plutarco, el Senado, en el año 72 y herido por los fracasos de sus jefes militares y su soldadesca, mandó contra las fuerzas de Espartaco los ejércitos de los cónsules Publio Cornelio Léntulo y Lucio Gelio Publícola… con la suerte a su favor. En ese momento, un conflicto interno entre los rebeldes quebró el poder de Espartaco: más de 20 mil hombres galos y germanos al mando de Crixo, esclavo, gladiador y jefe de gran carácter, decidieron seguir luchando por su cuenta.

Error fatal. Crixo no era un estratega como Espartaco. El propretor Arrio, a la cabeza del doble de hombres que el desertor, lo aniquiló en Apulia. Ni Crixo quedó vivo.

Aun disminuido, Espartaco, con maniobras dignas del más lúcido general, batió a Léntulo, Gelio y Arrio, sorteó emboscadas, y fortaleció su ejército con esclavos fugitivos de toda Italia. En su mejor instante llegó a comandar a 120 mil guerreros.

Pero el fin de la gesta estaba cerca.

Espartaco logró una casi imposible victoria: en el valle del Po venció a las legiones del cónsul Cayo Casio Longino y pudo cruzar los Alpes hacia la libertad definitiva… pero volvió al sur. Inexplicable. Suicida. Según algunos historiadores, el entusiasmo de los rebeldes por sus hazañas les hizo rechazar el plan de fuga: querían seguir en Italia y tomar Roma.

El sueño se diluyó ante las diez legiones –unos 60 mil hombres– al mando del pretor Marco Licinio Craso. Pudo batir a Espartaco en la montañosa región de Piceno, pero el error de un ayudante, Lucio Mummio, que atacó frontalmente a los rebeldes en lugar de rodearlos, le permitió a Espartaco seguir su marcha hacia el sur.

Ya a orillas del Tirreno, en Calabria, negoció con los piratas turcos: una flota para su gente a cambio de una fortuna en oro y joyas acumuladas en los saqueos. Pero Roma les ofreció el doble: el precio de la traición.

Entretanto, Cayo Craso construyó una línea fortificada de 65 kilómetros: un foso muy profundo y una valla de casi cinco metros de altura.

Imposible atravesarla. Pero Espartaco se valió de una táctica usada por el general Aníbal Barca contra los romanos… ¡144 años antes! En una noche de tormenta reunió cientos de cabezas de ganado, puso antorchas encendidas en sus cuernos, los lanzó contra la valla. Los romanos, creyendo que eran hombres, guiaron hacia ese punto todo su ejército… y Espartaco y los suyos cruzaron la valla por otro sector.

El Senado jugó su última carta. Cercar a Espartaco y su ejército en tres frentes: noroeste, suroeste y este. Con un total de 120 mil hombres, contra los 80 mil de los rebeldes.

La encerrona fue fatal. En ese año 71, en Apulia, sucedieron la última batalla (Río Salario) y el último suspiro libertario.

Antes del choque final, un soldado le llevó a Espartaco su caballo, y éste lo mató con su espada: "La victoria me dará bastantes caballos de mis enemigos, y si caigo derrotado, ya no lo necesitaré".

Combatió a pie. Sus fuerzas perdieron 60 mil hombres. Los romanos, apenas mil.

Los prisioneros fueron crucificados a lo largo de la Vía Apia, entre Capua y Roma.

El cadáver de Espartaco nunca fue encontrado.

(Post scriptum. Pero la rebelión, el sacrificio y la masacre no fueron en vano. Dejaron una profunda huella. Entre muertos y fugitivos dispersos que lograron llegar a otras tierras, Italia perdió… ¡cien mil esclavos! Una enorme legión sometida a trabajos forzados cuya ausencia golpeó muy duramente la producción de bienes. En especial, los agrícolas, ya que una infinidad de latifundios –base clave de la economía romana– fueron destruidos. La crisis impulsó a apropiarse de los hijos de los esclavos, por temor a que sus padres repitieran la cruzada de Espartaco. Pero el resultado fue nefasto. Los muy jóvenes no tenían fuerza ni experiencia. Muchos mayores, por el mismo temor, fueron liberados. Otro traspié: se convirtieron en ciudadanos parásitos, viviendo de las regalías de los políticos: el demagógico panem et circenses, una de las semillas de la decadencia de Roma. Según los historiadores Columela y Plinio el Viejo, la situación desembocó en una aguda crisis económica que ni siquiera pudieron superar los emperadores más lúcidos: Tiberio, Trajano y Antonino Pío. Agotado, el país no pudo resistir las invasiones de los bárbaros (siglo V). Y así llegó el fin del Imperio Romano de Occidente y sus 503 años que creyeron el primer paso hacia la eternidad. Se abrieron las puertas de la Edad Media. Los huesos de Espartaco seguían hablando…)

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