Guerra, terrorismo, pobreza, desigualdad, desastres naturales, enfermedades; nuestra época parece a primera vista atravesada por terribles amenazas sobre la vida que, muchas veces, nos llevan a idealizar un pasado más simple e inocente.
Pero para el escritor y profesor sueco Johan Norberg esta percepción no guarda relación con la realidad.
Por el contrario, "estamos siendo testigos de la mayor mejora de los niveles de vida en todo el mundo que jamás se ha producido", según indicó Norberg en su libro "Grandes avances de la humanidad: el futuro es mejor de lo que pensamos".
El autor es miembro del Cato Institute en Washington y del Centro Europeo de Economía Política Internacional en Bruselas, y se describe a sí mismo como un optimista de la globalización y el desarrollo.
Sus primeros pasos en esta dirección surgieron de su propia experiencia en Suecia, donde tenía problemas para digerir la vida moderna de autopistas, fábricas y supermercados.
De hecho, Norberg soñaba con una sociedad que volviera atrás, hacia un idilio de armonía con la naturaleza. Pero entonces empezó a estudiar la historia.
En la Suecia de sus antepasados, hace 150 años, la mayor parte de la población sufría de desnutrición, pobreza extrema, escasa expectativa de vida y alta mortalidad infantil. Es decir, condiciones de vida muy inferiores al África subsahariana, la zona más pobres del mundo en 2018.
Había falta de comida, ropa y refugio, y una mala cosecha podía significar la muerte.
Desde ese momento avanzó en el estudio del desarrollo humano en diferentes áreas como higiene, alimentación, pobreza, violencia, entre otras, y llegó a diferentes conclusiones expuestas en "Grandes avances de la humanidad".
Por ejemplo, que en el último siglo la expectativa de vida llegó al doble que la experimentada en los anteriores 200.000 años. Que el riesgo de morir en una guerra, desastre natural o a manos de una dictadura es el más bajo de la historia. O que un niño nacido en este mundo tiene más chances de jubilarse de las que hace 100 años tenía de sobrevivir la infancia.
Pero los habitantes de esta época no lo sienten así.
En 1955 el 13% de los suecos pensaba que las condiciones en la sociedad eran "intolerables". Hoy, cuando el país se ha convertido en uno de los más desarrollados del planeta, el porcentaje supera el 50%.
Mientras que la mayoría de los británicos que votaron a favor del Brexit, en 2016, estaban convencidos de que hoy se vive peor que hace 30 años.
Norberg atribuye esta situación a una característica de los tiempos contemporáneos: el amplio acceso a la información que nos ha hecho conscientes de fenómenos a nivel mundial que antes no hubieran tenido visibilidad. En sus palabras, "vemos ahora excepciones que en otra época habrían sido la regla".
Un ejemplo claro se produce en el problema del hambre. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en 1945 más del 50% de la población sufría desnutrición. Hoy el número apenas supera el 10%, pero vemos a diario imágenes de niños pasando hambre, como ocurre actualmente en Siria.
Si tomamos el caso de América Latina, la FAO marca que a finales de la década de 1960 la desnutrición alcanzaba a una de cada cinco personas, mientras que para el año 2016 el número se reducía al 6%.
También la violencia muestra relaciones similares.
El siglo XX sufrió en la primera y segunda guerras mundiales los peores conflictos de la historia en términos de muertos absolutos, con estimados de entre 50 y 100 millones de muertos. Pero si se los toma en relación a la población del mundo, la imagen es distinta.
Por ejemplo la caída de la dinastía Ming en China, en el siglo XVII, provocó proporcionalmente casi el doble de muertes que la Segunda Guerra Mundial.
En tanto tras la derrota de los nazis en 1945, Alemania había sufrido la muerte de cinco millones de personas de una población de 70 millones, es decir un 7% del total. Las imágenes de destrucción de las ciudades eran espectaculares.
Pero durante la Guerra de los Treinta Años, entre 1618 y 1648, la pérdida relativa alcanzó poco más del 30% de la población alemana del momento. Hasta la llegada en el siglo XX de los medicamentos antibióticos y el concepto de higiene, las guerras eran desastres mucho mayores porque desencadenaban también pestes y hambruna.
De hecho, la expectativa de vida, que en 1770 rondaba los 30 años, llegaba en 2010 a los 70 años.
En el plano de la igualdad de género, Norberg recuerda que durante la mayor parte de la historia las mujeres fueron propiedad de sus padres hasta que se casaban y se convertían en propiedad de sus esposos. No podían votar, poseer bienes, decidir sobre sus cuerpos, ser educadas o trabajar fuera de las tareas domésticas.
En el año 1900 no existía país en la Tierra en la que la mujer pudiera votar. Para el 2010, casi todos los países del mundo lo tenían incorporado a su cultura política, con excepción del Vaticano y fuertes restricciones en Arabia Saudita y Pakistán.
A pesar de su argumentación a favor de un optimismo con respecto al desarrollo del mundo, Norberg también lanza una advertencia de un "contragolpe" que pueda echar atrás el progreso.
"Cuando no vemos el progreso que hemos hecho, empezamos a buscar chivos expiatorios para los problemas restantes", indica el autor, como advertencia ante los movimientos políticos que prometen dar soluciones a las cuentas pendientes frenando el comercio, nacionalizando industrias y expulsando a los inmigrantes.
Es decir yendo en contra del sistema que permitió los avances generados por la globalización y la economía moderna. "Si creemos que no tenemos nada que perder, es porque tenemos mala memoria", señala.
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