A fines del año pasado, la pregunta que surgía al analizar la escalada de amenazas y pruebas misilísticas en la que se trenzaban Corea del Norte, Corea del Sur y Estados Unidos era cuán cerca estaba el mundo de una guerra nuclear. La mutación del escenario en los dos meses y 11 días que transcurrieron de 2018 fue tan radical que no es fácil de asimilar.
El anuncio que hizo a comienzos de la semana Chung Eui-yong, titular de la Oficina de Seguridad Nacional de Seúl, era ya sorprendente. Kim Jong-un y Moon Jae-in protagonizarán a fines de abril el tercer encuentro entre mandatarios del Norte y del Sur desde que estalló la guerra entre ambos, en 1950. Será el primero en territorio neutral: se realizará en Panmunjom, una aldea situada en la zona desmilitarizada que divide a los dos países. El último había sido en 2007, con Kim Jong-il, padre del actual dictador, como anfitrión en Pyongyang.
Los Juegos Olímpicos dieron una buena excusa a todas las partes para bajar el resentimiento
Pero esa noticia quedó opacada por la que dio el mismo Chung días más tarde, desde Washington. Kim le propuso a Donald Trump mantener un encuentro bilateral, y este aceptó. La cumbre entre el presidente estadounidenses y su par norcoreano, que sería en mayo, no tiene ningún precedente.
"Kim Jong-un habló acerca de la desnuclearización con los representantes surcoreanos, no solo de un congelamiento. Además, dijo que no haría ensayos balísticos durante este período. Es un gran progreso, pero las sanciones continuarán hasta que se llegue a un acuerdo. ¡Estamos planeando un encuentro!", tuiteó Trump horas después del discurso de Chung.
Qué cambió en Kim Jong-un
Kim oficializó el cambio de postura en el discurso que dio el 1 de enero para recibir el Año Nuevo. Vestido con un traje muy occidental, le recordó a los Estados Unidos que "está al alcance" de su arsenal y que tiene "un botón nuclear siempre en el escritorio".
Hasta ahí, más de lo mismo. Pero luego cambió abruptamente de tono para hablarles a sus vecinos del sur. "Esperamos sinceramente que los Juegos Olímpicos de Invierno (que se celebraron en PyeongChang entre el 9 y el 25 de febrero) sean un éxito. Estamos dispuestos a tomar las medidas necesarias, incluido el envío de nuestra delegación. Las dos Coreas pueden reunirse de inmediato para este fin", dijo.
Desde ese momento, se desató una reacción en cadena. "Los JJOO dieron una buena excusa a todas las partes para bajar el resentimiento, aunque sea por un breve período, y unirse en el espíritu olímpico de la paz y la sana competencia. El efecto simbólico de la entrada de un equipo coreano unificado fue muy fuerte y la gente lo vio muy bien. La diplomacia deportiva funcionó y permitió dar aliento no solo a un diálogo intercoreano, sino incluso a uno entre Corea del Norte y Estados Unidos", explicó Young-Key Kim-Renaud, profesor de asuntos internacionales y miembro del Instituto de Estudios coreanos de la Universidad George Washington, consultado por Infobae.
Moon, presidente surcoreano desde mayo de 2017, respondió al planteo de Kim proponiendo "conversaciones de alto nivel" entre las dos naciones. Acto seguido, reabrieron la línea de comunicación especial, que permanecía silenciada desde 2015.
Pyongyang aceptó la oferta y se confirmó la realización de un encuentro entre representantes de ambas partes, que se realizó el 9 de enero en Panmunjom. Al mes siguiente, además de mandar una delegación de deportistas, Norcorea envió a Seúl por primera vez en la historia a una representante de la dinastía gobernante, Kim Yo-jong, hermana del dictador.
Su misión fue dar un mensaje claro sobre la voluntad negociadora del régimen y transmitirle personalmente a Moon la invitación de Kim para que lo visite. El mandatario surcoreano recibió de buena manera la propuesta, pero recordó que sin un diálogo entre Estados Unidos y Norcorea, cualquier intento de profundizar el acercamiento entre las naciones hermanas quedaría trunco.
Luego le encomendó a Chung que viaje en su nombre. Inesperadamente, fue recibido por el propio Kim, que lo agasajó con un cena. En ese encuentro se ultimaron los detalles para acordar las dos cumbres, primero entre Moon y Kim, y después entre este y Trump.
No debiéramos esperar ningún resultado concreto de estos encuentros, por más que sean bienintencionados
Los JJOO crearon la ocasión para concretar un plan que, evidentemente, Corea del Norte tenía en mente desde hace tiempo. Razones para buscar un acercamiento no le faltaban. "Es posible que la última ronda de sanciones haya empezando a surtir efecto y Kim esté tratando de relajar la tensión y conseguir un alivio, al margen de reducir la probabilidad de una acción militar de los Estados Unidos", dijo Terence Roehrig, director del Grupo de Estudios sobre Asia-Pacífico del Colegio Naval de Guerra de Estados Unidos, en diálogo con Infobae.
Desde la óptica norcoreana, puede ser perfectamente lógico el vuelco que dio entre un año y otro. Si ya sabía que iba a sentarse a negociar, pretendía hacerlo desde una posición más ventajosa en términos de lo que le puede cobrar a sus interlocutores. Así se explican los desesperados intentos por demostrar poderío militar.
"Kim propuso las reuniones con los dos jefes de Estado envalentonado con su supuestamente reconocido éxito nuclear, y urgido para lidiar con los problemas económicos de su país. Trump, que había prometido reunirse con Kim durante la campaña presidencial, vio una oportunidad para cumplir con su compromiso electoral y aceptó sin consultar con los expertos", sostuvo Kim-Renaud.
Qué se puede esperar del acercamiento
"Creo que Moon en particular tiene un sincero interés en trazar un camino de paz con Corea del Norte, y claramente apuesta a la diplomacia para lograrlo. Kim está tratando de obtener mayor legitimidad internacional", dijo a Infobae Catherine Beatrice Dill, investigadora del Centro James Martin de Estudios para la No Proliferación, del Instituto Middlebury de Estudios Internacionales.
Así planteadas, esas metas no parecen incompatibles. Sin embargo, en la medida en que se piensa en todo lo que implicaría tratar de hacerlas realidad, y en todos los intereses cruzados que hay en el medio, las cosas se pueden poner más difíciles.
"No debiéramos esperar ningún resultado concreto de estos encuentros, por más que sean bienintencionados —dijo Kim-Renaud—. De todos modos, el hecho de que se sienten a la mesa a dialogar, especialmente sobre desnuclearización, ya implica un cambio en la relación. Algo crucial que podríamos esperar es un cambio real en la manera en la que se ven y se dirigen mutuamente. El valor de esa modificación sería llevar a las partes al terreno de la civilización, lo cual podría tener un impacto duradero por décadas".
James Edward Hoare, investigador del Centro de Estudios Coreanos de la Universidad de Londres, no es demasiado optimista en cuanto a los logros que se pueden alcanzar. "Hay muchos problemas. La sospecha mutua, objetivos que son poco claros o imposibles, porque Corea del Norte no se va a echar hacia atrás, quedando vulnerable", dijo a Infobae.
El mayor obstáculo es que no hay muchos antecedentes de un país que, sin haber sido derrotado militarmente, esté dispuesto a ceder su poderío armamentista. Al mismo tiempo, es razonable que Corea del Sur y los Estados Unidos pretendan que un régimen que se ha mostrado siempre tan impredecible desista de continuar con sus amenazas. Por eso, si ambos mantienen sus exigencias, hay un importante riesgo de que todo siga más o menos igual.
"Más allá de que el diálogo es indiscutiblemente la dirección correcta, soy escéptico sobre la posibilidad de que Corea del Norte renuncie a su capacidad militar por el precio que Corea del Sur y Estados Unidos están dispuestos a pagar. Así que creo que los fundamentos del problema no cambiaron ni van a cambiar en los próximos años", concluyó Roehrig.
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