La reciente disputa entre Polonia e Israel por una ley que prohíbe menciones a la responsabilidad polaca en el Holocausto ha vuelto a interpelar a nuestros tiempos con el recuerdo y la interpretación de una de las páginas más oscuras de la historia europea y mundial.
Ni Polonia ni Israel pretenden, por supuesto, ir en contra de la idea de que fue la Alemania nazi la principal, y quizás única, responsable del genocidio de judíos y muchas otras minorías durante los años de la Segunda Guerra Mundial, entre 1939 y 1945.
Pero sí están chocando por el reconocimiento del rol activo de los individuos, de diferentes nacionalidades y credos, en diferentes actos violentos perpetrados por los nazis.
Así, el gobierno nacionalista y conservador polaco intenta callar con penas de prisión a quienes citen este colaboracionismo para hablar de una responsabilidad polaca, y en su férrea defensa han incluso traído a la discusión el caso de colaboradores judíos dentro de los ghettos y campos de concentración.
El miércoles el periódico israelí Times of Israel se involucró en el debate promoviendo el argumento de que si bien hubo colaboradores entre polacos y judíos de toda nacionalidad, los primeros lo hacían para buscar un beneficio de las autoridades alemanas o bien por antisemitismo, mientras que los segundos, prisioneros llamados a administrar prisiones y mantener el orden, lo hacían bajo una constante amenaza de muerte.
Lo cierto es que hubo colaboracionismo, en mayor o menor medida, en todos los países europeos conquistados por Alemania durante la guerra y era inevitable. También lo hubo en los países ocupados por Japón e Italia, aliados que conformaban el llamado "Eje".
Ya sea por búsqueda de beneficio, por supervivencia o por simple obediencia, el fenómeno existió e incluso hemos podidos observar ejemplos contemporáneos en las ciudades sirias e iraquíes conquistadas por el grupo terrorista Estado Islámico (ISIS) en 2014.
Pero quizás el debate actual en torno al holocausto esté relacionado a cómo cada una de las naciones reprimidas por los nazis lidió con el fenómeno de los colaboradores y qué responsabilidad aceptó durante la posguerra.
Estos son algunos de los casos de colaboracionismo más emblemáticos de la guerra, y cómo fueron tratados cuando los invasores finalmente fueron expulsados.
Francia
El ejército francés se derrumbó en junio de 1940 tras un mes y medio de durísimos combates contra los alemanes. Poco antes había ocurrido algo similar con sus aliados en la Fuerza Expedicionaria Británica, que logró ser evacuada en Dunquerque.
En consecuencia inició una larga ocupación del país que duraría hasta 1944.
Pero a pesar de que el movimiento de resistencia ante los invasores cobró una enorme notoriedad durante y luego de la guerra, Francia se convirtió también en un emblema del colaboracionismo porque sólo la mitad norte del país fue ocupada por los alemanes.
La mitad sur fue "devuelta" a un gobierno francés con capital en Vichy, al mando del general Philippe Pétain, pero a las órdenes de Berlín.
En la Francia de Vichy la policía rutinariamente hallaba y deportaba judíos, gitanos romani, homosexuales y otros "indeseables" a los campos de concentración y de exterminio en Polonia. Además de proveer trabajadores, inteligencia y hasta asistencia militar principalmente en las colonias francesas en África, así como voluntarios para la 33° división SS de infantería "Carlomagno".
Tras la invasión de las tropas aliadas en Normandía en junio de 1944 y la posterior entrada en París, y del sur del país mediante la operación Dragoon en agosto, la Francia liberada se lanzó a un caería brutal de colaboracionistas.
Los hombres eran ejecutados en juicios sumarios, con estimaciones que llegan a los varios miles, y las mujeres recibían cortes de pelo al ras para ser luego fácilmente reconocidas y humilladas.
Cuando se restauró el orden, iniciaron entonces los juicios contra cerca de 127.000 personas, que incluyeron unas 1.500 sentencias a muerte, según señala el historiador francés Claude Liauzu en su obra de 1999 "La sociedad francesa frente al racismo: de la Revolución hasta nuestros días". Hubo además 56.000 ciudadanos "degradados" al perder sus derechos civiles.
El extenso alcance del colaboracionismo en Vichy y las brutales represalias son un recuerdo difícil de abandonar en el país, donde el historiador Henry Rousso habla incluso de un "Síndrome de Vichy".
Pero más allá de la ola de ejecuciones ilegales y legales a colaboradores, sin embargo, Francia tardó en establecer una postura oficial con respecto a su rol en el Holocausto, e incluso por muchos años cargó la culpa entera sobre el gobierno de Vichy, extinto.
Pero en 1995 el entonces presidente Jacques Chirac admitió la responsabilidad del estado francés por la deportación de 76.000 judíos. "Estas horas oscuras son un insulto contra nuestro pasado y tradiciones. La locura criminal de los ocupadores fue secundada por los franceses, por el Estado francés", explicó, según recuerda la BBC.
La postura fue retomada por el actual presidente Emmanuel Macron en 2017. "Fueron definitivamente los franceses quienes organizaron esto, ningún alemán participó", dijo el mandatario en un acto de recuerdo en el Vélodrome d'Hiver, el velódromo parisino donde fueron reunidos 13.000 judíos antes de su deportación.
"Es conveniente ver al régimen de Vichy como surgido de la nada, y vuelto a la nada. Es conveniente, pero falso. No podemos construir orgullo basado en mentiras", argumentó, de acuerdo al periódico El País.
Bélgica y Holanda
Bélgica y Holanda cayeron bajo dominio alemán en 1940, poco antes de la derrota de Francia.
En el primero la colaboración sucedió principalmente en la región de Flandes, donde antes de la guerra ya existían partidos fascistas cercanos a los nazis, como el Vlaams Nationaal Verbond y el Partido Rexista.
Los miembros de estas fuerzas crecieron en número y poder bajo la ocupación alemana, accediendo a las órdenes de Berlín. Además, unos 15.000 belgas marcharon a las filas de las Waffen SS para luchar en Rusia.
Se estima que entre 29.000 y 65.000 judíos fueron deportados a los campos de concentración, la mayoría de los cuales murió allí, de acuerdo al Yad Vashem, institución del Estado de Israel dedicada a la memoria del Holocausto.
En Bélgica no existe una declaración de responsabilidad como la realizada en Francia, pero en 1995 se aprobó una ley que penaliza la negación del Holocausto, una legislación que, al igual que la promovida en estos tiempos por Polonia, tiene su cuota de polémica.
En tanto en 2007 se publicó un largo y detallado informe final sobre el colaboracionismo en el país, titulado "La Bélgica dócil", que tuvo un alto impacto al mostrar el alcance de la ayuda local ofrecida a las fuerzas ocupadoras.
En especial se cita el momento en 1940 cuando el gobierno belga accedió a crear un registro de judíos que luego proporcionó a los alemanes y fue instrumental en las redadas previas a la deportación.
En Holanda existía una variante local del partido Nacional Socialista de los Trabajadores, nombre oficial del nazismo, que aumentó su poder tras la derrota militar del país.
Durante la ocupación el país estuvo gobernado por una administración civil poblada por alemanes, que a su vez controlaban a los empleados públicos holandeses.
En los primeros años este gobierno mixto realizó un registro de judíos y sus bienes, y aplicó la prohibición para ellos de participar de la administración pública y otras ocupaciones.
En 1942 comenzaron las deportaciones a Auschwitz y Sobibor, y según estimaciones citadas por el Museo del Holocausto en Estados Unidos, 107.000 judíos holandeses fueron enviados a estos dos campos de exterminio. Sólo 5.200 sobrevivieron.
Además de esta colaboración con el gobierno, numerosos holandeses se enlistaron también en la 11° divisón SS "Nordland" y en la famosa 5° división SS "Wiking", para luchar contra la Unión Soviética.
En la posguerra Holanda evitó cualquier tipo de referencia a sus colaboradores, enfatizando en cambio los numerosos casos de ayuda a los judíos y su activa resistencia.
Pero el desproporcionado número de muertos entre la población judía del país y los asuntos inconclusos con respecto a la propiedad confiscada por las autoridades mantuvo el tema en agenda.
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La situación comenzó a cambiar en 2005, cuando la compañía nacional de ferrocarriles Nederlandse Spoorwegen pidió perdón por su rol en el traslado de los judíos a los campos de exterminio. Ese mismo año el primer ministro Jan Peter Balkenende había condenado la complicidad holandesa en el Holocausto, según reportó Haaretz, aunque aún no hubo una pedido de disculpas formal.
Ucrania y los países oprimidos por la URSS
En los años previos a la guerra el descontento de los ucranianos con la Unión Soviética a la que pertenecían, y especialmente frente a Rusia, su república más importante, había llegado a niveles muy altos.
Especialmente el recuerdo del Holodomor, la hambruna provocada por políticas deficientes en las que se cree que murieron millones de personas, las purgas políticas ordenadas desde Moscú y la colectivización de las fértiles tierras ucranianas, habían potenciado los sentimientos independentistas.
Cuando los alemanes entraron triunfantes en 1941 en el territorio, persiguiendo al ejército rojo, muchos lo vieron casi como una liberación y los nazis fomentaron que los ucranianos obtuvieran puestos políticos en la nueva administración, en reemplazo de judíos y rusos desplazados.
Basada en un antisemitismo preexistente entre los ucranianos, a la colaboración con los esfuerzos bélicos alemanes (al que se sumaron como soldados voluntarios) se sumó la ayuda prestada para llevar a cabo el Holocausto mediante el despliegue de policías especiales en todo el territorio, que como Polonia albergó también campos de exterminio.
Ucrania logró separarse definitivamente del control de Rusia en 1991 con la caída de la Unión Soviética, y desde entonces no ha condenado oficialmente las instancias de colaboración.
Por el contrario, en 2014 aprobó dos leyes de censura. La primera, con el número 2558, prohíbe la propagación de símbolos tanto del nazismo como de la URSS.
Una segunda norma, la 2538-1, celebra los diferentes grupos de partisanos y milicias ucranianas que combatieron esta ocupación, y criminaliza a quienes cuestionan su legado en la lucha por la independencia, a pesar de que algunas perpetraron masacres.
En Bielorrusia los nazis recibieron el apoyo de los políticos que fomentaban el movimiento independentista, y a cambio de tomar las riendas del país éstos participaron activamente en la búsqueda y exterminio de judíos.
Algo similar ocurrió con los países del báltico Estonia, Lituania y Letonia, los cuales, ansiosos de liberarse de la URSS, no dudaron en implementar las políticas raciales de los alemanes y gestionaron diversas masacres contra los judíos y los romani, a cambio de lograr una administración independiente de su territorio.
Tampoco hubo reconocimiento de responsabilidad en estos países, que se defienden alegando que no eran estados independientes al momento de los crímenes.
En el caso de Letonia y Lituania, aprobaron en 2010 y 2014 leyes similares a la de Ucrania, que penalizan con prisión a quienes niegan los crímenes de genocidio y cuya responsabilidad la norma claramente restringe sólo a la Alemania Nazi y la URSS.
Polonia
A diferencia de Vichy y los estados bálticos, no hubo gobierno polaco durante la ocupación y el país entero estuvo administrado por los alemanes entre 1939 y 1945.
Además, debido al hecho de que Polonia fue derrotada militarmente pero nunca se rindió, algunos miembros de su ejército pasaron a la clandestinidad y forjaron el movimiento de resistencia más grande de Europa.
Por esta razón los alemanes no confiaban en los polacos y no les daban cargos administrativos de alto nivel, excepto a los descendientes de alemanes cuyas familias habían quedado en el país luego de los cambios en las fronteras que produjo la Primera Guerra Mundial.
En esta situación particular se han basado los sucesivos gobiernos polacos de pos guerra para evitar el rótulo de "colaboracionismo", aún más en lo referido a la implementación del Holocausto.
Sin embargo, también hubo numerosas instancias de ayuda a los nazis de parte de polacos, según ha documentado el Museo del Holocausto en Estados Unidos.
Potenciado por el antisemitismo, presente en toda Europa en los años anteriores a la guerra, hubo instancias de polacos que informaban a los nazis de la ubicación de sus vecinos judíos a cambio de beneficios.
Una investigación privada del historiado Jan Grabowski, por ejemplo, vincula la muerte de hasta 200.000 judíos a la cacería activa o información proporcionada por sus vecinos polacos.
Hubo, además, un extenso trabajo en conjunto durante la ocupación entre las fuerzas policiales polacas y los trabajadores en el sistema de ferrocarriles con las tropas de ocupación alemanas para ordenar y trasladar a los "indeseables" a los campos de exterminio.
Además, dos famosas masacres de judíos realizadas por polacos en Jedwabne y Kielce, en 1941 y 1946, continúan siendo un recuerdo amargo para muchos.
Auschwitz-Birkenau, Treblinka, Belzec y Sobibor son algunos de los campos de exterminio que fueron instalados en Polonia por los alemanes y en donde murieron millones de personas, y que han trazado una vinculación casi instantánea entre el país y el Holocausto. De hecho la ley impulsada por el gobierno polaco busca también prohibir el uso de la expresión "campo de exterminio polaco", ya que además de su ubicación geográfica el término puede dar lugar a dudas sobre quién operaba esas instalaciones.
Muchos polacos resienten esta asociación, considerando que, al menos a nivel estatal, su país colaboró menos que Francia, Holanda o Estonia, pero que aún así se los considera como partícipes del Holocausto.
Pero lo cierto es que los gobiernos polacos no han reconocido ninguna responsabilidad ni han ahondado en investigaciones sobre el alcance del colaboracionismo en el país, debate que ahora planean cerrar con una ley.
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