La marcha conjunta de los atletas de las dos Coreas en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Invierno de PyeongChang marcó un hito histórico en las relaciones entre ambos países. El hecho significó un gran progreso desde el verano de 1988, la última vez que los capitalistas fueron anfitriones de las Olimpiadas.
En muchos sentidos, los acontecimientos que condujeron al evento deportivo internacional de 1988 fueron más dramáticos y preocupantes que la tensión que se vivió en los últimos años en la Península de Corea, al menos desde la perspectiva de Seúl.
La amenaza del boicot
Aunque inusuales hoy, los boicots internacionales no eran infrecuentes durante la Guerra Fría. Hubo uno que fue muy sonado en los Juegos Olímpicos de Montreal de 1976 por el apartheid en Sudáfrica. Por su parte, las Olimpiadas de Moscú de 1980 fueron precedidas por la invasión soviética de Afganistán, y la respuesta de Estados Unidos fue no presentar a sus atletas para la competencia.
A dicha decisión adhirieron muchos de sus aliados africanos y asiáticos, incluyendo a Kenia, Alemania Occidental, China y Corea del Sur. En represalia, el Kremlin respondió de igual manera en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1984.
En cualquier caso, dada la tradición de boicots por parte de algunos países y de célebres atletas desde 1976, los norcoreanos esperaban que lo mismo sucediera para los Juegos Olímpicos de Seúl de 1988, un evento que validaría a su enemigo como una gran nación deportiva y que amenazaba la imagen que el régimen divulgaba en su propaganda de un país bárbaro, pobre y corrupto a merced de los imperialistas estadounidenses.
Inicialmente, el país comunista esperaba negar al Sur este prestigio exigiendo que los Juegos Olímpicos se trasladaran a otra ciudad. Luego, presionaron al Comité Olímpico Internacional (COI) para adquirir derechos de coanfitrión junto a sus vecinos.
Pese a que existieron algunas negociaciones en este sentido entre ambas Coreas y el COI, en reuniones privadas con sus aliados socialistas el país hermético expresaba su verdadera voluntad de que, como había ocurrido en 1984, el bloque socialista boicoteara el evento, esta vez con el apoyo de China.
Pero en 1985 flotó la idea de formar un equipo conjunto de Corea que cobró notoriedad cuando el Comité Olímpico Nacional Chino envió una carta apoyando la iniciativa en 1985. Para 1986, el gobierno soviético de Mijaíl Gorbachov ya había anunciado que participaría de los Juegos en Seúl, mientras que la participación china en los Juegos Asiáticos de 1986 sugerían que el gobierno de Deng Xiaoping seguiría su ejemplo.
A mediados de 1986, entonces, el COI supo que los intentos de boicotear el evento deportivo por parte de Corea del Norte habían fracasado: sólo el régimen marxista-leninista en Etiopía, junto con Cuba, Albania y Seychelles fueron persuadidos de colaborar con su objetivo.
Pero el Norte no abandonó su esperanza de arruinar los Juegos Olímpicos de Seúl.
El método terrorista
El gobierno norcoreano no estaba contento cuando los "títeres del imperialismo yanqui" en Corea del Sur fueron galardonados con los Juegos Olímpicos de Verano de 1988 en 1981. Por eso, desde aquel anuncio el entonces dictador Kim Il-sung y su hijo y heredero Kim Jong-il entendieron que tenían siete años para interrumpir la celebración por cualquier medio disponible.
El régimen comunista ya tenía un largo historial del uso de la fuerza contra Corea del Sur. En 1968, el fundador del país, que fue guerrillero en la década de 1930, ordenó el asalto de la Casa Azul, la oficina ejecutiva y residencia oficial del Jefe de Estado surcoreano.
Park Chung-hee, el presidente surcoreano de ese entonces, quedó ileso: la incursión acabó con la muerte de decenas de soldados, pero el gobierno no fue afectado. En 1974, otro ataque contra Park, que por entonces ya se había consolidado como dictador del país, también fracasó, pero esta vez su esposa fue asesinada.
Siguiendo los pasos de su padre, en 1983 Kim Jong-il ordenó otro ataque contra los dirigentes surcoreanos en Rangún, la ex capital de Birmania. En esta ocasión, el objetivo fue relativamente exitoso, pero no cumplió el principal objetivo de asesinar al dictador militar y presidente de Corea del Sur Chun Doo-hwan.
La bomba tomó las vidas del Viceprimer Ministro de Corea del Sur, el Ministro de Relaciones Exteriores, Ministro de Comercio, Ministro de Energía, varios viceministros y la del Secretario de Estado de Economía, Kim Jae-Ik.
Esta última víctima, muriendo a los 44 años, fue particularmente lamentable ya que se trataba de quién había puesto en marcha una serie de políticas económicas exitosas que reactivaron la economía surcoreana y trajeron una prosperidad renovada al país.
Si el ataque hubiese cumplido el objetivo principal de asesinar al presidente Chun, es probable que habría sumido al país en caos y que los planes olímpicos hubieran sido cancelados.
Aunque no muy conocido fuera de Corea del Sur, otro ataque contra civiles en 1986 fue financiado por Corea del Norte, al menos según archivos de la Stasi, el órgano de inteligencia de Alemania Oriental. Los documentos, que fueron descubiertos por un periodista japonés en 2009, contienen información sobre ex miembros de la Facción del Ejército Rojo, una de las organizaciones revolucionarias de izquierda radical más activas en Alemania Occidental, que en 1977 se unieron a la Organización Abu Nidal.
Líder de un grupo disidente de la Organización para la Liberación de Palestina, Nidal conoció a Kim Il-sung en 1972 y habían consolidado una buena relación porque compartían una agenda en común: mientras que el fundador de Corea del Norte había lanzado una guerrilla contra los japoneses y luego contra el Sur, el terrorista palestino también luchaba contra los "títeres del imperialismo yanqui" (en su caso, Israel).
Pero ya por la década de 1980, Nidal se había distanciado de su lucha ideológica para desempeñarse como contratista independiente que realizaba ataques terroristas a cambio de dinero. Según los documentos de la Stasi, a finales de 1985 recibió 5 millones de dólares para bombardear el Aeropuerto Internacional de Gimpo una semana antes del inicio de los Juegos Asiáticos de 1986 en Seúl.
Efectivamente, una bomba de tiempo colocada en un basurero dentro del aeropuerto de Gimpo explotó repentinamente a las 15:12 (hora local) el 14 de septiembre de 1986, causando cinco muertes y 21 heridos.
Pero la campaña para inspirar miedo e inestabilidad en Corea del Sur antes del comienzo de los Juegos Olímpicos no terminó allí. Poco más de un año después, el régimen perpetró uno de los ataques terroristas más devastadores en la historia de la aviación civil.
El 29 de noviembre de 1987, el vuelo KAL 858 de Korean Air con destino a Gimpo explotó sobre el Mar de Andamán mientras viajaba de Abu Dhabi a Tailandia. 104 pasajeros y 11 tripulantes de cabina murieron.
Lo que se conoce del incidente surge por parte de la terrorista que sobrevivió, Kim Hyon-hui. Su cómplice, Kim Sung-il, se suicidó tras ser detenido por las autoridades de Baréin cuando intentaban regresar a Pyongyang. Ella también intentó quitarse la vida tragando cianuro, pero fracasó y terminó presa en Corea del Sur.
Fue juzgada, sentenciada a muerte y finalmente indultada por el presidente Roh Tae-woo, quién la consideró una víctima del lavado de cerebro norcoreano.
En sus memorias, registradas en su libro "Lágrimas de mi alma", explicó que el atentado tenía como objetivo arruinar las Olimpiadas de Seúl de 1988.
"Al destruir este avión", escribió Kim en su libro citando a un director de inteligencia norcoreano, "tenemos la intención de fomentar una sensación de caos y finalmente evitar que los Juegos Olímpicos se celebren en Seúl". Las órdenes de su misión, agregó, fueron escritas a mano por Kim Jong-il.
Las Olimpiadas de Seúl iniciaron poco más de nueve meses después del ataque.
Fue una celebración pacífica.
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