¿Qué queda de la religión luego de que la muerte de Dios fuera anunciada por Nietzsche a finales del siglo XIX, los estados comunistas se declararan rabiosamente ateos a comienzos del XX y la posmodernidad y la secularidad se asentaran tras ingresar de lleno al nuevo milenio?
Mucho, considerando el apoyo decisivo de la comunidad cristiana en la victoria del presidente Donald Trump, en Estados Unidos; el auge del Papa Francisco y las esperanzas de cambio depositadas en él por buena parte del mundo católico; de la interpretación literal y extremista del islam realizada por diferentes grupos terroristas; por sólo mencionar algunas cuestiones.
Mucho, teniendo en cuenta también que la estructura de las sociedades contemporáneas parece mantener aún una fuerte correlación con la voluntad de sus habitantes de profesar una fe y, además, practicar una religión, según las últimas encuestas globales.
Se calcula que el mundo tiene una población de 7.600 millones de personas. De acuerdo a la consulta de WIN/Gallup International realizada en 2017 con una muestra de 66.000 personas en 68 países, el 62% de esta masa declara que la religión tiene importancia en sus vidas, es decir unos 4.712 millones agrupados entre cristianos, musulmanes, budistas, hinduistas, judíos y otros.
Este número es consistente con las encuestas realizadas en 2014 (63%) y 2005 (66%), y no se esperan cambios en el futuro, según confirmó a Infobae la socióloga argentina Marita Carballo, presidenta de la consultora Voices, afiliada a Gallup International.
En tanto el 74% cree poseer un alma, el 71% cree en Dios y el 54% cree en la vida después de la muerte, más allá de ser o no practicantes de una religión.
Una encuesta realizada en 2010 por Gallup Inc., consultora que sólo comparte nombre con Gallup International, ofrece datos un poco diferentes: sostiene que el 84% se considera religioso.
En el caso de esta consulta, se entrevistó telefónicamente a 1000 adultos en cada uno de los 114 países considerados. Esta clase de estudios requiere de enormes gastos y consumen grandes cantidades de tiempo, por lo que sólo se realizan cada cierto tiempo.
De cualquier manera, ambas encuestas muestran una correlación entre pobreza y una mayor religiosidad en los países del mundo, independientemente del credo que sostengan sus habitantes. La relación inversa también existe: está presentada.
Es así que los cinco países más religiosos del mundo, lugares en los que casi el 100% de sus pobladores declaran profesar activamente una fe, apenas superan en promedio los 4.000 dólares de producto bruto interno per cápita (ajustado por paridad de compra).
Cuatro de estos, Bangladesh, Níger, Yemen e Indonesia, son mayormente musulmanes mientras que Malawi posee una mayoría católica.
Por el contrario los cinco países menos religiosos del planeta, China, Estonia, República Checa, Suecia y Dinamarca, ostentan en promedio unos 35.000 dólares per cápita de producto bruto.
Todos ellos son cristianos, de diferentes denominaciones, excepto China, donde el budismo domina las preferencias de su relativamente pequeña comunidad religiosa.
En Europa se ha producido un alejamiento de la Iglesia y cambios en la religiosidad, la que se ha hecho más individual y a la carta
"En Europa Occidental en las últimas décadas observamos un importante proceso de secularización y de alejamiento de las Iglesias con descenso en la práctica y en la religiosidad", señaló Carballo. "Se ha producido un alejamiento de la Iglesia y cambios en la religiosidad, la que se ha hecho más individual y a la carta", agregó.
Existen excepciones a esta correlación, como es el caso de los países árabes petroleros, que se aproximan al 100% de religiosidad con altísimos niveles de ingreso per cápita, aunque no siempre signifique una mejor distribución.
Esto también ocurre en el caso de Estados Unidos, uno de los más religiosos entre los países desarrollados.
Pero a grandes rasgos, y como puede verse en la primera infografía, la relación parece repetirse en todo el mundo.
Además, la encuesta de WIN/Gallup International también muestra una correlación entre el nivel educativo y la religiosidad. Es decir que el 83% de las personas con bajos niveles de formación se declaran religiosos, contra el 49% entre los mejor educados.
Mientras que los jóvenes ente 18 y 24 años son más susceptibles de profesar una religión: el 74% declaró hacerlo. El 67% de los mayores de 65 años lo sostiene.
El rol de la religión
¿Pero qué explicación existe para la correlación entre mayor religiosidad y menores niveles de educación e ingreso?
¿Puede decirse que las condiciones de pobreza y la falta de desarrollo generan mayor religiosidad o, por el contrario, la religiosidad como característica cultural podría tener una incidencia en crear esas condiciones?
No existe una respuesta directa y las diferencias entre distintas religiones y culturas así como lo que entendemos por religión no puede dejarse de lado. Con atención a la gran importancia que la fe revista en la mayor parte del planeta, la cuestión debería ser abordada con respeto y cuidado.
En el caso del cristianismo mucho se ha escrito sobre la cuestión, especialmente desde el trabajo del sociólogo alemán Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, donde se diferencia entre un catolicismo centrado en el mundo espiritual y un protestantismo, en cambio, a la búsqueda de lo material, y sus consecuencias en el desarrollo de los países que profesaban una u otra denominación.
Este influyente trabajo se publicó en 1905 y partía de la observación de una mayor participación relativa de los protestantes en la posesión de capital y en la dirección de las industrias que los católicos. A su vez, esto parecía incidir en el desempeño industrial de aquellos países europeos mayormente protestantes, como Alemania y Gran Bretaña, frente al atraso relativo de sociedades católicas como la española, la italiana o incluso la francesa.
Para el doctor en religión Jaco Beyers, de la Universidad de Pretoria, en Sudáfrica, la contribución de la religión en la pobreza se manifiesta de tres maneras, de acuerdo a un reciente paper científico.
En primer lugar, la religión determina cuánta atención las personas prestan a su realidad económica, y de qué manera.
Además, la religión provee los valores éticos con los que cada sociedad trata el tema de la pobreza y reacciona ante los problemas de los más necesitados.
Finalmente, Beyers sostiene que la religión tiene la responsabilidad de aliviar la pobreza, al buscar la armonía y el bienestar de la mayor cantidad de personas.
Por otro lado la doctora Lisa Keister, de la Universidad de Duke, en Estados Unidos, agrega en un artículo para el Huffington Post que la religión tiene también un efecto en procesos importantes para la economía, como la educación, el matrimonio y la planificación familiar.
Esto es especialmente notable, por ejemplo, en versiones más conservadoras de religiones como el cristianismo y el islam, donde la mujer adquiere un rol exclusivo de madre que impide que busque activamente un trabajo.
También puede traducirse en el hecho de que familias tengan más hijos de los que pueden sostener para así dar cuenta de un precepto religioso.
Weber ofrecía una explicación similar hace más de 100 años, cuando notaba que los estudiantes católicos se inclinaban por la formación de tipo humanista, que devenía en promedio en trabajos no muy bien pagos, mientras que los protestantes lo hacían por lo estudios técnicos para encarar rápidamente hacia la industria.
Esta observación podría escapar a nuestro tiempo, pero sigue siendo representativa de cómo puede una religión afectar elecciones personales que tienen una efecto económico.
En un sentido distinto, una investigación del doctor Tom Rees en el Journal of Religion and Society del Kripke Center de la Universidad de Creighton, Estados Unidos, sostiene que las condiciones económicas de inseguridad, tales como la baja expectativa de vida, la alta mortalidad infantil, los altos niveles de criminalidad, la corrupción y las altas tasas de aborto, tienen un efecto determinante en el aumento de la religiosidad.
Esto se debe a que la religión provee apoyo social, así como también aporta un apoyo espiritual en situaciones traumáticas o estresantes (que potencian la superstición y el pensamiento mágico) e incluso un alivio ante la angustia existencial.
En sociedades con instituciones estatales fuertes, éstas cumplen el rol del apoyo social, reclamando a las religiones uno de sus principales trabajos en los países más pobres, donde el Estado y otras agrupaciones seculares suelen estar ausentes.
Tal situación, sostiene Rees, sería indicadora de que las condiciones de pobreza generan una mayor religiosidad y que la inversión estatal en seguridad económica realizada en los países más ricos, tal y como la seguridad social o el estado de bienestar, ha tenido un efecto secundario en las últimas décadas de reducir la religiosidad.
Quienes tienen problemas económicos y dificultades para resolver sus necesidades básicas tienden a encontrar en la religión y su grupo de referencia el apoyo que necesitan
En esta línea Carballo, quien es también presidenta de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas en Argentina, indicó que "los estudios muestran que la relación entre religiosidad y bienestar emocional es más fuerte en sociedades pobres que en desarrolladas".
"Quienes tienen problemas económicos y dificultades para resolver sus necesidades básicas tienden a encontrar en la religión y su grupo de referencia el apoyo que necesitan", explicó.
"Además los países más desarrollados suelen tener mejores sistemas de seguridad social que garantizan y dan seguridad a los individuos", agregó.
Fortunato Mallimachi, sociólogo experto en religión e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina, señaló a Infobae que se debe tener cuidado a la hora de plantear correlaciones entre religión y pobreza.
A pesar de los resultados ofrecidos por las consultoras en esta área y que muestran menores niveles de religiosidad en países con mayor ingreso per cápita, Mallimachi remarcó que "el que se ha convertido en una gran religión es el capitalismo, el mercado autoregulador se convierte en una religión".
En este contexto muchas personas que se sienten fuera del sistema, en cambio, "encuentran esperanzas en la religión que no encuentran en el capitalismo o los mercados" ya que las creencias religiosas "tienen más perdurabilidad que las políticas y sociales", indicó el también profesor de la Universidad de Buenos Aires.
"Las maneras de comprender a las religiones son cada vez más difíciles. La experiencia de la religión hoy está en el espacio público.", agregó.
En Latinoamérica en lugar de un proceso de secularización lo que ha ocurrido es una disminución de las personas que se denominan católicos
Y ese espacio público parece también marcado por lo que Weber llamaba metafóricamente una "lucha de los dioses" de los diferentes ordenamientos y valores, es decir el conflicto insalvable entre posturas extremas frente a la vida misma. En este sentido no es sólo es cuestión de "dioses" en cuanto a diferentes religiones y sus modos de ver la vida, sino también a las posturas frente a la religiosidad misma y su relación con la pobreza.
América Latina
La religiosidad, casi totalmente dominada por el cristianismo y en particular el catolicismo, es un elemento central en América Latina donde en promedio el 79% de la población se considera religiosa.
"En Latinoamérica en lugar de un proceso de secularización lo que ha ocurrido es una disminución de las personas que se denominan católicos, aun cuando sigue siendo la religión mayoritaria en los países de la región, en favor de los protestantes, sobre todo los evangélicos", indicó Carballo.
En los últimos años la llegada del Papa Francisco, él mismo de origen latinoamericano, ha generado una ola de fervor entre los fieles cristianos pero, también, una serie de cuestionamientos con respecto a sus posturas políticas.
En su reciente paso por Chile, en enero, hubo quienes subrayaron un fracaso de asistencia pero también los que acusaron a los medios de hacer una cobertura parcial de la visita que también incluyó a Perú.
De cualquier manera, los números con respecto a la religiosidad en el subcontinente parecen contundentes. Paraguay es el líder regional con el 92% de población religiosa, seguido por Bolivia (89%) y Guatemala (88%).
Mientras que Uruguay es el país menos religioso de América Latina, con el 41%, seguido de Argentina (66%) y Chile (70%).
Una vez más, la correlación entre religiosidad y pobreza es constatable.
Los tres países más religiosos suman en promedio un PBI per cápita de USD 8170. Mientras que los tres menos centrados en la religión alcanzan los USD 21895.
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