El reciente fallecimiento de la Condesa de Romanones, mejor conocida como Mary Aline Griffith Dexter, representa sin lugar a dudas un paso más hacia el fin definitivo de una era en la que ser una celebridad de alcance internacional significaba mantener un halo de misterio y recato, comportamiento que hoy día podría ser tildado de obsoleto en la era de las redes sociales y la sobreexposición que rige entre los famosos.
Nacida un 22 de mayo de 1923 en Nueva York en el seno de una familia de clase acomodada, Aline Griffith creció para obtener una Licenciatura en Literatura, Historia y Periodismo y luego comenzar a trabajar de modelo. Una cita con un agente de la Oficina de Servicios Estratégicos, la agencia de inteligencia estadounidense que operó durante la Segunda Guerra, la llevaría a ser reclutada al organismo que luego se convertiría en lo que hoy se conoce como la CIA, para trabajar en España en un principio como una secretaria a cargo del envío y recepción de mensajes cifrados.
Tras contraer matrimonio con el Grande de España Luis Figueroa y Pérez de Guzmán el Bueno, la flamante Condesa de Romanones pasó a ser miembro destacada del jet set mundial una vez terminada la guerra, reconocida en repetidas oportunidades como una de las mujeres mejor vestidas de la sociedad, además de codearse con amistades cercanas de la talla de Nancy Reagan, Jacqueline Kennedy y Audrey Hepburn.
Según el libro de Elizabeth McIntosh "Hermandad de Espías", Griffith dio sus primeros pasos en el mundo del espionaje en la ciudad de Madrid en 1941, donde operaba en lo que se conocían como "salas X2" donde se descifraban los vitales mensajes encriptados que se enviaban entre las fuerzas aliadas durante el momento más tenso de la Segunda Guerra. Además, la norteamericana estaba a cargo de una pequeña red de espías que cumplían la función de monitorear al secretario privado de un influyente ministro español de la era, parte del círculo social del General Franco con lazos a la Alemania Nazi.
Pero sin lugar a dudas, Griffith lograba desplegar todo su potencial a la hora de brillar en los eventos sociales de la aristocracia de la era, donde recopilaba información invaluable sobre lo que sucedía en un momento crítico de la historia mundial. Su nombre de guerra era "Tigre" y su coartada era la de una joven modelo norteamericana perteneciente a una familia rica, que había llegado a una España considerada en ese momento neutral, para pasar un buen rato en Madrid.
Una vez terminada la Segunda Guerra, Griffith se casó con el Conde de Quintanilla en 1947, un nieto de Álvaro de Figueroa quién ejerció en repetidas oportunidades de Primer Ministro Español y a la vez les pasó su titulo nobiliario una vez fallecido, lo que los convirtió en el Conde y la Condesa de Romanones.
Madre de tres hijos varones, la aristócrata dividió su tiempo entre sus hogares de Madrid, Nueva York y su campo en la localidad de Pascualte, en la provincia rural española de Cáceres. Fue conocida por organizar las más fastuosas galas, a las que se hacían presentes muchos de los líderes mundiales y celebridades de la época como Ronald Reagan, Donald Trump, la Duquesa de Alba, la Duquesa de Windsor, el Barón Guy de Rothschild, Salvador Dalí, Ava Gardner y Grace Kelly entre tantos otros referentes indiscutibles.
Romanones además publicó siete libros a lo largo de su vida, seis que fueron catalogados como no ficción y una novela. Sus tres títulos englobados bajo la serie de "Espías" exploraron en profundidad su involucramiento y participación en el mundo del espionaje y la inteligencia. Todos se convirtieron en best sellers del New York Times.
Pero, más allá de su capacidad innata para compartir relatos atrapantes, la vida de la Condesa siempre estuvo rodeada de sospechas de fabricar historias, sobre todo en lo vinculado a su paso por la Oficina de Servicios Estratégicos y luego por la CIA. El historiador Rupert Allason aseguró en uno de sus libros que "los datos supuestamente basados en los hechos que compartió sobre su rol como espía eran completamente ficticios". Romanones aseguró hasta el día de su muerte que sus historias "siempre se basaron en la verdad" y que la naturaleza de sus misiones impedía que fuesen documentadas en archivos oficiales que sirvan como evidencia.
"Moriré con mis secretos" dijo en repetidas oportunidades la ex agente de la CIA. "Nunca nadie sospechó que yo trabajaba para la OSE durante la guerra. Cuando viajaba a Francia o Suiza, tras casarme con un noble, me tocó sentarme en la misma mesa que jefes de estado por lo que me volví útil para los servicios de inteligencia dado que no tenían agentes en esos círculos" agregó.
"Fui encarcelada en Málaga, secuestrada en Madrid y atacada en Suiza" manifestó al Boston Globe en 1987 durante una de sus entrevistas más recordadas. Griffith le confesó a su marido su pasado como espía el día que se iban a casar, y también le prometió que dejaría de ejercer su arriesgada doble vida, algo que al parecer no pudo hacer tras ejercer misiones exitosas vinculadas a recuperar arte robado por los Nazis, reclutar a Wallis Simpson y la Duquesa de Windsor, descubrir a un topo ruso infiltrado en la OTAN, evitar el asesinato del Rey Hassan II de Marruecos en 1971 y a El Salvador a principios de los ochenta cuando el país estaba en llamas.
La Condesa de aspecto refinado aseguró en repetidas oportunidades que era capaz de disparar con gran habilidad, abrir una caja fuerte, o matar a un hombre con sus propias manos, todas habilidades que aprendió un "una escuela de espías" de Washington DC antes de ser enviada a Madrid. "El espionaje se convierte en una droga" confesó a People una mujer que será recordada por su coraje y servicio a la patria.
LEA MÁS: