Christine Keeler fue, durante años, noticia en el Reino Unido. Portada de todos los diarios: sensacionalistas y serios. Si es que en torno al Profumo Affair hubo alguna diferencia de estilo durante la cobertura de uno de los mayores escándalos políticos de la historia del país. El caso mezcló todos los ingredientes para que el gran público prestara atención: una modelo hermosa y joven, un ministro con gran poder y un espía soviético en pleno apogeo de la Guerra Fría. Y sexo. Y clase alta. Y una muerte por sobredosis. Y… y… y…
Todo comenzó cuando en 1961, Keeler conoció a John Profumo, una de las máximas figuras del partido conservador británico. Estaba casado con la estrella de cine Valerie Hobson, tenía 46 años y reunía todas las características que sus votantes pretendían de una figura de su talla, con gran proyección en la política del reino. Ella, con apenas 19 años, estaba tomando un baño en la piscina de la mansión de Lord Astor. Le sonrió. Él la vio y quedó deslumbrado. Pero no estaba vestido como para sumergirse y acompañarla rítmicamente en el mismo nado. El romance comenzó de inmediato y duró meses.
Pero lo que desconocía el Secretario de Guerra de su Majestad era que Keeler era un alma libre que también frecuentaba las sábanas de otro importante personaje, aunque más oscuro y anónimo para los ciudadanos. Yevgeny Ivanov, un soviético que era espía en el Reino Unido. No sería el único amante de la hermosa modelo, aunque sí el más discreto. Es que loco de amor y celos, un tercero en discordia —Johnny Edgecombe— decidió abrir fuego en la puerta de entrada de la casa de Keeler. Era 1962 y el escándalo germinaba.
Cuando Keeler rechazó ser testigo del atentado que había sufrido en su propia vivienda, todos comenzaron a sospechar de que ocultaba algo más. La prensa comenzó a indagar, y los investigadores también. Hasta que los romances salieron a la luz pública: un ministro, un espía soviético y un loco de celos disfrutaban —durante la misma época— de su íntima compañía.
Al conocerse que Ivanov era un espía soviético, todos comenzaron a preguntarse si la joven belleza no le contaría al agente los secretos de Estado que al oído le confiaba Profumo, confundido por el éxtasis del amor y la pasión. ¿Era ella también una agente de inteligencia que había logrado infiltrar al gobierno británico?
Acorralado por la vergüenza y una profunda crisis política, Profumo debió renunciar a su banca en el Parlamento y a su lugar en el gabinete de Harold Mcmillan, el primer ministro conservador, a quien tampoco le quedaría mucho tiempo y debió, también, dar un paso al costado, golpeado por el escándalo que conmovía a todo el Reino Unido.
Edgecombe, el amante fugaz y quien provocó el efecto dominó sobre la administración conservadora, purgó siete años en prisión por el atentado. Desde allí, intentó defender a la mujer, caída en desgracia. "Christine no era una espía. Ella era demasiado atolondrada. Era una chica fiestera. Una mujer guapísima a la que le gustaban los hombres, le gustaba el sexo y le gustaba ser el centro de atención", argumentó, según publicó The Washington Post.
Pero aún habría un ingrediente más. Keeler había conformado un dúo fatal con su amiga adolescente Mandy Rice-Davies. Bellísimas, sensuales y desprejuiciadas, ambas habían logrado penetrar en la alta sociedad gracias a los "servicios" y a las conexiones de un reconocido osteópata llamado Stephen Ward. En 1963, los tres fueron a juicio.
Al médico se lo acusó de haber "obtenido ganancias" por las relaciones que concretaban sus amigas. Ward no soportó la vergüenza y tomó una gran cantidad de pastillas para dormir. Jamás despertó. Se sentía el chivo expiatorio de la historia que escandalizaba al Reino Unido. Según confesó muchos años después, Keeler solo amó a un solo hombre. Y ese era Ward, con quien mantenía un romance más sincero.
Keeler tuvo una infancia muy traumática. Nació el 22 de febrero de 1942 en Uxbridge, Inglaterra. Su padre abandonó la familia cuando era demasiado joven como para recordarlo. Y su vida al lado de su padrastro fue una tortura. Al extremo de que debía dormir con un cuchillo bajo la almohada. Se fue del precario trailer en el que vivían a los 15 años. Fue en busca de la gran ciudad: Londres. Y la conquistó.
Por su alcoba pasaron estrellas como Ringo Starr, Warren Beatty y George Peppard, según relató. Fue un ícono fugaz de la moda hasta que el escarnio público la sepultó. "No paraban de decirme 'prostituta', siempre, siempre, siempre. Cargué con los pecados de todo el mundo, de una generación", había dicho tiempo atrás. Fue por eso que debió cambiar su identidad, para intentar tener una vida. Otra vida. Se llamó: C. M. Sloane. Su hijo, Seymour Platt, fue quien anunció su muerte. Ocurrió el pasado 4 de diciembre, causada por una obstrucción pulmonar crónica. Con ella, se llevó el máximo secreto que intrigó al Reino Unido durante más de cinco décadas: ¿era una espía soviética?
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