Poco tiempo atrás, Ali Abdullah Saleh era el hombre más fuerte de Yemen, tras 22 años al frente del país y otros 12 al mando de la anterior República Árabe, en tiempos de fuertes divisiones.
Tras dejar el poder en 2012, forzado por las fuertes protestas surgidas de la llamada Primavera árabe, nunca aceptó el retiro y volvió a convertirse en líder en la insurgencia contra el gobierno de Abd Rabbo Mansur Hadi y en alianza con los rebeldes hutíes, un grupo proiraní y adversario de la realeza saudita de la vecina Arabia.
Pero todo se quebró el sábado, luego de dos años de sangrienta guerra civil. Saleh quiso romper con los hutíes y acercarse a Hadi y Arabia Saudita, sus enemigos, para "pasar la página" al terrible conflicto.
Los seguidores del fallecido líder chiita Hussein Badr Eddin al Houthi no se lo perdonaron, y tras dos días de fuertes combates entre los ex aliados en la capital Saná, que se llevaron cientos de muertos, finalmente dieron con el convoy en el que Saleh intentaba escapar y lo asesinaron.
Los hutíes lo celebraron como una victoria y afirmaron que "la crisis de las milicias de la traición ha terminado". Al mismo tiempo distribuyeron las sanguinarias imágenes del cadáver de Saleh, con una brutal herida en la cabeza.
Mientras tanto, las fuerzas de Hadi, apoyadas por la coalición árabe, anunciaron el inicio de una ofensiva para reconquistar Saná tras dos años de una guerra que dejó 8.600 muertos, casi 50.000 heridos y 20 millones de personas en situación de emergencia humanitaria.
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