El drama sin fin de los ex niños soldados de Sudán que eligen volver a la guerra para matar o morir

"Es mejor morir en combate que morir de hambre", dijo uno de los adolescentes que la ONU desmovilizó hace dos años en Sudán del Sur. El conflicto interminable parece la única y paradójica fuente de supervivencia

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El muchacho se llama Babacho Mama y no sabe si tiene 16, 17 o 18 años. Tampoco sabe cuántos años tenía cuando le disparó por primera vez a un hombre con su rifle AK-47, pero estima que 11 o 12.

Mama fue un niño soldado en la guerra civil por la separación de Sudán del Sur, y en 2015, durante un respiro en el conflicto que no termina, fue uno de los 1.775 menores que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sacó de los combates.

"Entregaron su ropa militar en ceremonias coreografiadas que llegaron a contarse entre las mayores liberaciones de niños soldados en la historia reciente", explicó The Washington Post.

Mama le dijo a una trabajadora social de la ONU que ya no volvería al combate y comenzó la escuela primaria en Pibor, Sudán del Sur. El edificio tenía pintadas las palabras: "De vuelta a aprender".

Dos años más tarde, la jornada escolar es de media hora: el maestro llega cuando puede, hace meses que no cobra su salario. De todos modos, los estudiantes no van a clase porque pasan hambre, y si van con frecuencia se desmayan. Los programas para el desarrollo de los ex niños soldados se desintegraron uno tras otros.

"Quizá deba volver", dijo Mama al periódico estadounidense. "Es mejor morir en combate que morir de hambre".

Come una ración de carne de chivo desecada con pimientos cada dos días. "La guerra ha destrozado las tierras de labranza y ha bloqueado el comercio; incluso la ONU dejó de distribuir ayuda alimentaria", describió el artículo.

Según el organismo internacional, desde 2000 se ha rescatado a 115.000 niños soldados en el mundo. Pero en países quebrados por la guerra, como Irak y Yemen, cada día se reclutan nuevos. También en Sudán del Sur, donde el problema es evitar que se los re-reclute, palabra que se volvió de uso común.

"En Pibor, los ex chicos combatientes se han unido a una constelación de grupos —los militares, formaciones rebeldes, milicias étnicas y otros— en un conflicto que se ha deteriorado hasta ser una de las crisis humanitarias más graves del mundo".

Aunque Mama es uno de los estudiantes más serios de Pibor, y luego de trabajar —lavar ropa le reporta entre 2 y 3 dólares por día— plancha su pantalón y su camisa y limpia sus sandalias, que se vuelven a embarrar horas más tarde, para llegar a la clase con su cuaderno en la mano, no ve que haya allí un futuro realista para él.

"¿Qué otra cosa debería hacer?", se pregunta el muchacho. "En los cuarteles al menos podemos comer", le dijo con ironía uno de sus amigos soldados.

Desde su perspectiva no tiene muchas más posibilidades de elegir que, cuando era más pequeño, un grupo étnico rival mató a sus padres en una masacre y, sin otra familia, se acercó a la Facción Cobra, un grupo que luego se integró por un tiempo al Ejército de Liberación del Pueblo del Sudán. Fue guardaespaldas de uno de los dirigentes del grupo, David Yau Yau. Aprendió las canciones de combate y el uso del AK-47.

Fue soldado durante cuatro años. Una vez pasó tantos días seguidos combatiendo que se desmoronó por las convulsiones.

"Los niños deponían las armas luego de un cese de fuego y volvían a tomarlas cuando se reanudaba la lucha", explicó The Washington Post. "Había pocas alternativas. Alrededor del 72% de los niños de Sudán del Sur no termina la escuela primaria".

El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) construyó una panadería para emplear a los ex niños soldados, pero los grupos que continúan en combate bloquean los caminos y no hay modo de que les llegue la harina. Cuando UNICEF comenzó un curso de albañilería, les interceptaron los materiales. Cuando las organizaciones humanitarias llevaron chivos, los grupos étnicos rivales se los robaron.

El de Mama estaba entre ellos. "Creo que voy a tener que volver", dijo al periódico.

En la clase de la Escuela Primaria para Varones de Pibor, ya 13 de los 20 estudiantes de un curso lo hicieron. Ninguno dio aviso. Dos reaparecieron heridos en el hospital.

En la pequeña casilla donde vive, el joven no tiene prácticamente nada. Ni siquiera hay una cama. Pero conserva las jinetas que ganó en combate en la infancia. Tienen el acrónimo del Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán y una estrella que indica llegó a ser teniente.

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