Pese a que en China la homosexualidad no es considerada un delito ni una enfermedad, un nuevo informe presentado por Human Rights Watch denuncia que en el país continúan vigentes las llamadas "terapias de conversión" que buscan cambiar la orientación sexual de los pacientes, tanto en clínicas privadas como en hospitales públicos.
De acuerdo con un artículo de El País, la popularidad de estas terapias se basa en la fuerte tradición que establece la necesidad de tener hijos con el objetivo de perpetuar el apellido familiar. Así, los hijos de parejas homosexuales sufren fuertes presiones de su entorno familiar para que contraigan matrimonio con una pareja del sexo opuesto y tengan descendencia.
Este tipo de pseudotratamientos, por los que los pacientes o sus familiares pagan importantes sumas de dinero, abarca en China múltiples técnicas, desde la hipnosis a los fármacos, pasando por el electroshock.
Según denunció HRW, las autoridades chinas no han tomado medidas rotundas para impedir este tipo de terapias, como inspecciones o la emisión de directrices que las prohíban con claridad.
"Han pasado más de veinte años desde que China dejó de considerar la homosexualidad como un delito, pero la gente LGBTI+ todavía se ve sometida a encierros, medicación forzada e incluso electrochoques para intentar cambiar su orientación sexual", explicó Graeme Reid, director de derechos LGBT de HRW.
Diecisiete historias y un informe
"La homosexualidad es como cualquier otra enfermedad mental, como la depresión, la ansiedad o la bipolaridad. Se puede curar… Confíe en mí, déjelo aquí, quedará en buenas manos". Con estas palabras un psiquiatra convenció a la madre de Wen Qi para que dejara a su hijo en su clínica.
La historia de Wen Qi es una de las 17 reconstruidas por HRW para la elaboración de su informe; todas ellas experiencias en las que los mencionados tratamientos no tuvieron los efectos que se propusieron originalmente.
Todos los jóvenes consultados -que utilizaron seudónimos para resguardar sus identidades-, insistieron en que, de no haber sido por la presión de su entorno, jamás se hubieran sometido a la "terapia de conversión".
"Mi padre se arrodilló delante mío, llorando, implorándome que fuera. Decía que no sabía cómo podría continuar viviendo si la gente descubría que soy gay. Me suplicaba que fuera para que él pudiera vivir… Llegado a ese punto, ¿qué otra cosa podía hacer yo? No tenía alternativa", explica en el informe, recogido por El País.
En 14 de los casos, los tratamientos fueron administrados en hospitales públicos. En el resto, ocurrió en clínicas psiquiátricas o psicológicas autorizadas a operar por la Comisión Nacional de Salud. Mientras que algunas de esas instituciones ofrecen estos servicios de manera discreta, otras hacen publicidad muy abiertamente.
Durante el tratamiento, casi todos los entrevistados denunciaron haber sido víctimas de insultos y de acoso verbal por parte de los propios médicos, que se dirigían a ellos con palabras como "pervertido", "anormal" o "sucio". Tres intentaron escapar. Uno lo logró, pero al regresar a su casa sus padres le enviaron de inmediato de regreso al centro médico.
A 11 de los 17 les suministraron, o incluso se les obligó a consumir, medicamentos por vía oral o mediante inyecciones, sobre los que no recibieron ningún tipo de información. "El médico y la enfermera se negaron a decirme qué píldoras eran esas. Solo me dijeron que me convenían y me ayudarían con el tratamiento", relató Li Zhi, de la ciudad de Nanping.
Además, cinco de ellos recibieron electroshock mientras se les hacía pensar en sexo o ver pornografía, para que asociaran la homosexualidad a algo doloroso.
"Me taparon los ojos y me dijeron que me relajara y pensara en el sexo con mi novio. Me ataron las piernas a la cama, con unas sujeciones de metal debajo. También me ataron las manos a la cama… Cuando encendieron la corriente, empecé a sentir la electricidad que venía de mis piernas… Pensé que iba a ser algo corto, pero la dejaron encendida un rato, se me hizo muy largo. Empecé a temblar en la cama. Las sujeciones estaban ardiendo. Les pedí que apagaran aquello, pero creo que no me oían", contó Xu Zhen, de la provincia de Sichuan, en el centro de China.
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