De manera oficial, la península de Corea continúa en guerra. El armisticio firmado en 1953 no se perfeccionó con ningún tratado de paz, en consecuencia, técnicamente todo lo que allí hay es acuerdo provisorio de alto el fuego.
Desde 1953, el conflicto pudo haber tenido dos finales diferentes cuando las fuerzas de Corea del Norte cercaron a las del Sur y la guerra parecía terminar con una victoria comunista categórica.
Sin embargo, EEUU acudió en ayuda del Sur y lo que era una victoria inapelable de los comunistas cambió en favor del Sur, que pudo empujar al Norte más allá incluso del inicio del conflicto y hasta el paralelo 38º, haciendo que el Norte se replegara para defender su capital Pyongyang.
Sin embargo, a partir de octubre de 1951 la entrada chino-soviética en el conflicto volvía a poner la victoria al alcance de los comunistas, esta vez la ciudad en peligro sería la capital del Sur, Seúl.
En consecuencia, la guerra podría haber terminado con la victoria chino-soviética o la victoria para los estadounidenses: las dos Coreas no tenían control sobre los acontecimientos, ni lo tendrían por décadas.
No obstante, tan pronto como las dos grandes potencias entendieron que los riesgos de escalada eran demasiado elevados, las hostilidades se congelaron. El Tratado de Panmunjom las paralizó, pero tras él no se abordaron los dos grandes temas subyacentes: el tema de la reunificación de la península y el del régimen político del Norte.
Como hoy, en ese momento, el análisis político de la Península no podía dejar de lado elementos que confluían entonces, por un lado los intereses de "cuatro de las grandes potencias": el Japón Imperial había tenido en la península su área natural de influencia, incluso de expansión; la Rusia comunista había ayudado a "liberarla", ampliando el campo de la expansión comunista en la región; respecto de China, a la revolución maoísta se sumaba la alarma creciente de la presencia de otras potencias en sus mismas fronteras; por último, Estados Unidos que asumía abiertamente el deber de frenar la expansión comunista, por muy lejos que quedase de Washington y lo costoso que pudiera resultarle.
Desde entonces, el destino de las dos Coreas ha ido indisolublemente unido a las superpotencias que libraron la guerra. Durante décadas su lógica se insertó dentro de la lógica de la Guerra Fría: "Exportar el comunismo o frenarlo". El fin de esa Guerra Fría trastocó a medias las lógicas en la región. Hoy la expansión comunista ya no es un riesgo y, en vez de cabeza de puente, Corea del Norte es una suerte de granja orwelliana aislada del mundo, empobrecida hasta la miseria y fuertemente militarizada.
Dos de las potencias de entonces juegan un papel menor. Japón es un país rico, moderno pero indefenso en cierto modo ante el avance armamentista de Corea del Norte con su arsenal de armas tácticas, esta vez no son las tropas del Sol naciente las que amenazan las costas coreanas, sino los misiles y cohetes de Pyongyang los que amenazan las ciudades japonesas.
Rusia, por su parte, perdió hace mucho tiempo influencia y acceso al país, cedidos a China, en consecuencia, la atracción de Putin por una Rusia grande y la posibilidad de distraer recursos norteamericanos de otros teatros explican el actual interés del Kremlin por proteger al díscolo y
peligroso régimen norcoreano.
Quedan, como protagonistas, quienes libraron la guerra directamente. Por parte de Estados Unidos, la indefensión japonesa y surcoreana involucra a Washington al escenario asiático, obligándolo a mantener sus compromisos ante un enemigo y una amenaza impensados.
Desde hace dos décadas, todos los presidentes estadounidenses ha enfrentado la determinación norcoreana de hacerse con la Bomba Nuclear. La presencia de tropas en la región, el despliegue de baterías antimisiles y las maniobras muestran determinación, pero tarde o temprano Washington tendrá que enfrentarse a la necesidad de "neutralizar o al menos paralizar" el programa nuclear de Pyongyang.
China ha dejado atrás la tendencia al aislamiento y aspira a integrarse en la llamada comunidad internacional, allí se entienden las últimas y duras medidas tomadas contra las empresas de Corea del Norte. A la apertura económica al mundo, China acompaña el deseo de convertirse en una potencia global. Ello se aprecia con sus inversiones en países África y América Latina.
Este despegue chino ha jugado con la ambivalencia occidental, Pekín ha sabido utilizar la diplomacia, y con ella aplicar en su favor estratégicas y políticas económicas en todo el mundo atesorando todos los beneficios, y supo evitar cualquiera de las cargas que implican ser una potencia mundial. Eso debiera cambiar, la "normalización" china en el mundo es incompatible con la anormalidad de un régimen protegido que amenaza cada dos semanas a los países situados en un radio de 2.000 kilómetros.
China no merece, ni debe merecer el reconocimiento que busca mientras permita, casi 70 años después, la pervivencia de la anomalía norcoreana.
Como sea, lo concreto es que Corea del Sur espera actos más provocativos aun por parte de Corea del Norte para el mes próximo habida cuenta que coincide el aniversario de la fundación del Partido Comunista de Corea del Norte y el mayor Congreso del Partido Comunista de China.
Según Reuter, durante una reunión con el presidente Moon Jae-in el pasado jueves, el asesor de seguridad nacional Chung Eui-yong dijo que es posible que Pyongyang actúe entre los días 10 al 18 de octubre, pero no dio detalles.
La tensión en la Península coreana ha aumentado en las últimas semanas.
Un informe del consejero de seguridad surcoreano señalo también el riesgo de que un conflicto militar pudiera ser provocado por "incidentes accidentales", algo que ratificó Park Wan-ju, legislador y principal vocero del gobernante Partido Demócrata: "El presidente Trump dijo que Estados Unidos habla de opciones militares y diplomáticas, pero Corea del Sur no puede vivir bajo la amenaza de volver a pasar por una guerra", declaró Park.
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