Hamida debió huir de su tierra natal la última semana. Lo hizo con su marido, Nasir Ahmed y sus dos pequeños hijos. Lo hicieron de la provincia de Rakhine, en Myanmar, a Shah Porir Dwip, en Bangladesh. En un precario bote emprendieron lo que desde hace semanas se ven obligados a hacer miles de personas pertenecientes a la etnia de los rohinyás. Son los nuevos desplazados; los nuevos olvidados.
Pero al llegar a puerto, todos dentro del bote comenzaron a llorar desconsolados. Además de la familia de Hamida, otras diez personas se habían amontonado en la insegura embarcación. El más frágil de sus hijos, de tan solo 40 días de vida, Abdul Masood, había muerto. Al escuchar los gritos de desesperación y desconsuelo, un fotógrafo de Reuters, Mohammad Ponir Hossain, se acercó a tomar las imágenes que hoy recorren el mundo y llaman la atención de este nuevo grupo de refugiados.
"Fui urgente hacia el lugar y encontré a la gente llorando sobre el cuerpo muerto del niño", contó Hossain.
Desde que comenzó el éxodo forzado -los rohinyás son perseguidos desde hace décadas por el gobierno de Myanmar- más de 400 mil de sus miembros debieron abandonar el país. "Los masacraron uno por uno. Y la sangre fluye por las calles", indicó Soe Win, un maestro de Ukhia, Bangladesh a The Washington Post. Quien conduce esa matanza es el líder de facto del país, Aung San Suu Kyi.
El Gobierno del país receptor informó que en los próximos diez días tendrán preparado el campamento para las 400 mil personas. Hasta tanto no esté concluido, no podrán abandonar el perímetro en el cual deberán permanecer.
Suu Kyi ha despertado tímidas condenas internacionales por la violencia que conduce en las calles de Myanmar. Se espera que en los próximos días, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, las voces de reproches sean más fuertes de lo que fueron hasta el momento y el dictador sienta que no tiene más margen para perseguir a su propio pueblo.
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