Melbourne, Australia, es la ciudad más habitable del mundo, según The Global Liveability Report 2017 (Informe Global de Habitabilidad), elaborado por The Economist Intelligence Unit (EIU), el centro de investigaciones de la centenaria revista económica británica. En segundo lugar está Viena, la capital de Austria, seguida de Vancouver, Canadá. Completan el ranking —que incluye a 140 ciudades de distintas partes del planeta— Toronto (Canadá), Calgary (Canadá), Adelaida (Australia), Perth (Australia), Auckland (Nueva Zelanda), Helsinki (Finlandia) y Hamburgo (Alemania).
EIU considera que una metrópolis es más habitable cuanto mejores son las condiciones generales de vida que ofrece a sus habitantes. Para medir eso elabora un índice que va de 0 (completamente inhabitable) a 100 (el ideal), a partir de 30 indicadores cualitativos y cuantitativos, que se agrupan en cinco grandes categorías: estabilidad (incluye criminalidad y conflictividad social), salud (accesibilidad y calidad de la prestación pública y privada), cultura y ambiente (por un lado, disponibilidad de actividades recreativas culturales y deportivas; por otro, niveles de corrupción y censura), educación (accesibilidad y calidad de la prestación pública y privada) e infraestructura (transporte público, calles y caminos, energía y telecomunicaciones).
No sorprende a nadie cuál es la ciudad que está más cerca de la inhabitabilidad: Damasco, Siria. Si no hay otra urbe de este país que desde hace años está desgarrado por la guerra es sólo porque ni siquiera llega a reunir las condiciones mínimas para entrar en la medición. No muy lejos están Lagos (Nigeria), Trípoli (Libia), Daca (Bangladesh), Puerto Moresby (Papúa Nueva Guinea), Karachi (Pakistán), Argel (Argelia), Harare (Zimbabue), Duala (Camerún) y Kiev (Ucrania). Todas tienen en común la alta peligrosidad —ya sea por los conflictos políticos o por el delito—, servicios públicos deplorables y una infraestructura que no da abasto.
Lo que sí llama la atención es lo que ocurre en los primeros lugares del informe. Que Australia y Canadá reúnan a seis de las siete ciudades con mejores condiciones de vida resulta impactante. EIU da algunas pistas para entender qué tienen en común: las seis son localidades de tamaño intermedio, ubicadas en países ricos que tienen pocos habitantes para la cantidad de territorio disponible. La densidad de población media a nivel mundial es de 57 personas por kilómetro cuadrado, pero en Australia cae a apenas 2,9, y en Canadá, a 3,7. La combinación de muchos recursos para distribuir entre pocos habitantes es una ventaja fundamental, con la que no cuentan muchos países. Pero eso solo no alcanza para comprender el éxito de estas dos naciones.
Australia: lo mejor de Europa y Estados Unidos, pero sin lo malo
"Las ciudades australianas son seguras, limpias, y tienen buenos sistemas educativos y de salud, que es lo que busca el índice de habitabilidad de EIU. No están superpobladas, pero las áreas centrales donde vive la mayoría de las personas de negocios extranjeras (el mercado al que apunta EIU) tienen la densidad suficiente para tener sistemas de transporte e infraestructura de comunicación razonables. Esas zonas también tienen buenas instalaciones culturales y recreacionales. De esta manera, combinan las mejores facetas de las ciudades estadounidenses, pero sin el crimen, con lo mejor de las europeas, aunque sin el exceso de población", explicó Seamus O'Hanlon, profesor de la Escuela de Estudios Filosóficos, Históricos e Internacionales de la Universidad Monash, consultado por Infobae.
Melbourne y Sídney, que ocupa el puesto 11 del ranking, suman otra característica adicional que es también muy interesante: el multiculturalismo. Gracias a una óptima integración de los inmigrantes con las comunidades locales, la vida social y cultural se ve notablemente enriquecida.
"Históricamente —continuó O'Hanlon—, al tener acceso a tanta tierra y a buena infraestructura, pudieron ofrecer el acceso a la propiedad a todas las clases sociales y, más importante aún, a los inmigrantes. Esto también fue posible gracias a un sistema impositivo razonablemente bien distribuido entre las metrópolis y entre los distintos sectores de la sociedad. Las ciudades australianas albergaron siempre a diferentes clases, pero sin las divisiones sociales, económicas y raciales que se ven en Estados Unidos".
Ninguno de estos beneficios sería posible sin una economía que funcione, capaz de garantizar un desarrollo sustentable en el tiempo y en relación al medioambiente. Éste es uno de los rasgos que distingue a Australia como país.
"A la limpieza del aire, los vastos recursos naturales y los espacios abiertos, hay que sumar la ya famosa estabilidad económica de Australia, que acaba de ingresar en su 26º año consecutivo de crecimiento del PIB, un récord entre los países desarrollados. El Gobierno logró mantener la prosperidad en nuestras ciudades capitales incluso después de la crisis financiera global y del declive de los recursos naturales, diversificándose en una economía basada en los servicios, con foco en educación, turismo, tecnología, innovación y consultoría", dijo a Infobae James Rosenwax, director ejecutivo del departamento de Ciudades en AECOM, firma especializada en planeamiento y desarrollo urbano.
Tampoco se puede desconocer la influencia de factores idiosincrásicos. Australia, al igual que otros países con orígenes culturales comunes, se formó con un ethos marcado por ideales como la superación personal y la meritocracia. Así se explica que la mentalidad dominante apunte siempre a mejorar y a progresar, antes que a vivir de lo conseguido en el pasado.
"A lo largo de los últimos 150 años, las principales ciudades, Sídney, Melbourne, Brisbane, Perth y Adelaida, han competido entre sí para atraer inversiones y trabajadores calificados. Todas invierten en infraestructura para no quedar rezagadas, y esa competencia les permitió aprender de los aciertos y de los errores de las otras. Durante la última década, desarrollaron economías fuertes que generan muchas oportunidades de trabajo para residentes y para nuevos migrantes. Son lugares interesantes y excitantes para vivir", resumió en diálogo con Infobae el economista Terry Rawnsley, socio de SGS Economics and Planning, empresa líder en políticas de planeamiento y desarrollo sustentable.
Canadá: un buen balance entre el viejo y el nuevo mundo
"Nuestras ciudades están a mitad de camino entre las estadounidenses y las europeas", contó a Infobae Ray Tomalty, profesor de la Escuela de Planeamiento Urbano de la Universidad McGill y miembro de la consultora Smart Cities Research Services. El diagnóstico es coincidente con el que describía O'Hanlon para el caso australiano, lo que evidencia las similitudes entre estos dos países.
"La densidad está por encima de las estadounidenses, pero por debajo de las europeas; el servicio de transporte es mejor que en las primeras, pero no tanto como en las otras; tenemos menos autos que en las estadounidenses, pero no tan pocos como en las europeas; y tenemos menor dispersión urbana que en un caso, pero mayor que en el otro. Entonces, lo que hay es un buen balance entre el viejo y el nuevo mundo. Se podría decir que lo mejor de cada uno. Además tenemos un buen grado de libertad personal para elegir cómo queremos vivir, pero nos va bastante bien en términos de igualdad y de movilidad social", agregó.
La proliferación de distintos mecanismos de contención social y de promoción de la equidad en el acceso a bienes y servicios esenciales es una de las características principales de la sociedad canadiense. Eso se ve en sus urbes.
"Canadá ha tenido históricamente un compromiso con la protección de los ambientes urbanos, y con la inversión en servicios sociales, como el acceso a la vivienda, a la salud, a la educación, junto con procesos democráticos que le permiten a los ciudadanos ser parte de innovaciones claves en la vida urbana. El desafío es mantener o mejorar estos compromisos", afirmó David Roberts, profesor del Programa de Estudios Urbanos de la Universidad de Toronto, consultado por Infobae.
El secreto es mantener un equilibrio difícil pero necesario entre la competitividad económica y el bienestar social. Eso se logra garantizando el funcionamiento del mercado, indispensable para generar riqueza, y creando al mismo tiempo mecanismos que permitan apoyar a quienes tienen mayores dificultades para competir.
"Esto se puede lograr de muchas maneras —dijo Tomalty—, como transferencias federales de las provincias pobres a las ricas, de los municipios ricos a los pobres, y de los barrios ricos a los pobres, con impuestos a la vivienda que estén basados en el valor de la propiedad, pero con la garantía de que los servicios sean provistos equitativamente. Como resultado de esa redistribución, si bien hay pobreza en Canadá, está bastante limitada. Incluso los más empobrecidos pueden gozar de un estándar de vida tolerable, con educación y salud gratuita y de buena calidad, subsidios sociales y pensiones públicas".
La gran excepción son los indigentes, las personas sin hogar que se ven en todas las grandes ciudades del mundo, incluidas las canadienses y las australianas. Pero mientras en muchas grandes metrópolis se cuentan de a miles, estos países lograron reducir al mínimo la cantidad de personas que viven en esa condición.
La otra coincidencia fundamental con Australia es el policlasismo y el multiculturalismo. "Nosotros no segregamos a nuestras poblaciones urbanas de acuerdo a su origen étnico como ocurre en otros países desarrollados, como Estados Unidos y Reino Unido. Las minorías tienden a estar mucho más dispersas, y las que están concentradas, como los chinos en el Gran Vancouver, suelen tener ingresos superiores a la media. Otro tema es nuestra elevada tasa de inmigración, que es canalizada a los centros urbanos, lo que permite mantener su vitalidad. Es un contraste con lo que se ve en muchas ciudades estadounidenses, donde las personas que pudieron se mudaron a los suburbios, y los centros colapsaron por el aumento del crimen y se volvieron inhabitables para muchos grupos sociales", sostuvo Tomalty.
Lejos del paraíso
Más allá de lo buenas que son las condiciones generales de vida que ofrecen, las principales metrópolis australianas y canadienses no están a salvo de muchos de los problemas que son inherentes a la vida en sociedades complejas y multitudinarias.
Una epidemia de la que no hay forma de salvarse es el aumento del tráfico por el exceso de vehículos en las calles. "Las ciudades australianas están creciendo a tasas nunca antes vistas —dijo Rosenwax—. Eso vino de la mano de una presión adicional sobre la infraestructura de transporte y de salud. Se está haciendo más difícil encontrar los recursos humanos y el capital para estar a la altura de esa demanda de servicios esenciales. Los gobiernos están invirtiendo en tecnologías que permiten el transporte a demanda para optimizar la infraestructura existente. Otro problema es la conexión a internet, que es más lenta que la de al menos 50 países, incluyendo Tailandia, Estonia, Bulgaria y Kenya".
Tomalty se refirió también al problema creciente de la congestión vehicular en Canadá, y agregó otros. "A pesar de que aún no es tan grave como en Estados Unidos, la dispersión urbana empieza a ser un inconveniente mayor, porque devora tierras para el cultivo, hace los viajes más largo, contribuye al calentamiento global y así erosiona la calidad de vida. También hay que mencionar los riesgos asociados a los excesos en el consumo de energía y en la producción de basura".
No obstante, ninguno de esos inconvenientes está en el tope de las preocupaciones de los expertos en planeamiento. Todos, australianos y canadienses, coinciden en que el mayor peligro es el aumento sostenido de la desigualdad, que pone en riesgo muchos de los avances de estos países en términos de estabilidad y bienestar social.
"En los últimos años hemos empezado a buscar en el mercado las soluciones a los problemas, especialmente en la provisión de infraestructura —dijo O'Hanlon—. En algún punto tiene sentido, porque muchos de los viejos proveedores estatales eran demasiado burocráticos. Pero eso implica que la provisión de servicios se vuelva más fragmentada en sentido geográfico. Lo vemos en los centros urbanos, a donde van los turistas y los extranjeros, que reciben cada vez mejores servicios, frente a otras áreas a las que se tienen que mudar los pobres, que languidecen. Me parece que menos énfasis en las soluciones de mercado, y un poco más en la redistribución, haría la vida mejor para todos".
En el caso canadiense, Roberts lo sintetizó de una manera muy clara: "Nuestras ciudades ofrecen un elevado estándar de vida, pero no todos pueden acceder a ese estándar". El ensanchamiento de la brecha entre los que más y menos ganan —algo que se repite en todo el planeta desde hace varias décadas—, y el aumento del precio de la vivienda, son algunos de los fenómenos que están detrás del avance de la desigualdad.
"Las ciudades se están volviendo cada vez más segregadas y divididas. Las zonas de ingresos medios están en declive, en favor de zonas de ingresos bajos y altos. Un problema derivado de la globalización es el ingreso de grandes cantidades de capital en busca de un clima de inversión estable, que provocó un alza en los precios de la tierra y de la propiedad. En Vancouver, y especialmente en Toronto, estamos sufriendo una importante crisis, en la que personas de ingresos medios no pueden comprar una casa ni pagar un alquiler en una buena ubicación, mientras que muchas unidades permanecen vacías, en manos de especuladores", concluyó Tomalty.
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