El Muro de los Lamentos, Muro Occidental, o Kotel HaMaaravi, por su nombre en hebreo, es el más famoso e icónico lugar de plegaria de los judíos, el remanente del Segundo Templo, que fuera destruido por los romanos hacia el año 70 de la era cristiana. Desde que Israel conquistó el sector oriental de Jerusalén, en la Guerra de los Seis Días de 1967, ese alto pero corto muro está no solamente en el corazón de los hebreos de todo el mundo, sino también en sus manos. Miles de personas llegan a rezar allí cada día, y se reparten, según obligan las reglas de la ortodoxia religiosa, en el sector para varones y la zona reservada para las mujeres, divididos por una valla que apenas deja ver al otro lado cabezas cubiertas con pañuelos o con "kipot", el gorrito o solideo de los hombres.
Pero hay también un tercer sector, una zona semi-escondida unos cuantos metros a la derecha y más abajo del sector más famoso del Muro, un espacio que, a regañadientes, las autoridades habilitaron en el 2002 para aquellos que quieren rezar o llevar a cabo ceremonias de bar o bat mitzvah sin tener que separarse entre hombres y mujeres, como hacen las corrientes conservadoras o reformistas, las mayoritarias en los países de América.
Allí, varones y mujeres rezan juntos y, lo que es más importante para aquellas que comulgan con estas corrientes, las mujeres pueden cargar los rollos de la Torá, los cinco primeros libros del Antiguo Testamento. Es más, las chicas pueden llevar en sus hombros el talit, el manto ritual blanco y celeste, y -si no hay judíos ultraortodoxos a la vista que puedan insultarlas- hasta tocar el shofar, el cuerno curvo de carnero o cabra que representa el instrumento litúrgico por antonomasia de los judíos, el que se hace sonar en la sinagoga, por ejemplo, durante Rosh Hashaná (Año Nuevo) y el Iom Kipur (Día del Perdón).
Como si a la ciudad vieja de Jerusalén le hiciera falta más tensión además de la que existe entre judíos y musulmanes, y a veces los cristianos -todos ellos dueños de zonas sagradas para sus respectivas religiones-, la convivencia entre los hebreos que rezan en la parte "vistosa" del muro y aquellos y aquellas que lo hacen en este otro sector escondido, es volátil y marcada por un estatus quo de intolerancia y provocación.
Este conflicto explota regularmente cada principio de mes del calendario judío, cuando las Mujeres del Muro (Women of the Wall o Neshot HaKotel, en hebreo), la principal organización que lucha por un acceso igualitario, suben a rezar a la parte norte, la zona "clásica". Allí las esperan fotógrafos y reporteros que saben que, sin falta, habrá choques entre las mujeres que "osan" vestir el talit o llevar en brazos la Torá, desatando el enojo o las burlas de sus correligionarios ultraortodoxos.
En los últimos meses, las trifulcas derivaron en la detención de al menos treinta y cinco de las integrantes de Mujeres del Muro, acusadas de "provocar" a los ultra-ortodoxos o desobedecer las órdenes del rabinato que controla la zona del Kotel y que les impiden llevar talit o leer en voz alta de la Torá.
Esas fotos mensuales de enojados judíos ultra-ortodoxos -aquellos que llevan ropas negras, largas barbas y los "peie", los largos rulos a los costados de la cara- o de Mujeres del Muro arrestadas son el periódico recordatorio de la disputa que, en Israel, se mantiene entre los sectores más a la derecha, que controlan el establishment religioso, y las minorías más progresistas.
"El judaísmo siempre fue, y será, un crisol de opiniones y de interpretaciones, y eso es lo que lo hace rico, que lo hace válido", explicó a Infobae la rabina Sandra Kochman. Hablando en la plataforma de metal y madera que sirve de espacio para los religiosos igualitarios, Sandra agregó que "eso es lo que queremos en Israel, igualdad de derecho de expresar nuestro judaísmo para todas las corrientes religiosas".
El judaísmo siempre fue, y será, un crisol de opiniones y de interpretaciones, y eso es lo que lo hace rico, que lo hace válido
Sandra es paraguaya y estudió en el Seminario Rabínico de Buenos Aires. Llegó a Israel en el 2005 y ahora se desempeña como coordinadora de las ceremonias que se realizan en el sector igualitario del Kotel. A ella hay que pedirle los turnos para utilizar las mesas u ocupar el pequeño espacio frente al sector sur del muro, y ella será la que recogerá los libros de plegarias cuando los feligreses se hayan ido.
Ella, cuenta, tiene que trabajar sí o sí para mantenerse, porque el estado israelí solamente subsidia a los rabinos ultra-ortodoxos. No hay plata para aquellos que se desempeñan en las comunidades conservadora o reformista, y mucho menos para una rabina mujer. De hecho, cuando se desarrollan nuevos barrios en el país, el estado suele comprometerse con la construcción de sinagogas para los ultra-ortodoxos, obligando a las otras corrientes judías a alquilar salones en gimnasios o escuelas para llevar adelante las ceremonias religiosas.
Mucho de esto explica el por qué esta rabina paraguaya se sumó a la lucha de las Mujeres del Muro.
"Yo creo en, y lucho por, la igualdad de oportunidades para todos los judíos y las judías aquí en Israel -afirmó-. El Kotel es uno de los lugares más sagrados para el judaísmo y, en esta lucha, es uno de los lugares simbólicos".
La rabina asegura que esta lucha es importante porque "todas las corrientes religiosas judías tienen derechos aquí en Israel, todo judío y toda judía tiene derecho a rezar de la manera en la que aprendió, en la que creció".
Todas las corrientes religiosas judías tienen derechos aquí en Israel, todo judío y toda judía tiene derecho a rezar de la manera en la que aprendió, en la que creció
Pero, por supuesto, no se trata solamente de poder ponerse una kipá o cargar los rollos de la Torá. Si se alcanza un acceso igualitario en el Muro, señaló, "lo vamos a lograr también en todas las otras facetas del judaísmo en Israel, que hoy en día está en manos del monopolio de una sola de las corrientes, de una corriente muy cerrada, que cree que la única opción en el judaísmo es la que ellos llevan".
En efecto, los sectores ultra-ortodoxos controlan muchísimos aspectos de la vida social y cotidiana de todos los judíos de Israel, sean o no religiosos (de hecho, la mayoría de los judíos israelíes son laicos). Bien al estilo del Medio Oriente, una zona adonde la religión tiene un peso aplastante, los ultra-ortodoxos ostentan la autoridad cuando se trata de celebrar un matrimonio, de convalidar una conversión al judaísmo, y le complican la vida a, por ejemplo, aquellos que se quieren casar con alguien no judío o judía, o que simplemente soñaron con un imposible casamiento civil.
Los ultra-ortodoxos son expertos en compromisos desde los albores del país, y ya en 1948, el año de la Independencia, discutían con el entonces primer ministro David Ben Gurion su "bendición" y apoyo político a cambio de no tener que mandar a sus hijos al ejército y subsidios para concurrir a la "ieshivá", la escuela super religiosa, y no tener que trabajar.
Esas manipulaciones continúan hasta hoy, y se puede ver en las pulseadas políticas con el actual primer ministro, Benjamín Netahyahu, quien cuenta con el apoyo de los partidos religiosos ultra-ortodoxos y los ultranacionalistas. Ese apoyo se paga con concesiones como la que establece que, en Israel, un país al que sus habitantes aman mostrar como ultra desarrollado y punta de la tecnología más moderna, no circulen los autobuses ni los trenes durante el shabat, es decir, desde el atardecer del viernes hasta que llega la noche del sábado.
En un momento en el que pudo escapar de esta presión, Netanyahu avanzó con algunas medidas para recortar el poder de los ultra-religiosos, entre ellas una avanzada que cuenta con el apoyo de la gran mayoría de los habitantes del país: que los ultra-ortodoxos tengan que cumplir el servicio militar, tal cual lo hacen los israelíes judíos "comunes", y también muchos drusos y algunos cristianos y musulmanes.
También hubo buenas noticias para las Mujeres del Muro. En enero del año pasado, el gabinete aprobó un acuerdo del Kotel, que incluía un "upgrade" de la zona igualitaria, libertad de plegaria para todos, y la conformación de una autoridad independiente para esa zona, desplazando así a los actuales jefes ultra-ortodoxos que tratan a la plaza del Muro como si fuera una sinagoga de su corriente religiosa.
Pero la alegría duró poco, ya que a mediados de este año el gobierno canceló el acuerdo y las organizaciones igualitarias tuvieron que llevar el caso a la Corte Suprema, que debería expedirse en estos meses.
Según Kochman, lo que se revuelve detrás de este conflicto es mucho más que liturgia. "Los problemas no son religiosos sino politicos: quién tiene el poder de decidir cuál es la manera de ser judío en Israel", afirma. Se trata de saber "quién determina cómo hay que casarse, cómo hay que convertirse, eso es lo que está en juego, no la forma de rezar".
Lo que pone las cosas todavía más interesantes es que, según muchos estudiosos judíos, no existen reglas que prohíban a las mujeres llevar talit o kipá o leer en voz alta de los rollos de la Torá, sino que se trata -como en gran parte de la cultura hebrea- de intepretaciones que durante siglos los sabios hicieron de aquellas escrituras originales.
Estas corrientes afirman que, en los orígenes del judaísmo, las mujeres fueron simplemente "dispensadas" de esos atributos para que pudieran dedicarse al cuidado de los hijos y de la casa, dejando el peso religioso en manos de los varones.
Pero las chicas están de regreso para reclamar nuevamente esos derechos.
Como no se nace sabiendo, las integrantes de Mujeres del Muro organizan periódicamente talleres de aprendizaje con aquellas que quieran animarse a disputar el monopolio de la Torá.
Durante un muy caluroso lunes de principio de este mes, por ejemplo, Mujeres del Muro organizó en el Parque HaYarkon, en Tel Aviv, un "workshop" para aprender a tocar el shofar. Rodeadas por padres paseando cochecitos de bebé, ciclistas, ancianos tomando aire y varias familias de religiosos haciendo picnics, unas veinte mujeres tomaron lecciones aceleradas de parte de un experto estadounidense.
Allí, una de las voceras de la organización, Hila Perl, explicó a Infobae que, respecto del Muro, un "escenario ideal" sería que las judías igualitarias pudiesen rezar en el sector femenino "de acuerdo a nuestras costumbres, leyendo la Torá, con talit y tefilín" o filacterias, los cubitos de cuero que contienen pasajes bíblicos y que se ajustan al brazo y a la cabeza con largas y finas correas del mismo material.
También quieren que la zona igualitaria sea puesta en parejas condiciones con los sectores masculino y femenino de la zona más conocida de la plaza del Muro. Actualmente, a la zona igualitaria se llega por una angosta escalera de piedra a la que se accede por una puerta que se encuentra incluso antes de los controles de seguridad del Kotel más popular.
"El Kotel no es una sinagoga ultra-ortodoxa -aseveró Perl-, es un lugar sagrado nacional", en el que deberían poder rezar los judíos de todas las corrientes, añadió.
"Sería muy feliz si las próximas generaciones de niñas puedan llegar aquí hasta el Kotel y vivir su judaísmo de la manera más natural, sin tener que saber que tuvimos que pasar todos estos malos ratos para poder lograrlo", se esperanzó, por su lado, la rabina Sandra.
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