Hay un pequeño pueblo en España donde la vida se celebra dentro de un ataúd en una procesión fúnebre.
El curioso ritual sucede cada 29 de julio en la aldea de Santa Marta de Ribarteme, en la región de Galicia, en el noroeste del país: de esta manera los lugareños agradecen por haberse salvado después de haber estado cerca a la muerte.
Sus orígenes, aunque no están muy claros, se remontan a la Edad Media.
Este año unas 9 personas participaron de la procesión en la que cada creyente se encomienda a la virgen de Santa Marta ante un caso de enfermedad propia o de algún ser querido. Si la persona se salva, aquel que pidió el milagro debe responder desfilando dentro de un féretro, tal como si estuviera muerto.
Según la tradición cristiana, Santa Marta es la hermana de Lázaro, el hombre que volvió a la vida cuando Jesús visitó su hogar.
Paganismo y un ciego fervor religioso se conjugan en este ritual medieval, que cada año atrae a más curiosos que quieren ser testigos de la particular celebración.
Ante la popularidad que ha adquirido la celebración, la iglesia del pueblo empezó a cobrar 100 euros por los alquileres de los ataúdes. Alfonso Besada, reverendo de la parroquia local, justificó el pago como una especie de filtro para todo aquel que quiera participar de la procesión por simple "folclor" y no con verdadero convencimiento y fe, informó el diario estadounidense The New York Times.
Cada ocupante del ataúd es llamado un "ofrecido", ya que esa persona remplaza el lugar de ese familiar que enfrentó a la muerte. Incluso la misma persona que se salvó puede ser su propio "ofrecido".
En este ritual los ataúdes con sus vivos son paseados por el cementerio del pueblo, mientras las multitudes que acompañan la marcha fúnebre entonan oraciones a la virgen salvadora; incluso hay llantos, pero de alegrías por ese ser querido que no murió.
Una de las participantes de este año, Pilar Domínguez Muñoz, se ofreció por su hija Uxía, quien padece de trastorno de huesos de cristal, también conocido como osteogénesis imperfecta.
Su hija no podía caminar, Pilar se la encomendó a la virgen. El milagro ocurrió.
"El año pasado yo estaba en mi ataúd y ella iba en su silla de ruedas, con ambos tobillos rotos. Hoy, mi hija camina gracias a Santa Marta", dijo la mujer al New York Times.
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