Los jeans Levi's 501s azules, las zapatillas New Balance 991s grises, la camiseta negra de mangas largas y cuello alto: el look de Steve Jobs permanece perpetuamente reconocible. El diseñador Issey Miyake, autor de la famosa polera, la retiró de la venta en 2011, tras la muerte del co-fundador de Apple. Ahora le permite volver a vivir, a USD 270.
Es probable que la prenda se vuelva tan característica de Miyake como los plisados o los volúmenes esculturales de sus telas, arriesgó la publicación Bloomberg Businessweek, que anticipó el lanzamiento del modisto japonés con casas en París y Nueva York.
En su nueva vida, el jersey con cuello cisne se llama Semi-Dull T y está hecho de 60% de poliéster y 40% de algodón.
"La compañía hace un gran esfuerzo para sostener que la polera, diseñada por el protegido de Miyake Yusuke Takahashi, con una silueta más esbelta y los hombros más altos que la original, no es una reedición", detalló Troy Patterson en Bloomberg. "Y aun si la indumentaria fuera una imitación directa, su importancia como artefacto cultural radica más en la manera inimitable en que Jobs la usó".
La historia de la prenda se remonta a comienzos de la década de 1980, cuando Jobs visitó la central de Sony en Tokio y supo que los 30.000 empleados de la empresa en todo Japón usaban la misma ropa: desde el cofundador, Akio Morita, hasta los obreros de la planta, pasando por las secretarias y los vendedores, todos llevaban un saco de trabajo tradicional azul y blanco.
Según uno de los biógrafos de Jobs, Walter Isaacson, Morita le explicó al alma de Apple que cuando la empresa se fundó, en 1946, Japón acababa de perder la Segunda Guerra Mundial y la gente era demasiado pobre como para tener indumentaria adecuada para ir a trabajar: las empresas les brindaban un uniforme.
"En 1981, para el aniversario 35º de Sony, Morita encargó a Miyake, quien ya era una estrella de la moda luego de mostrar sus colecciones innovadoras en París, que diseñara un saco", explicó el artículo de la revista. "Miyake hizo un modelo futurista en nylon color topo, sin solapas y con mangas que se desabrochaban con una cremallera".
A Jobs le encantó. Le encargó otro chaleco a Miyake. Pero cuando lo mostró en Cupertino, los cuarteles generales de Apple en California, sufrió un rechazo inapelable: la idea de un uniforme es totalmente ajena al individualismo cultural de los Estados Unidos.
La polera con ecos de los existencialistas franceses parecía "una prolongación de sus aspiraciones estéticas: grave pero serena, ascética pero cómoda", escribió Patterson. "La pieza, tal como la usó Jobs, era el uniforme de un monje secular".
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