A comienzos marzo, Alí atendió el teléfono de su apartamento en Grozny, la capital de Chechenia. Era la policía: "Vístase, lo tenemos que llevar". Pero lo primero que hizo fue sacar la tarjeta SIM de su móvil y ocultarla, y luego escondió el dispositivo mismo. Cuando la policía llegó, llevaba consigo otro celular.
Lo empujaron en el asiento trasero de un automóvil. "Me forzaron la cabeza hacia abajo, no pude ver dónde me llevaban", dijo a la revista The New Yorker. En el lugar donde lo hicieron bajar vio a dos hombres con las caras deformadas por los golpes. Uno de ellos murmuró. "Les dije todo".
Alí ingreso en un cuarto, donde un oficial despreocupadamente despatarrado le dijo: "Así que a ti te dan por culo". Aunque lo negó, el uniformado lo ignoró y comenzó a preguntarle sobre otro hombre, a quien Alí conocía y también era gay. Dijo que lo recordaba porque alguna vez había hecho negocios con él. "Comenzaron a golpearme", dijo a la periodista Masha Gessen. "Seguí diciendo que no sabía nada, que ni siquiera sabía que en Chechenia había gays".
Como no era la primera vez que le pasaba algo así, esperó la continuación. Lo bajaron a un sótano, una serie de celdas alrededor de un espacio central, en una de las cuales vio a un hombre arrodillado ante un balde con agua helada, donde le sumergían la cabeza. En otra vio parte de la cabeza de un hombre, en cuyas orejas había presillas metálicas que por medio de cables se conectaban a una batería. Había hombres y también mujeres. Todos gritaban cuando los golpeaban con los puños o con una porra.
Luego de que lo torturaran, Alí volvió a ser conducido hasta el piso superior, donde el oficial lo interrogó de nuevo. Y así varias veces. No dijo nada; sabía que en su celular no encontrarían nada que lo incriminase, así que hizo lo que pudo por callar. Luego lo arrojaron dentro de una celda, donde pasó siete días sin alimentos. En esas circunstancias se estima que han muerto unas 100 personas en Chechenia, por pertenecer a minorías sexuales.
De las 85 regiones que componen la Federación Rusa, este estado dentro del estado —como lo calificó The New Yorker— está gobernado por Ramzan Kadyrov, un discípulo de Vladimir Putin, quien afirmó lo que Alí dijo para tratar de evadir a sus captores: en Chechenia no hay homosexuales.
"La Chechenia de Kadyrov es una versión más extrema de Rusia: un estado mafioso que utiliza la retórica religiosa para imponer el control de sus ciudadanos. Putin saca parte de su autoridad de su relación cercana con la Iglesia Ortodoxa; Kadyrov se apoya en una versión casera y cruda del Islam", escribió Gessen.
El Kremlin ha atacado a la comunidad LGBTQ desde 2012, cuando Putin asumió su tercera presidencia. Hay leyes contra "la propaganda de relaciones sexuales no tradicionales entre los menores", y la violencia anti-homosexual es tan grande que en un café de Moscú la autora de la nota encontró un cartel que advertía que allí no se permitía.
"Algunas denuncias de medios han sostenido que Chechenia confina a los gays en campos de concentración, pero el testimonio de los sobrevivientes apunta a la existencia de media docena de centros de detención donde se retiene a las personas durante un par de semanas", explicó la revista. "En muchos casos se las tortura. Algunas han sido liberadas pero otras fueron entregadas a sus hogares pues se supone que las familias deben matar a sus gays".
Alí logró escapar de Grodzny gracias al Centro Comunitario de Moscú, una iniciativa para las personas LGBTQ que dirigen Olga Baranova y Tatiana Vinnichenko. Pero al hacerlo debió abandonar a sus dos hijos.
"Muchos de los hombres atrapados en las razzias están casados", explicó la periodista de The New Yorker. "No hay un modelo para ser gay en Chechenia y la presión por casarse y tener hijos en inmensa". Y aun con sus dobles vidas, caen detenidos. "La mayoría de los gays chechenos a los que entrevisté habían sido entrampados —en general por alguien a quien conocieron en línea— y golpeados, a veces violados y luego extorsionados con frecuencia".
Por medio de un amigo, Nokhcho, Alí conoció el Centro LGBTQ, una organización pequeña que coordina el trabajo de otras organizaciones aun más pequeñas: una docena de puntos que trazan una red secreta para rescatar a minorías sexuales en peligro. Alí le dijo a Nokhcho lo mismo que el amigo le había dicho antes a quien le habló del tema: "¿Es una trampa?".
"Los dos hombres enviaron a la red LGBTQ su información personal y el grupo les compró pasajes para Moscú", explicó Gessen el comienzo del rescate. "Cuando los activistas escucharon sobre las purgas en Chechenia, la red puso una dirección de correo electrónico y una línea telefónica para que se comunicaran". Las llamadas comenzaron a multiplicarse cada noche.
Baranova y equipo pensaban que la estadía de los chechenos sería breve; no imaginaron que las visas de refugiados para países seguros tardarían meses, y que el factor religioso complicaría las solicitudes. "Más de 40 chechenos viven hoy en alojamientos temporarios arreglados por los activistas rusos".
En la sede de la red hay grupos de apoyo, psicoterapeutas y muchos médicos: algunos fugados llegan malheridos, como un hombre al que le rompieron la mandíbula en cautiverio, y otros se enteran allí de que tienen problemas de salud porque no se atrevían a controlarse en Chechenia. También hay proyecciones de películas y coros (uno para personas trans) y conexiones VPN (red privada virtual) para evitar rastreos en internet.
Si la denuncia se centra en varones, es porque la situación de las mujeres es mucho peor. Baranova todavía guarda el último mensaje de una joven lesbiana que no llegó a subir al avión, y luego apareció muerta envenenada por su familia. "Esto en sí nos da una medida de la libertad de los varones en comparación con la de las mujeres", un activista le dijo a The New Yorker. "Las mujeres no pueden simplemente decidir que viajan fuera de Chechenia, por trabajo o por descanso".
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