No hay aire acondicionado y las gotas de sudor se deslizan por la frente de la camarera. En realidad lo que no hay es electricidad, parece que se cortó la luz en toda la pequeña ciudad de Fushe Kruja y lo único que puede ofrecer la joven del café es alguna bebida a temperatura ambiente. Y sí, también ofrece la posibilidad de sacar fotos sin problemas. Es que en un extremo del salón, detrás de un cordón de terciopelo, hay tres sillas y una mesa, resguardadas del resto del mundo como si se tratara de históricas piezas de museo. Una de las sillas exhibe una placa metálica con la inscripción "Presidente Bush", mientras que en las paredes hay una fotografía que recuerda la visita del ex mandatario estadounidense al bar que entonces llevaba el nombre de su dueño, Cela, y que hoy, claro, se llama Café Bush. Desde el balcón se alcanza a ver el monumento que honra al tejano junto a la inscripción "gran amigo de los albaneses" y la fecha de la visita que puso a esta irrelevante ciudad obrera en el mapa: 10 de junio de 2007. La joven camarera no trabajaba allí entonces pero dice que sí, que a veces algún turista de paso se detiene en el curioso Café Bush para tomar unas fotos. Luego la albanesa sonríe, se disculpa una vez más por el calor y la falta de electricidad, y se va a buscar un par de cervezas calientes.
Los monumentos, calles y hasta cafés en su honor no significan que George Bush goce de una particular y excluyente admiración en la pequeña y balcánica Albania. En realidad se trata de una curiosa fascinación por Estados Unidos en general. Y Bush fue el primer presidente estadounidense en visitar esas tierras. Según la consultora internacional con base en Washington DC Gallup, Albania es el país europeo con mejor imagen de Estados Unidos, y está entre las tres primeras naciones a nivel mundial en este rubro, primera entre los países mayoritariamente islámicos. No es de extrañar entonces que otros líderes norteamericanos también sean celebrados allí: este año la ciudad de Kamza, una de las más pobres del país balcánico, nombró una calle en honor a Donald Trump, mientras que en la capital de la parcialmente reconocida República de Kosovo, una región con abrumadora mayoría de la población de etnia albanesa, una de las avenidas principales lleva el nombre de Bill Clinton, y en 2016 se inauguró un monumento a su esposa y por entonces candidata presidencial Hillary Clinton en Saranda. Pero no son sólo ellos, figuras de menor envergadura política, como el congresista representante del estado de Nueva York Eliot Engel, también tienen sus calles. Por otra parte, tanto Bush como Trump son ciudadanos honorarios de distintas ciudades de Albania. Al menos por ahora, Barack Obama no ha tenido suerte.
La bandera estadounidense flamea en cada tienda, en cada esquina, como si toda Tirana fuera una enorme embajada, y a ningún local parece llamarle la atención. Las barras y estrellas son para cualquier negocio una forma de demostrar la calidad de su producto, una técnica fácil para atraer clientes, una fórmula probada. En Kosovo las cosas van aún más lejos porque el estandarte extranjero corona todos los edificios gubernamentales, escuelas, bibliotecas, museos e incluso algunos estadios. Tampoco es extraño toparse con versiones albanesas de marcas famosas o cadenas de comida rápida que se ven sumamente similares a las originales, como un particular homenaje que descree de las marcas registradas. Menos extrañas aún son las oficinas que ofrecen ayuda para emigrar a Estados Unidos, la mayor aspiración de muchos por estas tierras.
Como si buscaran quebrar definitivamente con la generación anterior, criada durante el comunismo, casi todos los jóvenes albaneses hablan muy bien inglés. Alcanza con dar unos pocos pasos en el central boulevard de Los Mártires de la Nación para notar el contraste: los mayores llevan tradicionales sombreros blancos llamados plis, los jóvenes llevan gorras de baseball con viseras hacia atrás. Un coche convertible atraviesa la avenida y el hip hop suena a un volumen tan alto que casi cualquier vecino puede escucharlo.
Esta excéntrica admiración que por momentos roza el fanatismo tiene justificaciones históricas y políticas. El primer paso fue en 1919, cuando al final de la Primera Guerra Mundial, el por entonces presidente estadounidense Woodrow Wilson insistió en que Albania debía ser un país independiente, oponiéndose a Francia, Gran Bretaña e Italia, que proponían la partición del pequeño país en tres. Hoy, en Tirana una plaza y una estatua homenajean a Wilson. Décadas más tarde, los partisanos locales recibieron ayuda de Estados Unidos para pelear contra los invasores alemanes durante la Segunda Guerra. Pero el periodo clave para entender la intensidad actual del vínculo son los años 90. Albania había atravesado décadas del más duro comunismo como un territorio absolutamente aislado del resto del planeta, sin siquiera contacto con países del bloque oriental, como la Unión Soviética. Tras la caída del régimen Albania miró hacia occidente y vio en Estados Unidos a un modelo, lo más lejos posible del comunismo que acababa de concluir, como a una esperanza salvadora en medio de la crisis que significó la transición. Cuando el Secretario de Estado James Baker visitó el país en 1991 fue recibido por una multitud de 300 mil personas: las crónicas de la época hablan de un constante e ininterrumpido coro de "¡USA, USA!".
La profesora Oliana Sula, de la Universidad Aleksander Moisiu en la ciudad portuaria de Durres, explica que este amor por Estados Unidos se acentuó durante la década de los 90. "El este, especialmente Rusia, es símbolo del comunismo y de la dictadura que sufrimos. Pero hoy creo que esa fascinación es un tanto antigua, muy simplista, muy de 1992. Un poeta albanés escribió 'ama a la patria como el águila ama a su nido', y por ese entonces en un programa de televisión se burlaban diciendo 'ama a la patria como Albania ama a América'", dice Sula.
Durante la guerra de Kosovo, entre 1998 y 1999, Estados Unidos decidió apoyar a los albaneses en ese territorio y encabezó el bombardeo de la OTAN contra la Yugoslavia de Slobodan Milosevic. Casi una década después del conflicto, Kosovo se declaró independiente y Estados Unidos fue uno de los primeros países en reconocerlo. El monumento a Bill Clinton, presidente durante la guerra, fue inaugurado en 2009 en una de las avenidas centrales de Pristina, la capital kosovar. El nombre de la arteria también homenajea al ex presidente. La estatua de más de 3 metros de altura es hoy uno de los puntos más turísticos de una ciudad en la que además existe una cadena de tiendas de ropa femenina llamada "Hillary".
Curiosamente el aprecio no es correspondido. Este año la encuestadora YouGov publicó un informe que muestra que casi la mitad de los estadounidenses ni siquiera están seguros si Albania es enemigo o amigo de su país, mientras que sólo el 3% lo considera un aliado. Aún así la cantidad de albaneses en Norteamérica se ha cuadruplicado desde la caída del comunismo a principios de los 90 y es muy común que los padres incentiven a sus hijos a que busquen emigrar. Eso le sucedió a Gejsi, de Berat, una antigua ciudad al sur de Albania protegida por la UNESCO. Sus padres la presionaron para que iniciara una relación con un estadounidense que trabajaba como voluntario de los Cuerpos de Paz y ahora busca la forma de obtener una visa, tarea compleja teniendo en cuenta los bajos salarios y el alto nivel de desempleo entre los jóvenes albaneses. No es una historia infrecuente en una región en la que los matrimonios arreglados aún existen.
Pese a que Albania es candidato oficial a formar parte de la Unión Europea y es miembro de la OTAN, también es el tercer país más pobre del continente y el sexto con mayores índices de corrupción. Por eso tantos jóvenes no ven un futuro allí. Estados Unidos se constituyó en la mentalidad de buena parte de la población albanesa como una especie de paraíso, perfecto e impoluto, donde todos tienen trabajo y no existen problemas financieros; los colores blanco, azul y rojo de la bandera se hicieron sinónimo de evidente calidad y seguridad, y la Casa Blanca (habitada por demócratas o republicanos indistintamente) es imaginada como la sede de una fuerte amistad imperturbable. Es el American Dream como contraposición al pasado comunista y a la dura pobreza del presente. Entonces Bush, Clinton y Wilson son los representantes de esta fantasía que ha ayudado a atravesar el difícil periodo de transición y la guerra en los años 90. Tal vez también ayude a olvidarse de cualquier otro problema, del calor, de cómo pasar la cerveza caliente. Es que seguramente en Estados Unidos a ningún bar se le corta la luz.
LEA MÁS: