"Han construido una ideología, la globalización, que rechaza todas las regulaciones y arrebata a la nación sus elementos constitutivos". La frase fue pronunciada por Marine Le Pen durante un discurso de campaña en febrero. La candidata del ultraderechista Frente Nacional perdió el domingo pasado las elecciones presidenciales en Francia contra Emmanuel Macron, pero el 34% de votos que obtuvo fue un récord absoluto para su partido.
El Brexit en Reino Unido, el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos y el ascenso de Alternativa para Alemania en el país de Angela Merkel tienen algo en común con el resultado que obtuvo Le Pen. La globalización es su máximo enemigo. La acusan del estancamiento económico, del desempleo, de la pérdida de identidad y hasta de favorecer el terrorismo.
En estos días se conoció el Índice de Globalización 2017 (IG), que desde hace muchos años realiza el think tank suizo KOF Swiss Economic Institute. El estudio calcula cuán "globalizado" es un país a partir de una combinación de datos estadísticos. Desde el punto de vista económico, considera el grado de apertura comercial y de inversiones foráneas. En lo social, toma el tráfico telefónico, el uso de internet, el turismo internacional y la proporción de población extranjera. En lo político, incluye la cantidad de embajadas, la participación en organismos internacionales y la firma de tratados con otros países. La idea es clara: un país globalizado es un país abierto y altamente interconectado con el resto del mundo.
Reuniendo todas esa información, el instituto KOF realiza un ranking que mide de 0 a 100 el nivel de globalización. En el tope está Holanda, con 92,8. Lo siguen Irlanda (92,1), Bélgica (91,7), Austria (90,1), Suiza (88,8), Dinamarca (88,4), Suecia (88), Reino Unido (87,3), Francia (87,2) y Hungría (86,6). En el extremo opuesto aparecen Eritrea (25,1), Guinea Ecuatorial (26,2), Sudán (31,4), Afganistán (32,2), Tonga (32,7), Burundi (35), República Centroafricana (36,3), Turkmenistán (37), Nepal (37,8) y Tanzania (38,5).
En América Latina y el Caribe, el más globalizado es Chile, que ocupa el puesto 40° a nivel mundial. Lo siguen Uruguay (55º), República Dominicana (59º), Perú (60º) y Panamá (62º). Los menos son Haití (169º), Surinam (143º), Cuba (134º), Belice (124º) y Guyana (123º).
Si los críticos de la integración global tuvieran razón, los países más integrados deberían tener serios problemas sociales y económicos, y a los que están más aislados les tendría ir mucho mejor. ¿Qué dicen los datos? Todo lo contrario.
Una manera de evaluar el éxito de un país es ver la riqueza que genera. El indicador más utilizado para eso es el PIB per cápita. En el tercer gráfico se compara el índice de globalización de todas las naciones con su PIB per cápita. En el eje horizontal se ve el valor de IG que le corresponde a cada caso. En el vertical, el PIB medido en dólares con paridad de poder adquisitivo.
Los resultados son elocuentes: en promedio, a medida que los países suben en el IG crece también su riqueza. Si se mira el extremo inferior derecho del gráfico se comprueba que todas las naciones que tienen 80 o más de globalización, tienen un PIB de al menos 20 mil dólares anuales. Con excepciones muy notables, como Emiratos Árabes, Kuwait y Arabia Saudita (con enormes recursos petroleros), los que superan los 40 mil dólares al año superan los 80 puntos en el IG.
Frente a estos datos se podría argumentar que la riqueza no alcanza para medir el grado de éxito de una sociedad. Y quien lo haga tendría razón, porque si los recursos están muy mal distribuidos la mayoría de la población puede ser pobre y estar expuesta a muy malas condiciones de vida. Por eso un indicador mucho más potente es el Índice de Desarrollo Humano (IDH) que elabora el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Este índice combina la capacidad económica (PIB per cápita), con el grado de salubridad (esperanza de vida) y la educación (años de estudio esperados).
El cuarto gráfico revela que la relación entre globalización y desarrollo humano es aún más fuerte que la anterior. El cuadrante superior derecho muestra que todos los países con más de 80 en el IG tienen más de 800 en el IDH, sin excepciones. Por el contrario, la abrumadora mayoría de los casos de bajo IDH tienen menos de 60 en el IG.
Los gráficos 5 y 6 prueban que un aumento de la globalización va de la mano de un incremento en el PIB y en el IDH. Ambos muestran cómo evolucionaron estos indicadores desde 1990 a la actualidad en los cuatro países más globalizados, Holanda, Irlanda, Bélgica y Austria.
El caso más interesante es el de Irlanda, que en 1990 era el que estaba más abajo en los dos indicadores (72 de IG y 13.734 dólares de PIB), y en 2015, tras un proceso sostenido de apertura y de integración con el mundo, se convirtió en el segundo más globalizado y pasó a ser el más rico, con 68.513 dólares. En el otro gráfico se comprueba una relación muy similar con el desarrollo humano: los que más avanzaron en el IG son también los que más avanzaron en el IDH.
El último gráfico muestra el fenómeno que más interpela a la globalización: el desempleo. El caos de puntos desperdigados por el plano que se ve implica que no hay una relación clara entre las dos variables: las probabilidades de que un país muy globalizado tenga niveles bajos de desempleo son casi tantas como que tenga niveles altos. Eso explica el éxito de los partidos populistas que proponen aislamiento y nacionalismo: la pérdida de puestos de trabajo, sobre todo en el campo industrial, genera mucha angustia y la globalización es un buen culpable al que acusar.
La causa de este drama es el avance irrefrenable de la tecnología y de la robotización, que permitió reemplazar el trabajo humano con máquinas y computadoras. No está claro cómo se podrá superar este desafío en el futuro. Lo único seguro es que no es posible volver al pasado como proponen los populistas, y que una sociedad abierta, con capacidad de innovación y de adaptarse a los cambios, estará en mejores condiciones de afrontar cualquier reto.
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