En su adolescencia la colombiana Gina Gómez quería ser ingeniera de sistemas. Pero en ese mismo momento en que decidía su vocación comenzó a sufrir filariasis linfática: una de sus piernas empezó a hincharse al punto de aumentar tan desmedidamente de volumen que necesitó un zapato más grande para ese pie. Comenzó a sentir vergüenza y abandonó las clases. Hoy, a casi 20 años de la aparición de los síntomas, sigue sin poder estudiar, y ahora sin siquiera movilizarse.
La elefantiasis (como se conoce mejor a la filariasis linfática, debido a la deformidad que produce: las piernas de las personas toman el aspecto de las de un elefante) es una causa común de discapacidad en las zonas tropicales y subtropicales del mundo: se estima que 40 millones de hombres y mujeres han quedado desfigurados y postrados por el daño que un parásito causa al sistema linfático.
El parásito es un gusano de la familia Filarioidea y se transmite por la picadura de un mosquito. En general la infección comienza en la infancia, pero se mantiene asintomática mientras progresa. Con el tiempo el daño en la red linfática, los riñones y el sistema inmunológico se hace visible: la piel se vuelve más gruesa, los tejidos subyacentes se inflaman. Los canales linfáticos se bloquean, lo cual provoca la acumulación de líquidos. Así comienza el proceso de hinchazón desmedida de las piernas, los brazos o los genitales externos, que causará fiebre, úlceras, agrietamiento de la piel y nódulos cancerosos. Si el parásito migra a un ojo, hará necesaria su extirpación.
Gina viajó en busca de un diagnóstico desde la localidad oriental de Arauca, donde vivía con su familia, a Bogotá. Allí, en el Hospital Militar, entendió por primera vez qué era lo que le sucedía. Supo también que hay tratamientos: la administración de albendazol junto con otro medicamento que les valió el premio Nobel 2015 a los microbiólogos William Campbell y Satoshi Ōmura, la ivermectina. Pero por su falta de recursos la familia debió regresar a su hogar y no tuvo acceso a esas drogas. Con el tiempo la desfiguración se vuelve también extremadamente dolorosa y afecta a los huesos: hoy Gina tiene una discapacidad permanente.
La elefantiasis es endémica en 73 países, de los cuales 37 se encuentran en África y el resto en América Central y del Sur, el Sudeste asiático y las islas del Pacífico. Se estima que hoy hay 120 millones de personas afectadas por este mal, concentradas en particular en Bangladesh, Etiopía, Filipinas, India, Indonesia, Myanmar, Nepal, Nigeria, República Democrática del Congo y Tanzania. En lugares de educación escasa, algunas personas evitan a los enfermos porque temen que la enfermedad sea contagiosa —no lo es— o que los enfermos les traigan mala suerte.
El régimen de medicamentos se complementa con una higiene muy estricta y la actividad física que sea posible. Una tercera droga, la dietilcarbamacina, que impide la proliferación de los huevos de las filarias, también es parte del enfoque farmacológico. Pero por las dificultades derivadas —el tratamiento es de larga duración y se presentan reacciones inmunológicas graves, por lo cual es necesario agregar corticoides— es duro para el paciente.
También costoso: la dominicana Dionisia Jiménez, una mujer de 81 años que lleva 44 enferma de elefantiasis, no puede pagar las cuatro medicaciones que necesita. Además, como está en cama desde hace casi dos décadas, necesita complementos —ungüento contra las escaras, sábanas desechables— que hacen inalcanzable para ella cualquier esperanza de mejora.
No existe vacuna para prevenir la infección de este parásito. Por ahora lo más importante es el control sanitario para eliminar el mosquito portador, una prioridad para erradicar la enfermedad según la Organización Mundial de la Salud: repelentes, insecticidas, mosquiteros en puertas y ventanas de los hogares, drenaje de cualquier acumulación de agua. En algunos países se ofrece a la población un régimen preventivo de albendazol.
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