El destacado columnista Kadri Gursel escribió recientemente sobre cómo el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, odia tanto los cigarrillos que les confisca los paquetes a sus seguidores. Gursel, entonces, instó a sus lectores a protestar contra las maneras antidemocráticas del mandatario encendiendo un cigarro.
Sólo por eso, Gursel fue arrestado bajo cargos de terrorismo y está detenido en prisión preventiva. Es uno de los 120 periodistas que han sido encarcelados en Turquía desde el fallido intento de golpe de Estado en julio. En prisión, tiene la compañía de 10 colegas del periódico donde trabaja, Cumhuriyet, la última publicación independiente importante del país. Entre los reclusos están su editor y el director ejecutivo del diario, arrestado cuando partía en un vuelo a Estambul el viernes pasado.
Según cifras del Comité para la Protección de los Periodistas, Turquía ha superado con facilidad a China como el mayor carcelero de periodistas del mundo.
Las cárceles son el ejemplo más obvio de un esfuerzo para amordazar no sólo a la prensa libre, sino también la libertad de expresión en general. Más de 3.000 turcos han enfrentado cargos por insultar al presidente, incluyendo la ex Miss Turquía Merve Buyuksarac, quien publicó en Instagram una reformulación satírica del himno nacional turco como si Erdogan cantara y dijera "Soy como una inundación salvaje, aplastando la ley y más allá. (…) Tomo mi soborno y vivo". Debido a ese comentario en redes sociales, fue sentenciada a 14 meses de prisión.
El Gobierno y sus partidarios están detrás de una ola de demandas a Twitter para que elimine las publicaciones ofensivas, más que todos los demás países del mundo, según el Informe de Transparencia de Twitter (de 20.000 cuentas de Twitter afectadas en todo el mundo este año, 15.000 eran turcas).
Varios periodistas –incluyendo a Gursel, cuya columna fue publicada tres días antes del intento de golpe de Estado– han sido acusados retroactivamente de emitir mensajes "subliminales" en apoyo del levantamiento militar de julio.
Otros han sido condenados como terroristas por denunciar un escándalo de 2015 donde el gobierno de Erdogan fue acusado de suministrar armas al Estado islámico. Uno de ellos es el ex redactor jefe de Cumhuriyet Can Dundar.
Además de los encarcelamientos, se han cerrado cerca de 150 medios de comunicación, desde emisoras de televisión a portales de noticias, según Erol Onderoglu, representante turco de Reporteros sin Fronteras. Pero probablemente el efecto más corrosivo a largo plazo de la represión ha sido un impulso muy efectivo del Gobierno para los empresarios leales de apropiarse de muchos de medios, convirtiéndolos en ávidos defensores de Erdogan y sus políticas.