"La idea de que los humanos tienen un tiempo máximo de vida genéticamente predeterminado carece de base científica": la afirmación del médico holandés Rudi Westendorp es apenas la punta del iceberg de su perspectiva innovadora sobre las etapas de la vida.
En un siglo, la expectativa de vida pasó de 40 a 80 años, y la cantidad de personas que llegan a los 65 años se triplicó. Cada semana los bebés nacen con dos días más de edad potencial. Sobre esa base, estimó el profesor de Medicina Social de la Universidad de Copenhagen, es posible afirmar que en el mundo ya ha nacido la persona que vivirá 135 años.
No es el futuro, ha insistido Westendorp. Es el presente.
Y se extendió con una observación crucial: no se trata sólo de sumar años, sino de sumar calidad de vida. Cada vez más personas viven mejor en la vejez. Las condiciones ambientales y la tecnología médica lo permiten.
Al gerontólogo le hizo gracia cuando condujo una encuesta a 600 personas que habían cumplido 85 años. La mayoría tenía una historia clínica rica en males de la edad; sin embargo, cuando se les preguntaba si se sentían viejos o con mala salud, respondían que no y, amables, ofrecían un ejemplo: "Pregúntele a mi vecina. Ella es vieja. Ya no puede caminar", le dijo un entrevistado. La mayoría, además, manifestó que estaba satisfecha con sus vidas: las describieron entre buenas y muy buenas.
—¿Cómo llegó a esta visión sobre la vejez como una etapa de la vida tan positiva como la juventud?
—Surgió de mi práctica como clínico —dijo Westendorp a Infobae—. A veces algo se cuece subliminalmente y de pronto se presenta con total claridad. Recuerdo la consulta de una pareja: él estaba realmente frágil, con varias enfermedades y antecedentes de fallas cardíacas y respiratorias. Estaban hacia el final de sus 80 años. Mientras los escuchaba hablar, tan encantadores, pensé: "Acaso sea mejor que te des por vencido, porque tienes tantas complicaciones…" Me hicieron preguntas, los aconsejé. Terminó la consulta. Cuando nos dimos la mano, él me dijo: "Doctor, si todo sigue así, espero verlo el año que viene". Fue revelador. Las personas hemos nacido para hacer algo de nuestras vidas, aun si uno está frágil, enfermo o viejo.
Cumplir años sin envejecer
En su libro Growing Older Without Feeling Old: On Vitality and Ageing (que Semana tradujo al castellano en Colombia, como Cumplir años sin hacerse viejo: sobre la vitalidad y el envejecimiento), el investigador del Departamento de Salud Pública de la Universidad de Copenhague argumentó que en la medida en que Occidente garantizó a la mayoría de su población los alimentos, el agua potable y el acceso a los cuidados médicos, se sentaron las condiciones para vivir más y mejor. También los avances tecnológicos —médicos, pero también urbanos y de comunicación, entre otros— influyeron para que la vejez no sea un horizonte temible, de pura pérdida: de seres queridos, de facultades propias.
—Cuando uno es joven y mira a la gente mayor piensa que la vejez es un desastre, puro drama, retiro, inseguridad social… Nadie quiere llegar a eso. Pero una vez que llegan, casi todas las personas quiere continuar con sus vidas. Y en casi todos los países donde la calidad de vida de la gente mayor no es más baja que la de los jóvenes o los adultos, en general tiende a ser más alta.
—¿A qué se debe?
—La experiencia tiene mucho que ver. Los jóvenes miran a la gente mayor y ven problemas, pero si uno tiene 80 ya ha aprendido que vivir conlleva problemas, y que hay que superarlos. Ante cosas que pueden llevar a los jóvenes a la depresión, la gente vieja se ríe: han pasado periodos así en sus vidas y los han podido superar. Compramos problemas —como individuos y también como sociedades— porque creemos que la vejez es distinta de la adultez o la juventud. Pues no lo es. Cuanto más se habla con la gente mayor, más se comprende que la vida en la vejez no es diferente de la vida en otras etapas: se trata del amor, el sexo, el dinero, los amigos, la soledad, las celebraciones, las comidas agradables, las veladas en buena compañía, los sentimientos de orgulloso por los hijos… Sí: lo mismo.
—Eso es el campo de lo individual. ¿Qué sucede en el plano colectivo?
—El problema es que nos enfocamos en la juventud y vemos connotaciones negativas en la vejez. Si echamos de sus trabajos a las personas a la edad de 55 o 60 o 65 porque pensamos que no valen nada, creamos un problema: como sociedad tenemos que asumir responsabilidad por ellos, para que no mueran de hambre. Pero si se les da la oportunidad de trabajar, se les deja su propia responsabilidad: uno trabaja, gana su dinero y puede ser responsable de su propia vida. Es lo que la mayor parte de la gente quiere hacer: en Europa, al menos, casi todos los que se retiran pronto quieren estar trabajando otra vez. El trabajo brinda independencia, contacto social, razones para estar orgulloso y para salir de la cama cada mañana.
El punto que señaló el médico geriatra es un cambio social tan patente que hasta ha llegado a Hollywood: la película The Intern trató exactamente ese tema. Robert de Niro es un viudo jubilado que practica Tai-Chi y se presenta como pasante a una empresa de venta en línea que creó Anne Hathaway. "La experiencia nunca envejece" es la frase promocional de la obra de la directora Nancy Meyers.
¿Por qué no se estudia la vejez?
Para el profesor Westendorp el descubrimiento de la gerontología fue un camino inesperado. "Comencé como médico en Terapia Intensiva, como un niño grande y romántico que quiere salvar vidas", contó. "Y entonces me di cuenta que hoy en día la medicina no se trata de ser heroico: cuando uno va a un hospital lo que más encuentra es gente mayor. Hay países, desde luego, con problemas de mortalidad infantil, hay países con guerras. Pero a lo largo de los años mi trabajo clínico cotidiano fue ese: atender la salud de gente mayor".
—¿No lo aprendió en la universidad?
—No: en la práctica clinica descubrí que no sabía nada del proceso de envejecimiento en sí, porque eso no lo habían estudiado. Es un fenómeno casi mundial: la enseñanza médica todavía se enfoca en cómo tratamos a los jóvenes. El nacimiento y la salud de los niños, por ejemplo, es algo importante; pero es sólo una parte del asunto. Falta la otra parte: la ancianidad. Casi no se presta atención a la gente mayor en el enfoque médico académico. Por eso me dediqué a estudiar la biología del envejecimiento.
—¿Qué halló?
—Una riqueza de datos y de conocimiento en otros campos, como la biología. Mis ojos se abrieron. Comprendí que el fin de la vida no es algo predeterminado. La lógica basada en el conocimiento darwinista explica que tengamos relaciones sexuales y cuidemos a nuestros hijos pero que no nos ocupemos de nosotros más allá de los 40 o los 50 años. Y por cierto, que no estemos programados para cuidar a nuestros padres cuando están en sus 70 u 80 años. Eso no existía en el pasado y no contribuye a lo que se considera la supervivencia del más apto. Sin embargo, nada está determinado: todo está abierto. Uno no tiene que ser viejo.
—¿Cómo sería eso?
—Una vez que los hijos se van de la casa, uno se adueña de su vida otra vez, y tiene que encontrarse a sí mismo. Hacer su destino. Si uno se siente joven, aun si está en sus 70 u 80, puede hacer algo de su vida. Es perfectamente posible, está dentro del marco de lo biológico y de la lógica darwinista. De hecho, eso es lo que se ve hoy: individuos que hacen cosas, gente encantadora de 80 años, 90, 95 y hasta 100. Y si seguimos cuidando el cuerpo —que es el otro tema—, podremos vivir más. No es algo diferente de cuidar el automóvil o los zapatos: cuando uno lo repara o los limpia, duran más de lo que se esperaba. Probablemente el ser humano que llegará a los 135 años ya está en el mundo.
Por esa falta de estudios en el campo, el autor de Cumplir años sin hacerse viejo fundó la Academia Leyden para el Estudio de la Vitalidad y el Envejecimiento. "Es un instituto con financiación privada que surgió como una necesidad: dentro de las instituciones médicas de hoy, se presta muy poca atención a la ancianidad. Y sentí la necesidad de dar el paso, de crear un espacio para innovar".
No es algo diferente de cuidar el automóvil o los zapatos: cuando uno lo repara o los limpia, duran más de lo que se esperaba. Probablemente el ser humano que llegará a los 135 años ya está en el mundo.
Además de escribir en diferentes medios europeos, Westendorp difunde sus hallazgos en distintos ámbitos. El día de la entrevista con Infobae, había dado una conferencia ante estudiantes de negocios: "Si ustedes están interesados en la innovación sanitaria, tienen que comprender que casi todos sus productos van a estar dirigidos a las personas mayores. Y si no les gusta, hay otros rubros: automóviles, zapatos, pero no atención médica", les dijo.
Rumbo al fin de la demencia senil
No sólo la vitalidad es posible a cualquier edad, argumentó el especialista, sino que los pronósticos de una epidemia de demencia senil, de Mal de Alzheimer o de otras enfermedades asociadas al envejecimiento son tan estremecedores como infundados.
—Es lo que muestran los datos —dijo—. Muchas veces pensamos que una enfermedad es imposible de derrotar pero, si retrocedemos en el tiempo, vemos que a comienzos del siglo XX se creía eso de la tuberculosis. Si alguien la contraía, a su alrededor se hacía silencio, porque era algo trágico. ¿Y dónde está la tuberculosis hoy? Ha desaparecido. Pensemos en 50 años más tarde, la década de 1960: creíamos que en cuestión de décadas los adultos edad mediana podían morir masivamente porque había una epidemia de enfermedades cardiovasculares. La gente se acostaba a dormir y nunca despertaba en números muy grandes. Pero si hoy sentimos síntomas de un ataque cardíaco e ingresamos a un hospital, tenemos más de un 95% de chances de salir con vida; en Europa, más del 98%.
—¿No es distinto el caso de la demencia senil?
—No. Hoy pensamos que cuando envejecemos la sufriremos; sin embargo, si se miran los datos con cuidado, el peligro de presentar demencia a los 75 o 80 años es mucho menor a lo que fue una generación atrás. Está mejorando. Punto.
En 2013, la revista médica británica The Lancet publicó los resultados de un estudio de 20 años basado en entrevistas con 7.500 personas de más de 65 años, según el cual en las últimas dos décadas el riesgo de desarrollar demencia senil se había reducido en un 30 por ciento. De nuevo, las razones son el mejor cuidado: la educación para prevenir la acumulación de placas en las arterias y la atención médica preventiva.
Westendorp hizo su propio estudio en Dinamarca, adonde se mudó en busca de un ambiente intelectual más optimista que el de los Países Bajos, que le resultaba sombrío. Halló que las funciones físicas y mentales de los daneses en sus 90 años son mejores que las de los nonagenarios nacidos sólo diez años antes.
—Si se invierte en el cuidado de las personas, se logra. Nunca es demasiado temprano ni demasiado tarde para empezar. Invertir en el cerebro y en el cuerpo da beneficios luego.
—En sus argumentos mencionó que la inteligencia, la capacidad de adaptación y la educación facilitaban las mejoras en la calidad de vida de los viejos. ¿Por qué?
—La vida se trata de superar desafíos. Esas herramientas, predominantemente del campo psicológico —pero también las hay en el campo físico— hacen falta para superar esos desafíos. Si uno es optimista y no tiene miedo a salir de su zona de confort, pero también si uno tiene acceso a la salud, puede tener una vejez buena. A todo el mundo, joven y viejo, le digo: la vida en la vejez puede ser hermosa. No digo fácil: digo hermosa. Porque uno tiene que enfrentar la tendencia del cuerpo a fallar como uno de los desafíos a superar.
—¿Cuál es la importancia de optimismo?
—Nos da la oportunidad de tener una nueva visión de la vida, en lugar de deprimirnos, y ver el sol en el horizonte, asomándose otra vez. El optimismo es esencial.
Vivir 135 años, vivir 1.000 años
En Cumplir años sin hacerse viejo Westendorp mencionó que otros especialistas en su campo creen que los humanos pueden vivir hasta 1.000 años. Él, en cambio, se mantiene en la cifra moderada, pero grande en sí misma, de 135 años. "En general se puede dividir a los médicos, como a los políticos, en tres grupos", dijo. "Uno sostiene que hemos llegado a la cima, que nada puede ser mejor. Sin embargo, cada año y cada década las cosas mejoran, como señalé con el ejemplo de la demencia. Este grupo, que se considera el de los realistas, para mí es el de los pesimistas: creen que no podemos progresar, algo que los datos contradicen. Otro grupo cree que podemos superar cualquier problema; en principio no puedo estar en desacuerdo, pero creo que son optimistas en extremo. Mil años me parece excesivo.".
—¿Y el tercer grupo?
—El de los realistas de verdad. Si extrapolo los datos y analizo el progreso que hemos visto generalizado en el mundo, con un aumento de la expectativa de vida de entre 2 y 3 años por década (en promedio: hay lugares que han llegado al doble), puedo establecer la expectativa razonable de que alguien nacido luego del 2000 puede llegar a centenario, y es probable que ya esté entre nosotros alguien que vaya a vivir 135 años.
—En su libro usted siempre aclara que esto sucede en los países desarrollados. ¿Cómo ve el escenario en los países en desarrollo?
—Pronto estarán en el mismo lugar.
—¿Por qué lo cree?
—Porque sólo están unos 50 años atrasados. Es una cuestión demográfica: una vez que se supera el problema de la mortalidad por enfermedades infantiles y no se mata a la gente en guerras —las dos cuestiones centrales que impiden el progreso—, casi todos los países lo lograrán. No es el caso de Siria. Y América Latina ha atravesado un periodo oscuro, pero lo ha superado. Podemos invertir en nuestras sociedades para que los niños tengan la expectativa de una vida larga y saludable.