De alimentos a esclavos: qué podían adquirir los mexicas en el gran tianguis de Tlatelolco

El mercado de Tlatelolco se encontraba al norte de la ciudad de México-Tenochtitlan, y allí podía encontrarse todo tipo de objetos que podían ser intercambiados en trueque

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En el mercado de Tlatelolco
En el mercado de Tlatelolco podía encontrarse alimentos como la calabaza, el frijol y el maíz, que fueron la base de la alimentación mexica. Foto: INAH

Cuando los españoles llegaron a la ciudad de México-Tenochtitlan en 1519, encontraron que ésta se encontraba organizada de una manera muy específica, por lo que quedaron impresionados. Una de las cosas que más les llamó la atención, fue la ciudad de Tlatelolco, al norte de Tenochtitlan, en donde estaba el mercado que abastecía de alimento la capital del imperio mexica.

La ciudad de Tlatelolco fue fundada hacia el año 1337, y se convirtió en la sede del principal mercado que abastecía a la población mexica de todos los productos que en aquella época podían imaginarse. Su tamaño, orden y diversidad de mercaderías, llamaron la atención de conquistadores y cronistas, quienes dejaron constancia en sus obras del complejo entramado de relaciones comerciales que diariamente se llevaban a cabo en el tianguis de Tlatelolco.

Tanto el conquistador Hernán Cortés, como Bernal Díaz del Castillo, no ocultaron la admiración que sintieron por este gran mercado y gracias a sus relatos podemos conocer algunas de las características físicas de este sitio, por ejemplo, que estaba cercado por portales, y que su extensión “era tan grande como dos veces la ciudad de Salamanca”. Esto permitía que una gran cantidad de personas (Cortés menciona 60 mil) se reunieran diariamente para intercambiar los productos que mercaderes y tamemes (término que significa cargadores), hacían llegar a través de recorridos terrestres y de incontables viajes en canoas.

Una de las particularidades que señalaron ambos conquistadores, y que también refiere en su Monarquía indiana fray Juan de Torquemada, fue el gran “concierto”, que existía en el mercado de Tlatelolco. Díaz del Castillo incluso compara el orden que hay en este, con las ferias comerciales que se realizaban en su natal Medina del Campo. El tianguis estaba dividido en calles, y a cada una le correspondía un género de productos. En ellas, los mercaderes tomaban su asiento “sin que otro se lo ocupara”, y colocaban sus artículos en el piso para iniciar la jornada de trueque de unos objetos por otros. También había transacciones, donde se empleaba semilla de cacao, mantas labradas, objetos de cobre y polvo de oro, a manera de moneda.

Hernán Cortés y sus hombres
Hernán Cortés y sus hombres quedaron impresionados con el mercado. (Ilustración: Steve Allen)

Existía una inmensa variedad de productos que se podían adquirir en el mercado de Tlatelolco. En cuanto a comestibles, se ofrecía una gran diversidad de maíz, frijol, calabaza y chile, la base de la alimentación mesoamericana. También se encontraban diversas semillas, como chía y el cacao, así como legumbres y frutas secas.

En otra de las calles se mostraban aves de distintos tipos, como guajolotes, codornices, palomas y patos, por mencionar solo algunos ejemplos. También se encontraban venados, perros, liebres, conejos, tortugas, iguanas, serpientes, culebras e insectos como hormigas y chapulines.

Productos lacustres y marinos también tenían un espacio en el mercado, y era posible obtener diversos pescados y crustáceos. Así mismo, había miel de abeja y de maguey, indispensables para endulzar, entre otras preparaciones, las bebidas de cacao consumidas por la nobleza mexica.

Por otra parte, los productos de gran valor que eran llevados a Tlatelolco desde tierras lejanas por los pochtecas, se ponían a disposición de la élite mexica, único sector social que podía acceder a piezas finas elaboradas con oro, plata y cobre, así como artículos especializados de plumería, lapidaria, mantas de algodón ricamente labradas y loza Choluteca. A la par, convivían los utensilios de barro, petates, cestas de distintos tamaños, telas burdas, navajas, metates, molcajetes, y una gran variedad de pieles de animales, huesos, esponjas, conchas, caracoles, así como madera, leña, carbón, piedra, pigmentos y cal.

En el lugar también podían
En el lugar también podían adquirirse esclavos para ser sacrificados. Foto: Oliver Santana / Raíces

Adicionalmente, según Cortés, había espacios donde “lavan y rapan cabezas” así como lugares donde los especialistas en herbolaria tenían una gran cantidad de hierbas y raíces que se empleaban para curar enfermedades y que se preparaban también, de acuerdo con Torquemada, en ungüentos y jarabes. Entre tan diversas mercaderías, el apetito se abría y para saciar el hambre bastaba con acudir a la calle donde se podían adquirir alimentos preparados como atole de maíz y cacao, pescado asado o cocido, tortillas, tamales de distintos rellenos, tlacoyos, entre otros guisos más.

En el mercado de Tlatelolco, también se podían adquirir esclavos para ser ofrecidos en sacrificio. Díaz del Castillo se asombra con la cantidad de cautivos que podían verse en Tlatelolco e incluso compara su abundancia con los negros de Guinea que vendían los portugueses. Sin embargo, estos esclavos tenían la posibilidad de obtener su libertad y el tianguis jugaba un papel importante. Cuando el “propietario” entraba con el cautivo al mercado, éste podía escaparse y, de acuerdo con Diego Durán en su Historia de las indias de Nueva España e islas de tierra firme, si alcanzaba a salir de él y conseguía pisar heces de animal, estaba en posibilidad de reclamar su libertad.

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