La historia de nuestro país está llena de datos interesantes y curiosos. Seguramente no te habían contado en tus clases de historia del papel tan importante que tuvo la cultura japonesa en la época del Porfiriato.
Con la llegada de Porfirio Díaz al poder en 1877, sucedieron muchos cambios para lograr formar una nación moderna y con “progreso”. La visión del entonces presidente, era transformar la política interna y externa de México.
Uno de los primeros cambios en su gobierno, fueron las relaciones diplomáticas que se entablaron con países de otros continentes, entre ellas destaca Japón.
Gracias al interés de la potencia asiática y la recomendación de algunos miembros del gabinete de Díaz, en 1888 se firmó el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre México y Japón, el primer acuerdo internacional con el país del sol naciente.
Este fue el inicio oficial de la amistad diplomática que se mantiene hoy en día. Uno de los puntos del acuerdo, fue que ambos países abrirían sus puertas a todos los habitantes que quisieran cambiarse de país. Fue así como iniciaron los preparativos para traer a los primeros japoneses al territorio azteca.
El primer viaje fue planeado por el ministro de asuntos exteriores japonés Enomoto Takeaki. Conocido como uno de los mayores promotores de la emigración japonesa al territorio mexicano a finales del siglo XIX; incluso, fundó una compañía de migración para lograr su objetivo.
Gracias a las gestiones de Takeaki, en marzo de 1897 salió un barco inglés de nombre “Garlickdel” del puerto de Yokohama, Japón. Este sería el primer grupo migratorio japonés que llegaría a tierras mexicanas. La tripulación estaba compuesta por 34 trabajadores.
Luego de casi tres meses navegando, el 10 de mayo de 1897 lograron llegar al puerto de San Benito, Chiapas (actualmente Puerto Madero). La idea era que estos colonos comenzarán a cultivar café, sin embargo, al intentar realizar su trabajo se encontraron con distintas dificultades técnicas que implicaban enfrentarse a las desconocidas condiciones climáticas, la “extraña” tierra mexicana y que ninguno hablaba español.
Cabe destacar que el viaje que emprendieron los japoneses estuvo lleno de situaciones inesperadas que provocaron que fueran perdiendo las ganas de quedarse en el país. El pequeño grupo de inmigrantes padeció de enfermedades y se tuvo que enfrentar a las lluvias y lidiar con las altas temperaturas.
Fue muy complicado que lograran adaptarse a los cambios naturales y culturales. A pesar de que Enomoto había hecho una gran labor como mediador entre los dos países, le faltó astucia para prever los posibles inconvenientes que pudieran afectar a los 34 trabajadores.
A pesar de los obstáculos, la pequeña comunidad fundó la colonia de Enomoto, en honor al ministro que los había impulsado a emprender su viaje. No obstante, poco a poco el grupo se fue desintegrando.
Ante las desafortunadas circunstancias, decidieron viajar a la Ciudad de México para exponer las malas condiciones en las que vivían. Al poco tiempo, fueron regresados a su patria y al final sólo quedaron seis jóvenes con estudios en agronomía que decidieron fundar en Escuintla, ciudad al sur de Chiapas, la Sociedad Cooperativa Japonesa Mexicana, dirigida por Terui Ryojiro.
Después de ésa, en 1899 surgió la Sociedad Kohashi- Kishimoto y después la granja Fujino. Esas empresas japonesas serían la luz de esperanza para los inmigrantes japoneses que no tenían recursos económicos para vivir ni el idioma para poder trabajar con la gente mexicana.
Es importante mencionar que la colonia que fundaron no fue abandonada y se intentó poblar con nuevos inmigrantes de la misma nacionalidad que fueron traídos por un agrónomo de nombre Tsunematsu Fuse.
Debido a la llegada de personas japonesas, en el municipio de Acacoyagua, Chiapas, se fundó el Parque Enomoto con un monumento creado específicamente para recordar la influencia japonesa del lugar por la migración asiática durante la primera mitad del siglo XX.
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