En su descripción de la caída de Tenochtitlán, el escritor Heriberto Frías narró un gran incendio, “está convertida en ruinas, en densas humaredas de escombros”, se lamenta el novelista mexicano. Hay algunos indicios de que, antes de la llegada de los españoles, en la compleja organización mesoamericana existían personajes que, como los bomberos actuales, se encargan de sofocar los incendios que ocurrían en las ciudades.
Por ejemplo, en los diccionarios de náhuatl se encuentra la palabra tlacuehuiani que se traduce literalmente en bombero. También se encuentran registros en los análisis del derecho azteca de que había personas castigadas por el delito de incendio; e incluso hacían diferencia si éste había sido provocado de manera intencional o accidental.
Quien hubiera aprehendido a la persona responsable de un incendio en aquel entonces, también es quien probablemente se hubiera encargado de apagarlo: se trata de la figura del topilli, un título conferido quienes llevaban las labores de seguridad pública en el imperio azteca.
El topilli funcionaba como una especie de policía o alguacil, es decir, tenía la autoridad de perseguir delincuentes y llevarlos a la justicia. Pero más que una autoridad persecutoria, el topilli procuraba la seguridad y limpieza de las calles, por lo que algunos lo consideran un antecedente remoto de los bomberos, según escribe María Fernanda Delgado Ortega para el Diario de México.
Por otro lado, el Dr. José Luis Piedra Cruz Carreto, Jefe de los Servicios Médicos del Cuerpo de Bomberos de la Ciudad de México y autor del texto Antecedentes Históricos del Cuerpo de Bomberos del Distrito Federal considera que “no existen referencias históricas concretas que nos permitan hablar de un cuerpo de bomberos organizado, en esa época”, aunque sí concede que “es de suponer que nuestros antecesores mesoamericanos tuvieron que enfrentar al fuego”.
Debido a esto, el Dr. José Luis comienza su historia de los bomberos en la capital mexicana a partir de los documentos de la época colonial. Según él, poco después de la conquista, entre los años 1526 y 1527, existía en la Nueva España un grupo de personas, integrado por los pobladores originarios de México, que se encargaban de combatir incendios cuando éstos se presentaban.
El territorio que antes conformaba al Imperio Azteca ha tenido que enfrentar desde siempre una variedad de adversidades, desde las inundaciones hasta los incendios. Por esto, en 1571 el corregidor mandó a construir diques alrededor de la ciudad. La tarea fue encargada al “al grupo encargado de combatir los incendios en la ciudad capital”. Esta es probablemente la mención más remota de algo parecido a lo que ahora es el Cuerpo de Bomberos de la Ciudad de México.
En 1774, bajo el gobierno del Virrey Don Antonio María de Bucareli Urzua, en un reglamento de 38 Capítulos se hace mención de los “aguadores”, quienes “deberían acudir al primer anuncio de los silbatos y campanas para conducir el agua desde las acequias o pozos al lugar del incendio”.
Sin embargo, no fue hasta el 22 de agosto del año 1873 que, en el Puerto de Veracruz, se conformó el primer Cuerpo de Bomberos de México. En conmemoración de ese momento, cada año se celebra a los tragahumos por su labor para la preservación de la vida y el combate al fuego.
Finalmente, el 20 de diciembre de 1887, en la Ciudad de México se instaló la primera estación de bomberos, que ocupó el Edificio de Contaduría Mayor de Hacienda, que el día de hoy en día está al costado del Palacio Nacional que se encuentra sobre la calle de Moneda. Hoy en día, tan sólo en la capital hay 12 estaciones de bomberos -una por alcaldía-, y miles de combatientes de incendios a lo largo de todo el territorio.
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