(Parte II)
En su salón de belleza, Jazz Bustamante nos pide unos minutos para cambiarse de ropa. Reaparece con un look muy formal, luciendo un saco negro y un vestido estampado. Mientras se retoca el maquillaje, nos explica que le espera un día ajetreado.
Aunque trabaja principalmente como peluquera, compagina su estética con el activismo a través de su asociación “Soy Humano”. Lleva más de ocho años defendiendo los derechos de las personas de la diversidad, y esta labor la ha convertido en una de las voces LGTBI más reconocidas y combativas del país. La fama de aguerrida la ganó por su tendencia a expresarse sin reservas y a condenar públicamente las agresiones homófobas y transfóbicas que se cometen en Veracruz.
En entrevista con Infobae México, cuenta que sus padres le inculcaron desde pequeña la importancia de ayudar a los demás. Tras su paso por la Hacienda de Mina, donde la sometieron a tratos denigrantes para que renunciara a su identidad trans, supo que quería denunciar las prácticas que cometen los ECOSIG y los crímenes de odio contra la comunidad LGTBI; entonces comenzó a involucrarse más en el activismo.
En 2014, cuando tenía 23 años, sus seguidores se multiplicaron en redes sociales y alcanzó una mayor exposición en medios de comunicación. Y ahí fue cuando su rol como defensora de derechos humanos casi le cuesta la vida.
Un crimen de odio: “Arderán en un lago de azufre”
“No se dejen engañar, pues en el reino de Dios no tendrán parte los que se entregan a la prostitución, ni los idólatras, ni los que cometen adulterio, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los que roban, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los ladrones” Corintios 6:9.
Era el 15 de marzo de 2014 y el reloj marcaba cerca de las 21:00 horas. Jazz estaba terminando de peinar a su última clienta y después, cerraría el local. Cuando le faltaban unos minutos para acabar, entró al establecimiento un hombre que le pidió un corte de cabello.
“Llega en unos pants rojos, una camisa verde larga, con barba, una persona como de 1.80 [...] Le digo, ‘termino de enjuagarle a ella el cabello y ya te atiendo, porque voy a cerrar’. [El señor] va a una tienda OXXO, se compra una cerveza, se la bebe y mi clienta se va”.
Ya a solas, el desconocido le pidió utilizar el baño, que se encontraba en la parte superior del establecimiento, donde también estaba el departamento de Jazz. Por precaución, la activista subió para cerrar su casa con llave y en ese momento, él la atacó.
“Me golpeó, me tiró hacia la pared y me comenzó a a asfixiar. No me dio tiempo de defenderme. Sentí mucha desesperación porque en la última dices ‘me falta el aire’... Y le vi su mirada, con mucho odio. Ya no supe de mí hasta las tres, cuatro de la madrugada, que me desperté en mi recámara desnuda, en la posición de Cristo. Me sentí babosa; me había escupido todo el cuerpo”.
Antes de marcharse, el agresor agarró el labial de Jazz y dejó un perturbador mensaje en la pared.
“Escribió ‘por venganza’ y la segunda [carta de] Corintios que habla de ‘adúlteros’ y ‘afeminados’.
Además, el hombre parafraseó otro fragmento de la Biblia, un versículo del Apocalipsis que manifiesta que a quienes cometan inmoralidades sexuales, les tocará la segunda muerte y arderán en “un lago de azufre”.
A los pocos minutos de despertarse, Jazz comenzó a vomitar sangre. Estaba aterrorizada y nerviosa. Se puso un camisón sin ropa interior y en medio de la noche, salió descalza a pedir ayuda. Sin embargo, en su momento de máxima vulnerabilidad, la primera reacción que recibió fueron risas crueles.
“Salí a pedir ayuda a unos chicos que estaban caminando. Les dije ‘ayúdenme, me acaban de robar’. Ellos se comenzaron a burlar de mí. Les pedí ayuda y lo primero que encontré fueron risas y burlas. Veo enfrente la taquería que aún estaba abierta y les hago señas, no me hicieron caso...”, recordó Jazz.
Por suerte, a unas seis cuadras se cruzó con una amiga que llamó a las hermanas de la activista, quienes fueron de inmediato, alarmadas. Al regresar todas a la casa de Jazz, vieron que el agresor se había llevado el celular de ella y unos auriculares.
Investigando en Facebook pudieron identificar al atacante. Era un hombre que fingía llamarse José Hernández Hernández, y días antes, había contactado a través de la red social a la defensora de derechos humanos para decirle que admiraba su trabajo.
Jazz se dio cuenta entonces de que había cometido un “error”. Justo esa semana había inaugurado su salón de belleza y, a través de Facebook, había compartido el nombre y la ubicación exacta de su negocio. Así fue como él la localizó.
“Reinauguré mi estética, la cambié de un lugar a otro y subo a mi Facebook mi ubicación exacta: ‘Vengan a mi reinauguración... La Iglesia London Style”.
Tras el ataque, ese mismo día, se acercó con sus hermanas a la Fiscalía para denunciar los hechos. Pero según Jazz, la policía no hizo nada por detener al responsable.
Tiempo después, descubrió que el nombre real del agresor no era José Hernández Hernández, sino Armando “N”. También supo que formaba parte del coro cristiano evangélico, tenía dos hijas y vivía a solo dos colonias de ella. Por último, se enteró de que ya estaba muerto.
“Andaba en malos pasos y lo asesinaron. Y mentiría si te digo que no me alegró. [...] Porque lamentablemente en el país la justicia es selectiva; solamente a muy pocas personas les llega”.
Vivir un crimen de odio le hizo entender que su labor como activista era más peligrosa de lo que creía, así que empezó a tomar medidas cautelares. Ahora intenta cambiarse de casa cada poco tiempo, y en su recámara cuenta con una salida de emergencia.
“Esa imagen de estarte cuidando y estar cerrando las ventanas... El otro día hacía mucho calor y la abrí, y lo que me llegó a la mente fue: ‘Cierra la ventana porque puede venir alguien con una pistola y te mata’. Y realmente así de fácil es esto. Puede llegar alguien con un arma, me da un tiro y ahí acaba. Ahí acaba mi lucha, mi historia, mi rabia y esta sed tan tremenda de justicia”.
Jazz tiene 30 años. En América Latina, la esperanza de vida promedio de una mujer trans es de 35, según la Comisión Internacional de Derechos Humanos (CIDH). Además México ocupa el segundo lugar en la lista de países latinoamericanos con más transfeminicidios, solo por detrás de Brasil.
De acuerdo a la asociación Letra Ese, solo en 2020 fueron asesinadas en la República un total de 43 mujeres trans (travesti, transexuales y transgénero). Esta cifra representa un 54.5% del total de víctimas mortales LGTBI que se registró ese año en el país.
La organización explicó que entre 2015 y 2020 la cifra de homicidios de mujeres trans fue altísima: 284. La mayoría de los crímenes se cometieron en Veracruz, 31 en total. Le siguieron Guerrero y Chihuahua, ambos con 26.
“Yo podría decirte ahorita mil cosas de que soy muy fuerte”, dice Jazz al recordar aquella noche del 2014. “Pero la realidad es que tu vida no vuelve a ser igual cuando te atacan de esa forma... cuando llega ese punto de que quieren acabar con tu vida por el simple hecho de pensar distinto”.
Cuando llega a su asociación un nuevo reporte de asesinato, tiembla de miedo. Y es que probablemente la víctima sea alguien que conoce. Así ocurrió con la compañera Brandy Huerta, quien perdió la vida tras un ataque en el municipio Nacional Veracruz, o con Miguel Ángel Medina, asesinado en Acayucan.
A Brandy la asesinaron a puñaladas en 2020 mientras trabajaba en su tienda. Su madre, de 72 años, intervino para defenderla y también la mataron. Jazz Bustamante inició entonces una huelga de hambre para exigir una investigación, y a ella se sumaron otros compañeros activistas de todo México. Aunque las autoridades se comprometieron a investigar el delito, hoy los responsables continúan libres. A Miguel Ángel lo asesinaron a pedradas en 2019; la Guardia Nacional lo halló sin vida dentro de un panteón.
“Cada vez son más cercanos...”, explicó Jazz.
Muchas veces le asalta el pensamiento de que ella podría ser la siguiente. A menudo se plantea si debería marcharse del país. Asociaciones de España y Canadá le han ofrecido trabajo, y su abogada, Laura Cabrera Antonio, la anima a marcharse a un lugar seguro. Pero al final, siempre llega a la misma conclusión.
“Yo estoy dispuesta a dar la vida por que cambie un poco este país, que dejen de decir que estamos enfermas o enfermos las personas de la diversidad sexual, que dejen de asesinarnos por el simple hecho de pensar, de amar, de ser diferentes”, cuenta la activista.
La violencia no es el único motivo por el que pierden la vida las mujeres trans en México. La marginación, el rechazo familiar, la dificultad para encontrar un buen trabajo, la falta de aceptación o las constantes humillaciones que sufren, las orilla a la depresión y, en los peores casos, al alcoholismo y la drogadicción.
En la entrevista, Jazz explica que ella intentó suicidarse en dos ocasiones, justo después de los ECOSIG que sufrió en la Iglesia El Buen Pastor y en la Hacienda de Mina.
“He intentado en alguna etapa de mi vida suicidarme con pastillas. Fueron dos veces, por todo este tema de la no aceptación... El tema de la Iglesia de que estás enferma, enfermo, que no sirves, que no vales, todo eso te va afectando... Hoy sé que cuando tomé pastillas era para llamar la atención y decir: ‘Ey, estoy aquí y quiero ser esta’”.
Hoy Jazz es una mujer feliz. Sonríe todo el tiempo, es extrovertida, enérgica y bromea continuamente. Después de pasar por dos ECOSIG, tomó el control de su vida y aprendió a amarse a sí misma. Cuando le preguntamos cómo lo consiguió, asegura que una de las claves fue cuidar su autoestima, y por eso, les pide a todas las sobrevivientes que llegan a su asociación asistir a terapia psicológica.
“No nos queda más que limpiarnos el polvo, secarnos las lágrimas como yo hice ahorita que ya hice catarsis y salir adelante”, explica Jazz.
ECOSIG en Veracruz: terapias de electroshock o tés naturistas
En los últimos dos años, la organización de Jazz Bustamante ha dado acompañamiento a más de ocho sobrevivientes de ECOSIG. Uno de ellos ocurrió hace tan solo unos meses, en 2021, y se viralizó en redes sociales por la brutalidad del caso.
En marzo, un contacto le escribió a la activista por redes sociales. Le explicaron que a una joven lesbiana de Úrsulo Galván, localidad conocida como Chachalacas, le habían dado terapia de electroshocks para curar su homosexualidad.
“Ella tuvo un novio hombre, ganadero por esa zona, cacique. Lo dejó y anduvo con chicas y tiene actualmente una novia. Su mamá se enteró, una mamá cristiana protestante, y mandó hablarle a un pseudo doctor. El doctor [fue a su casa] llevó una gorra, la amarró su ex novio y le dieron electroshocks en la cabeza”, relata Jazz.
La joven, a la que llamaremos Andrea para proteger su identidad, perdió el conocimiento por las descargas. Al día siguiente, permaneció en cama muy mareada porque le habían inyectado calmantes. Cuando se recuperó, escribió a la activista para pedirle ayuda.
“Nos pidió que le diéramos acompañamiento. Le dije ‘ok, lo primero es que te salgas de ahí'. Ella me dijo, ‘no, ahora no puedo, tengo mi negocio’”.
La historia quedó ahí, pero dos semanas más tarde, la joven contactó a Jazz muy nerviosa, y le contó que querían internarla en una clínica del Puerto de Veracruz donde supuestamente le curarían su orientación sexual, ya que su madre creía que era una enfermedad que debían curar.
Esa misma noche, Andrea agarró sus documentos, una maleta con poca ropa, y huyó de casa. Durmió en el departamento de Jazz, quien contactó con la asociación Yaaj México, de Iván Tagle, para sacarla cuanto antes del estado y buscarle un refugio seguro en la Ciudad de México.
En Veracruz las prácticas ECOSIG no están tipificadas en el Código Penal. Someter a una persona a una sesión para corregir su sexualidad o su identidad de género es legal. Sin embargo, si esas prácticas implican privación de libertad, una agresión física o una tortura, como las descargas de electroshocks, entonces, obviamente, sí hay delito.
Antes de marcharse a la capital, la abogada de Jazz, Laura Cabrera, le explicó a Andrea que contaban con todos los elementos para iniciar un proceso penal. Sin embargo, ella no quiso presentar denuncia. Este es uno de los principales problemas a la hora de perseguir la actividad de los ECOSIG. Los sobrevivientes se niegan a denunciar para no perjudicar a sus padres, que a menudo no aceptan la orientación sexual de sus hijos y contratan estos servicios de conversión.
“[Andrea] no hizo denuncia porque hay un vínculo con la familia y porque en el fondo sabe... ‘¿y si encarcelan a mi mamá?’ ‘¿Y si me culpa mi familia...?’ ‘¿Y si llaman a declarar a mi hermanito...?’ Son todas estas cosas... trabajan con el tema emocional”.
De los ocho casos a los que dio acompañamiento Jazz en estos dos años, ninguno denunció al agresor.
En Veracruz las prácticas ECOSIG son frecuentes. Jazz explica que a un sobreviviente le obligaron a tomar unos tés naturistas para que dejara de ser afeminado. A otro, le dieron descargas eléctricas en los genitales para que dejara de excitarse con personas de su mismo sexo. Otro caso muy sonado en el estado fue el de Fabiola del Castillo, una mujer trans a la que encerraron en un anexo con unos 20 hombres.
“Le dijeron que si no se alineaba iban a abusar todos de ella”, recordó la activista.
En realidad, Jazz comprende que no quieran denunciar. En su momento, ella también pensó en demandar a la Iglesia El Buen Pastor por el maltrato que sufrió. Sin embargo, el vínculo emocional se lo impidió: “Ellos llegaron en un momento en que yo estaba muy mal y me cobijaron en su círculo: ‘vamos a esta reunión’, ‘vamos a comer’... Entonces te cuesta”.
En el estado, los centros ECOSIG más comunes son los reclusorios de rehabilitación y los templos evangelistas. Pero también participa en este bloque homofóbico la Iglesia Católica. En 2015, el que era entonces obispo de la Arquidiócesis de Veracruz, Luis Felipe Gallardo Martín del Campo, aseguró que las personas con orientaciones sexuales diversas son “pecadores”, y que cuentan con un grupo de apoyo que los ayuda a salir de ese “problema”.
“Aquí en la Iglesia tenemos una pastoral para los adictos del mismo sexo, ya tenemos cuatro años de trabajar esa pastoral. Acogemos a las familias para que atiendan el problema de sus hijos y sus hijas y poco a poco les vamos abriendo la mente para que entiendan que no nacieron así. La ciencia te lo dice por arriba y por abajo: este problema no es de nacimiento, es de educación”, expresó en una entrevista desde el aeropuerto internacional Heriberto Jara Corona.
Con esas palabras se catapultó a sí mismo a la cima de la homofobia, de la que también forma parte el Frente Nacional por la Familia, un grupo muy cercano al catolicismo que continuamente se ha pronunciado a favor de los ECOSIG.
“La campaña [del Frente Nacional por la Familia] tiene mucho marketing. Ellos dicen que [el colectivo LGTBI] es una ideología de género, que nosotras queremos cambiarle a sus hijos e hijas, homosexualizarlos y lesbianizarlos y eso es totalmente erróneo. Y bueno, su agenda es muy clara: que no avancen los derechos de las personas LGTBI+ y tampoco el feminismo”, explicó Bustamante.
En una ocasión, Jazz coincidió en una entrevista de radio con Alejandra Yáñez Rubio, vocera de esta organización civil. Durante el encuentro, la mujer la llamó todo el tiempo “señor”.
“Le metí una queja ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Ella dijo: ‘Yo no voy a cambiar, para mí va a ser siempre un señor’”, contó Jazz.
En las elecciones del pasado 6 de junio, Jazz se presentó como candidata plurinominal por el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Aunque no está afiliada a esa formación política ni a ninguna otra, ellos la invitaron a sumarse al proyecto como externa. Finalmente, no logró la circunscripción.
Al preguntarle qué ha hecho el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador por cambiar la situación su respuesta es tajante.
“Yo voté por él y ahora si me dicen que si lo volvería a hacer, jamás lo haría”.
Jazz no le perdona al mandatario mexicano que haya desmantelado instituciones públicas tan importantes como el CONAPRED, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas o los albergues para mujeres, alegando que había mucha corrupción.
“La realidad es que si hay corrupción, tú tratas de atender ese problema, pero no quitas los recursos de tajo. Algo que hizo Andrés Manuel López Obrador, que ningún presidente se había atrevido a hacer en este país, fue quitar los fondos para las organizaciones no gubernamentales, donde nosotras concursábamos por 20 mil o 30 mil pesos que solamente nos servían para movernos en el estado, y que ahora lo cubrimos de nuestras bolsas”.
La asociación de Jazz Bustamante no recibe ningún apoyo público. A pesar de la falta de recursos y de las amenazas que recibe como defensora de derechos humanos, planea quedarse en México y seguir luchando por las personas que, como ella, sufrieron discriminación o agresiones por su orientación sexual o identidad de género.
“Me encanta este proverbio maya que dice que tú creas tu vida a través de tus pensamientos ‘Creer es crear’. Hay que creer que vamos a cambiar este país. Hay que crear un nuevo país y ya lo estamos haciendo”.
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