A más de un año del inicio de la pandemia a nivel mundial, todas y todos han perdido algo o a alguien. El duelo es un proceso que llegó a tomar un espacio en los hogares de todas las personas. Desde perder un trabajo, una rutina, una relación (romántica o amistosa), hasta a seres queridos; parejas sentimentales, madres, padres, familiares, amigos.
Encima de todo, la pandemia por la COVID-19 también se llevó la oportunidad de llevar a cabo los rituales de duelo que forman parte de la cultura mexicana. Los velatorios y funerales se volvieron imposibles ante el riesgo de propagar el virus.
La muerte se tornó en una presencia constante en la vida de todas las personas, sin embargo, esta situación puede llegar a ser especialmente difícil de explicar a las y los niños. Ellos y ellas, además, son particularmente vulnerables cuando se trata de la pérdida de la o las personas que sostienen a la familia.
La legisladora Josefina Vázquez Mota llamó la atención sobre el tema de la orfandad generada por las muertes de COVID-19. A merced del virus, según datos del DIF en la Ciudad de México, aproximadamente 3,000 niñas, niños y adolescentes de la capital quedaron huérfanos. También explicó que, cuando la cifra todavía era de 195 mil fallecidos, un 40% de esas personas eran jefes o jefas de familia.
“Estuvimos captando a principios de la pandemia todas estas circunstancias que estaban viviendo las familias, de no tener la oportunidad de despedirse de las personas queridas [...] no poder desarrollar los espacios que socialmente tenemos para procesar esta cuestión de la muerte de un familiar o de un ser querido.”
Sandy Poire Castañeda, Directora de Calidad y Asuntos Internacionales de Save The Children, narró para Infobae México que este es el panorama por el cual decidieron desarrollar la plataforma Niñez en Duelo. Se trata de un sitio de internet con una variedad de materiales que dotan de herramientas a las y los adultos para explicar la muerte a niños y niñas mientras se les acompaña en el proceso de duelo y sanación.
Ella reconoce una dificultad en las personas para procesar la muerte: “la tenemos introyectada como algo natural, pero la vemos como algo que genera mucho miedo”. Ante ésto, Save the Children México pone al alcance de todo mundo una colección de guías de acompañamiento, actividades, infografías, cápsulas de audio, videos, webinars, cuentos e incluso una línea telefónica gratuita para ayudar a las y los adultos en el proceso de acompañar los duelos de las y los niños.
Sandy explica que la manera de procesar y acompañar los procesos de duelo es a través de una relación sana, de crear espacios donde se les haga saber a las y los niños “que está bien lo que sienten, validar estos sentimientos, dar espacio para que que los expresemos de alguna forma”.
Ella señala que las y los adultos que acompañan a infantes deben de estar pendientes de las necesidades de los mismos. Como señales de alarma, Sany enlista situaciones como “problemas en el sueño, pesadillas, problemas en la alimentación, rechazo, aislamiento”. Hace énfasis en la importancia de abrir espacios para la gestión de emociones, e incluso en la vigilancia de uno mismo, puesto que las y los adultos no están exentos de necesitar ayuda para sanar luego de la muerte de un ser querido.
En las guías elaboradas por Save the Children proponen rituales de acompañamiento que funcionan también para que, en la familia, se puedan “ir gestando estos espacios que los niños y niñas necesitan para desarrollarse”.
Ella recalca que en México “no hay una política orientada en hacer realidad los derechos de las niñas y los niños”. En el marco de la celebración del Día del Niño, Save the Children llamó la atención sobre la necesidad de proteger los derechos de las infancias.
Alrededor de 20 millones de niños y niñas viven en la pobreza, lo que expone a 3.3 millones a trabajar desde una corta edad, abandonar la escuela y arriesgarse a ser reclutados de manera forzada por el crimen organizado o redes de trata y pornografía infantil.
En el 2019 el Consejo de Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas informó que en México se produce el 60% de la pronogradía infantil que se consume a nivel mundial. Santiago Nieto, titular de la Unidad de Inteligencia Financiera, ha declarado que “se trata del delito más rentable del planeta y es el que impacta más vidas”.
Según esta organización, 6 de cada 10 niñas y niños reciben castigos corporales o humillantes en sus casas como forma de crianza. Durante el 2020, más de 11,000 menores de edad ingresaron a hospitales con lesiones provocadas por algún familiar. Apenas en diciembre del 2020 se aprobó la ley que prohíbe el castigo físico como método de crianza para menores de edad.
Ante la pre concepción generalizada de que las “nalgadas” o incluso los golpes son importantes para el disciplinamiento de niñas y niños, Sandy explica que ese tipo de violencias terminan por condicionar el amor que ofrecen los adultos y adultas que cuidan de un infante.
Si, ante un berrinche, el o la adulta decide reprender al niño o niña con un golpe, él o ella crecerá con la angustia de tener que actuar de tal manera que sus padres no le abandonen o violenten, o con el pensamiento de que no son suficientes, “todas estas cosas en las que nos mantenemos haciéndonos bola como adultos”. Ese tipo de castigos, ella aclara, sí provocan impactos que duran toda la vida.
Los berrinches y otras actitudes generalmente reprobadas en niños y niñas, son mensajes que ellas y ellos mandan para manifestar que “estoy transitando por algo que no sé cómo manejar. Estoy abrumado y no sé cómo manejarlo”, sobre todo cuando están atravesando un proceso de duelo, explica Sandy.
Ella propone la “crianza con ternura como antónimo de la violencia” como una forma moderna de cuidar y acompañar a las infancias. Recalca la importancia de generar espacios de amor incondicional, donde se le haga saber a los niños y niñas que son aceptados de la forma en la que son, en la que sienten y también en aquello que quieran ser.
Para las y los adultos que ya vivieron una crianza donde el castigo físico estaba normalizado, ella explica cómo ésto “nos hace creer que tenemos que bastarnos a nosotros mismos, o no dar lata, o no compartir lo que sentimos [...] nos cuesta mucho trabajo acercarnos a decir ‘estoy muy abrumado, me siento muy estresado. Estoy ya a punto de la locura’”. Por esto, recalca la importancia de desarrollar la habilidad de pedir ayuda.
Ella considera que, al abrir estos espacios de aceptación y cuidados, “lo que vamos abriendo son espacios de esperanza”.
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