Mataron a su esposa y se dedicó a robar a los ricos para dar a los pobres: la historia del Robin Hood mexicano que inspiró la leyenda del Zorro

El personaje de “El Zorro” fue creado por el escritor estadounidense Johnston McCulley para su novela en serie La maldición de Capistrano

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Joaquín Murrieta, el héroe bandolero
Joaquín Murrieta, el héroe bandolero que inspiró el personaje del "Zorro". (Foto: Especial)

La leyenda del mexicano Joaquín Murrieta comenzó con una tragedia: el asalto y el asesinato de su esposa –y algunos cuentan que también de su hija y su hermano– a manos de bandoleros estadounidenses, en el territorio de la California recién arrebata por Estados Unidos a México, en el siglo XIX.

La suya es una historia que deambula por los terrenos de la ficción y la realidad, al convertir en héroe a un aventurero mexicano que emigró de su natal estado de Sonora a la tierra prometida del oro, cuando ese territorio todavía estaba dentro de las fronteras de México, antes de la intervención de Estados Unidos, en 1846.

Pero llegó la guerra, la derrota de México y la pérdida de un vasto territorio. Nada menos que Arizona, California, Nevada, Utah, Nuevo México, y partes de Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma –y antes ya había cedido Texas.

Es entonces cuando el nombre de Joaquín Murrieta alcanza la estatura de leyenda, al transformarlo de buscador de oro a bandolero que roba a los ricos para dar a los pobres.

Un Robin Hood cuya existencia se ha puesto en duda, y que sobrevivió en la figura del mítico personaje de “El Zorro” creado por el escritor estadounidense Johnston McCulley para su novela en serie La maldición de Capistrano.

De modo que esta historia correrá a lomo de los pocos datos que hay sobre este enigmático “forajido” mexicano, que durante años tuvo tras sus huellas a la justicia de Estados Unidos.

Como su final es tan incierto como su vida, habrá que recorrer el camino completo de su historia.

La trágica conversión

Los datos más exactos de su biografía están compilados por una fundación mexicana que lleva su nombre y afirma que nació entre 1830 y 1832 en Álamos, Sonora, donde se casó muy joven con Rosa Félix de Vayoreca (otros dicen que su esposa se llamaba Carmen Félix).

Con ella, sus tres cuñados y su hermano Jesús Murrieta, partió a California a trabajar en las minas de oro, según el libro Joquin Murrieta: Literary Fiction or Historical Fact?, del investigador William Mero.

Grabado de Murrieta en su
Grabado de Murrieta en su época de buscador de oro (Foto: Especial)

Como buscador de oro, Joaquín alcanzó prosperidad. Hasta que los mineros de Estados Unidos presionaron al gobierno de Sacramento para dictar dos leyes que avalaron el despojo, a la buena y a la mala, de mexicanos que vivían en su territorio.

Los bandoleros de la zona aprovecharon el momento y el aval de la justicia para robar a los mexicanos. Una de sus víctimas fue Joaquín: le quitaron sus propiedades, asaltaron su casa y mataron a su esposa –incluso dicen la que la violaron, según el texto de su fundación.

Murrieta reclamó a las autoridades estadounidenses, apoyado por un amigo “yankee”. Pero lejos de encontrar justicia padeció más atropellos y entonces buscó la venganza.

En una ocasión, camino a la propiedad de su hermano, un grupo de bandoleros lo emboscó y lo llevó a “una especie de gruta” donde estaba uno de los ladrones que había asesinado a su mujer.

Joaquín lo enfrentó y lo mató frente a uno de sus cómplices, un hombre conocido como Jack “Three Fingers”, que se convirtió después en su aliado.

No se sabe si por aquel asesinato o por el solo hecho de ser mexicano, a Murrieta lo detuvo un grupo de gente que lo azotó públicamente y pretendía lincharlo. Jack lo salvó, lo curó y lo convence de unirse al grupo de bandoleros que asolaba la comarca de los Valles de San Joaquín y Sacramento. Al menos eso dice la historia de la Fundación Murrieta.

William Mero, en cambio, cuenta otra versión de cómo Joaquín se convirtió en bandido. En su libro narra que Claudio Félix, cuñado de Murrieta, había sido acusado de robo en 1849 y, prófugo de la justicia, en 1850 se convirtió en el líder de una de las más crueles y destructoras bandas que acechaban a españoles, orientales y anglos en California.

En 1851 Joaquín se une a la banda, aprende todo sobre la vida de los bandoleros y, una vez muerto Claudio, asume el liderazgo.

Cualquiera que hubiera sido la razón, para mediados del siglo XIX Joaquín Murrieta ya era uno de los más buscados “delincuentes” de California.

El bandido sin cabeza

La historia ha llegado al terreno donde la ficción convive con la realidad. La versión romántica cuenta que una noche que Murrieta organizó un asalto contra hacendados mexicanos reunidos para defender sus tierras de los estadounidenses, reconoció a una mujer que era hija de un antiguo patrón suyo a quien su banda le había quitado un anillo.

Murrieta quiso devolverle a ella la joya y la mujer le exigió hacer lo mismo con el resto del botín. “Todos estos hacendados son tan víctimas de la nueva situación como vosotros, todos somos mexicanos, ya no asalten a los mexicanos con el pretexto de que son ricos. La unión nos hará fuertes”, le dijo aquella mujer que terminó convenciéndolo de luchar por una causa justa.

Mexicanos en las minas de
Mexicanos en las minas de California. (Foto: Librería de Congreso de EEUU)

Así Murrieta comenzó a galopar en la leyenda del bandolero que robaba a los ricos estadounidenses para devolver al menos algo a los mexicanos despojados en California.

El gobierno de ese estado, por supuesto, tomó cartas en el asunto y –como sucede hoy– lo enlistó entre los “más buscados” y mutiplicó su rostro en carteles que ofrecían recompensa por su cabeza y la de su socio Jack “Three Fingers”.

El “honor” de su captura se la atribuyó en 1953 el entonces jefe del recién creado cuerpo de cuerpo de policía de California, Harry Love, quien antes había sido miembro de los Texas Rangers.

Para demostrarle al mundo su proeza, la leyenda cuenta que Love cortó la cabeza de Murrieta y la mano de Jack “Three Fingers” y las puso dentro de un frasco con alcohol para conservarlas y exhibirlas en ferias del condado de Stockton.

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Así anunciaban la exhibición de la cabeza de Murrieta (Foto: Especial)

Incluso dicen que la llevó de gira como un extravagante espectáculo, en aquellos circos que ofrecían como atracciones a enanos, mujeres con barbas y hombres gigantes.

Hasta que los frascos con la cabeza y la mano se perdieron durante el terremoto de 1906 en San Francisco.

Lo curioso fue que los asaltos de bandoleros continuaron, mientras la cabeza de Murrieta recorría el territorio californiano. Incluso dicen que al periódico Herald, de San Fracisco, llegó en 1875 una carta firmada por el mismísimo Joaquín Murrieta.

La versión es que había vuelto a Sonora junto con su hermano Jesús. Allí se cambió el nombre a Joaquín Carrillo y se dedicó al comercio de caballos salvajes que llevaba de Sonora a Veracruz, al otro extremo de México.

En su carta, Murrieta aseguró que seguía vivo y “todavía conservo mi cabeza”.

Murió, dicen, a finales de la década de 1870 y su cuerpo fue enterrado en un cementerio jesuita en el pueblo de Cucurpé, Sonora, según la versión oficial.

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Ilustración de la cabeza de Murrieta y la mano de Jack "Three Fingers".

Epílogo

Al margen de la verdad y la ficción que rodean su vida, el nombre de Joaquín Murrieta caló tan hondo en la cultura de la frontera que transmutó en héroe, personaje de novela y más tarde de película bajo el antifaz negro del “Zorro”.

Hasta el poeta chileno Pablo Neruda, Premio Nobel de Literatura, le dedicó a Murrieta la única obra de teatro –musical, por cierto– que escribió: “Fulgor y Muerte de Joaquín Murieta” (así con una sola “r”), que tuvo puestas en escena en Hungría, Polonia, Alemania, España e Italia.

Pero el primero que documentó hasta donde pudo su leyenda fue John R. Ridge en su libro Vida y aventuras de Joaquín Murrieta (1854). Más reciente es el libro Joaquín Murrieta “El Patrio”, escrito por Manuel Rojas en 2012.

Afiches de una de las
Afiches de una de las cintas inspiradas por Murrieta.

Su leyenda también llegó a las pantallas de cine con cintas como Robin Hood de El Dorado (1936), Joaquín Murrieta (1938), Murrieta (1965) y La Misión Desesperada (1969).

Por supuesto en México hasta un corrido hay en su memoria. Pero mejor cerramos aquí la historia con una estrofa de Neruda dedicada al héroe bandolero:

“Fue mi cuerpo primero separado, degollado después de haber caído, no clamo por el crimen consumado, sólo reclamo por mi amor perdido”.

Y si quiere escuchar su corrido, aquí lo compartimos.

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