El 24 de abril del 2019 terminó la condena que un juez dictó a Claudia Mijangos por haber asesinado a sus tres hijos.
Hace tres décadas una tranquila ciudad del centro del país se estremeció al conocer el caso de Mijangos, a la que nombraron “La Hiena de Querétaro”. Ella asesinó a puñaladas a sus hijos: dos niñas de 11 y 9 años, y un niño de 6.
El filicidio ocurrió durante la madrugada dentro de una casa en una colonia de clase media en la ciudad de Querétaro. Los peritos indicaron que fueron al menos 3 horas las que duró el ataque contra los menores.
Al cumplirse la sentencia, Claudia Mijangos recobra su derecho a libertad. sin embargo, debido al dictamen que se hizo sobre el caso, ella no podrá salir del hospital psiquiátrico, donde pasó más de la mitad de su condena, si no hay nadie que acuda a firmar un documento donde se haga responsable de ella, y lo que pueda hacer.
Esto lo dijo el presidente del Tribunal Superior de Justicia de Querétaro, José Antonio Ortega Cerbón, “Se determinaron 30 años y el 24 de abril termina su sentencia, se cumplió con la medida impuesta de internamiento en un hospital psiquiátrico.”
“Lo que sigues es que primero se tiene que hacer un análisis, en cuanto a su salud mental y lo que prosigue es que se pudiera entregar a un familiar que se haga responsable de ella , o de acuerdo al análisis si ella amerita seguir estando en internamiento, quedará en internamiento pero ya no como una medida impuesta por la sentencia, sino como una medida de prevención en temas de salud”, explicó Ortega Cerbón.
También dijo que hasta hoy, nadie se ha acercado al tribunal para realizar trámites en el caso de Mijangos.
" La Hiena de Querétaro”
El domingo 24 de abril de 1989 un trágico hecho conmocionó a Querétaro. Sus habitantes se enterarían por los medios de comunicación del sangriento asesinato de 3 menores a manos de su madre.
Horas antes, en la noche del 23, Claudia Mijangos había llamado a su amiga Verónica Vázquez para decirle que escuchaba y veía cosas: ángeles y demonios que le habían advertido que Mazatlán se “había caído” y que “todo Querétaro era un espíritu”.
Vázquez le dijo que se tranquilizara, que todo estaba bien y que al otro día por la mañana iría a visitarla.
Cuando llegó aproximadamente a las 8 de la mañana, a la casa marcada con el 408 de la calle Hacienda Vegil, de la colonia Jardines de la Hacienda, vio una escena dantesca.
Las paredes ensangrentadas le advirtieron que algo estaba muy mal, caminó por la casa y se encontró con el cuerpo de Alfredito de 6 años de edad. El hijo menor de Mijangos quedó a la mitad de las escaleras con un charco de sangre alrededor.
En las paredes había huellas de manos y en el piso charcos de sangre. Al ver la horrible escena Vilchis llamó a la policía y al padre de los niños, Alfredo Castaños.
Un día antes Castaños había llevado a una kermés escolar a sus 3 hijos, al terminar el evento los había regresado a la casa donde vivían con su madre y él se retiró. Desde hace meses Claudia y Alfredo se encontraban en un proceso de divorcio, por eso ya no compartían casa.
Los peritos encontraron dos cuerpos más en la vivienda, el de Claudia, la hija mayor de 11 años y el de María Belén de 9.
A María Belén la encontraron en su habitación apuñalada en numerosas ocasiones, al lado, su madre estaba dormida con sangre en la ropa y con un cuchillo junto a ella.
Al llegar los policías la despertaron y la enviaron al hospital por estado de shock que presentaba. En el hospital, después de horas cuando despertó, agentes ministeriales empezaron a preguntarle qué había pasado. Ella solo decía que tenía que ir por sus hijos a la escuela, que la dejaran ir.
Mientras tanto, las autoridades retuvieron a Alfredo Castaños creyéndolo responsable de los hechos en un principio. Declaró lo que él sabía. Los había llevado un día antes en la noche después de la kermés a la casa de su madre, Claudia Mijangos.
Cuando los dejó discutió con ella una vez más, era cosa habitual desde hace mucho tiempo, él le dijo que volvieran, que podían arreglar las cosas pero ella una vez más lo rechazó. Eso fue todo lo que sabía de aquellas horas en las que sucedió el terrible multihomicidio.
Castaños sabía más, pero no lo relacionó. Sabía que una de las causas por la que se estaban divorciando era porque Claudia se había enamorado de otro hombre.
Claudia, que estudió administración y fue reina de belleza en su natal Sinaloa, se había mudado con Alfredo unos años atrás a Querétaro. Montó una exclusiva tienda de ropa de mujer en el centro de la ciudad con la onerosa herencia que había recibido debido a la muerte de sus padres, y metió a sus hijos a una escuela católica, el Colegio Fray Luis de León en donde hasta la fecha imparten las clases padres de la orden de los Agustinos Recoletos.
Toda era perfecto. Con una familia bonita, estabilidad económica y sus hijos creciendo parecía que la vida le sonreía, por eso quería regresar a la comunidad, algo, de lo bueno que ella tenía.
Mijangos se acercó a la escuela de sus hijos y se ofreció a dar las clases de ética y catecismo a los alumnos, ahí conoció al padre Ramón.
El padre Ramón era un “tipazo”, así lo definían, además de joven y amable era muy guapo. Con sus ojos azules y su 1.90 m de altura ella se enamoró.
Claudia cada vez se alejaba más de su esposo y era habitual encontrarla en la escuela, en las clases de catesismo. Al padre Ramón tampoco le era indiferente y comenzaron un romance. O al menos eso apuntan versiones, porque la escuela jamás dijo nada al respecto, pero tampoco lo negó, únicamente la arquidiócesis de Querétaro tramitó el cambio del padre Ramón después de los asesinatos.
De esta relación prohibida sabía el director de la escuela, el padre Rigoberto, tanto así que habló del tema con el mismo padre Ramón y con el esposo de Claudia. El padre Rigoberto le recomendó a Alfredo que él fuera quien se quedará con la custodia de los niños, no su madre.
Al parecer después de estás advertencias o platicas que tuvo el padre Ramón con el director de la escuela, él ya no quiso continuar con el idilio que mantenía con Mijangos. También le pesaba demasiado la traición a los votos que había hecho cuando se ordenó sacerdote.
Por toda esta complicación el padre Ramón decidió terminar con la relación. Claudia no lo tomó nada bien. Lo buscaba, lo seguía, diría años más tarde el padre Rigoberto.
Claudia entonces empezó a hablar de que escuchaba voces, que eran ángeles que le decían que tenían que estar juntos. Ella nunca perdió la esperanza de estar con el padre Ramón.
Según dicen los peritos, este evento fue tan fuerte para ella que detonó los problemas de salud mental que venía arrastrando. Su amiga Adriana, cuenta que con sus hijos siempre fue cariñosa, que con la gente muy amable, pero unos meses antes mostraba actitudes extrañas, pero nunca violentas.
Sin embargo, el terapeuta de pareja al que habían estado acudiendo Claudia y Alfredo, en un intento desesperado, de él, de recuperar su matrimonio, contó que sí había advertido conductas violentas en Mijangos, pero nunca pensó que escalaran tanto, pues eran durante la terapia en donde los dos discutían y se levantaban la voz.
El terapeuta les recomendó que se divorciaran por lo dañada que estaba ya su relación. El mayor episodio de violencia que había ocurrido hasta entonces, por parte de Claudia, fue la vez que, a media noche, sacó a Alfredo al patio de la casa y lo dejó ahí en calzones por horas.
Claudia Mijangos buscó entonces desesperadamente la anulación de su matrimonio, pero no había argumentos suficientes y esto la frustró. Ella seguía muy enamorada del padre Ramón y no entendía por qué no podían estar juntos.
El 23 de abril cuando Alfredo regresó a sus hijos a la casa, Claudia y él tuvieron una discusión muy fuerte. Le dijo que sabía del romance que tenía con el padre y se lo reprochó, aún así, él quería regresar con ella.
Ella no negó la aventura, en cambio, defendió el amor que tenía por el padre Ramón. Los gritos los escucharon los vecinos pero no intervinieron. Alfredo se retiró.
A la mañana siguiente, en el interior de la casa se presentaba una escena que parecía sacada de una película de horror. El piso de la sala y las escaleras que iban hacia la planta alta estaban manchadas de sangre, al igual que el pasillo entre la recámara principal, la recámara del pequeño Alfredo, la recámara de las niñas y el baño.
Los investigadores afirman que por lo menos había 10 litros de sangre distribuidos por la casa. La puerta de la alcoba estaba entreabierta y el cuadro que se ofrecía a los ojos era aterrador.
En la esquina de la recámara, sobre un sillón: dos cuchillos de cocina, uno de 40 centímetros y el otro de 33 centímetros, ambos con cachas de madera en color café, limpios. Un tercer cuchillo de 31 centímetros se halló en la recámara de las hermanas Claudia María y Ana Belén, caído sobre la alfombra y lleno de sangre.
En la madrugada del 24 de abril, las voces al interior de la cabeza de exreina de belleza no paraban de hablarle, le dijeron que sus niños eran demonios que impedían que estuviera con el padre Ramón. Los mató.
Mijangos fue interrogada y no recordaba lo ocurrido, parecía desconocer el destino final de sus hijos. Según el interrogatorio, deliraba diciendo que sus hijos dormían y ella debía preparar el desayuno, luego cambiaba la angustia por tener que ir por ellos al colegio.
Tras las investigaciones se apreciaron los problemas psicológicos que presentaba, por lo que se determinó, tras algunos estudios, que en el momento de la tragedia Claudia Mijangos se encontraba en medio de un episodio psicótico.
Mijangos enfrentó su proceso en el penal de Querétaro y finalmente el 19 de septiembre del 1991 fue recluida en el anexo psiquiátrico del Centro Femenil de Readaptación Social de Tepepan, al sur de la Ciudad de México.
La casa de la “Hiena de Querétaro”, en donde ocurrieron los trágicos asesinatos, durante años fue el escenario de rituales satánicos hasta que tapiaron completamente la vivienda.
El juez le impuso la sentencia más alta que se puede dictar en este tipo de casos, 30 años.
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