Karen Alejandra Salinas Rodríguez, desapareció a los 16 años, en enero de 2014, en el municipio de San Fernando, Tamaulipas, donde vivía. Ella se encontraba a bordo de su vehículo cuando varios sujetos le bloquearon el paso y se la llevaron secuestrada. Posteriormente, y después de cobrar varios rescates a cambio de su libertad, Karen fue asesinada.
Desde que su hija desapareció, Miriam Rodríguez se dedicó a solo un objetivo: encontrar a los asesinos de la menor y llevarlos, uno a uno, tras las rejas.
Así, desde 2014, armada con una pistola, tarjetas de identificación falsas y disfraces, Miriam Rodríguez se convirtió en un escuadrón de detectives que desafiaba a un sistema en el que suele prevalecer la impunidad criminal. Rastreaba a los responsables del secuestro y asesinato de su hija, la mitad de ellos ya estaban en la cárcel, no porque las autoridades hubieran hecho su trabajo sino porque ella los persiguió por su cuenta, con una meticulosa obsesión
Entre otras cosas, Miriam se cortó el pelo, se lo pintó, se hizo pasar por encuestadora, trabajadora de salud y funcionaria electoral para conseguir los nombres y direcciones. Inventó excusas para conocer a sus familias. Se relacionó con las abuelas y los primos que, sin saber, le daban los más mínimos detalles de los asesinos de Karen.
Entonces. llevaba todos sus registros en un cuaderno que guardaba en el maletín negro de su laptop con el que hizo la investigación. Uno por uno, conocía sus hábitos, sus amigos, sus ciudades de origen, su niñez. Por ejemplo, sabía que antes de unirse al cártel de los Zetas e involucrarse en el secuestro de su hija, uno de los involucrados había vendido flores en la calle. Cuando fue por él, había vuelto a ese oficio. Lo atrapó en el paso fronterizo y fue arrestado.
En tres años, Miriam capturó a casi todos los que habían secuestrado a su hija para pedir rescate. Se trata de una larga lista de criminales que buscaban “dejar” esa vida dedicándose a otras ocupaciones: uno había renacido como cristiano, otra era taxista, otro se dedicaba a la venta de coches y una era niñera.
Rodríguez atrapó en total a una decena de criminales con su desesperada búsqueda de justicia que la volvió famosa, y a la vez vulnerable. Y es que nadie había desafiado de esa manera al crimen organizado y ni hablar de encarcelar a sus integrantes.
La señora había solicitado al gobierno algún tipo de protección con escoltas armados, temiendo que el cártel finalmente se hubiese hartado de sus actividades. En marzo de 2017 más de 20 presos se escaparon del penal en Ciudad Victoria, en Tamaulipas también, donde estaban los asesinos de Karen gracias a los esfuerzos de su mamá. Tres de ellos acudieron a su domicilio a asesinarla.
Semanas después de haber perseguido a uno de sus últimos objetivos, el 10 de mayo de 2017, Día de las Madres, la mataron a tiros frente a su casa. Su esposo, que estaba mirando la televisión, la encontró boca abajo en la calle, con la mano en su bolsa junto a la pistola.
Este año, San Fernando –una localidad marcada por la masacre de los 72 migrantes en 2010– volvió a ser escenario de una escena casi idéntica a la de Karen. Esta vez, la víctima fue un menor de 14 años llamado Luciano. A él se lo llevaron el pasado mes de julio, tras engañarlo con un perfil falso de Facebook.
El de Luciano Leal Garza se convirtió en el secuestro por rescate de más alto perfil desde la cruzada de Rodríguez para encontrar a su hija.
Precisamente, Luis, el hijo de 36 años de Miriam Rodríguez, no pudo evitar ver las semejanzas y lloró al escuchar la noticia. La familia del adolescente pagó dos rescates, que fue lo mismo que hicieron los familiares de Rodríguez en un intento infructuoso por liberar a Karen.
Las autoridades encontraron el cuerpo del adolescente apenas el pasado mes de octubre. Estaba en una fosa poco profunda, al norte de San Fernando, pasando una arboleda de acacias. Los asesinos cubrieron el lugar con basura para despistar a los buscadores.
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